Como Jesús sepamos tender nuestra mano a los demás para con nuestra cercanía ser signos también de la presencia misericordiosa de Dios
1Samuel
3,1-10.19-20; Sal
39; Marcos
1,29-39
Una mano sobre el hombro en un momento de sufrimiento
en soledad o en un momento de amargura o desesperanza parece que inyecta en
nosotros una energía que nos revitaliza y nos hace como renacer. Muchas veces
necesitamos esa mano que se tiende hacia nosotros o que sintamos sobre nuestro
hombro y que es mucho más que ese contacto físico que podamos sentir.
Puede significar muchas cosas; no estás solo, parece
que se nos dice; es cercanía y es confianza en ti mismo; es decirnos, quiero
caminar contigo y te puedes apoyar en mi; puedes levantarte porque eres capaz y
puedes y tienes que hacer muchas cosas; es poner serenidad y ánimo en tu espíritu
para que sientas paz a pesar de todas las turbulencias; es consuelo en el
sufrimiento y la mejor medicina que nos cura por dentro; es darnos ese empujón
que necesitamos para levantarnos y comenzar a caminar; es darte muchos motivos
de esperanza; es el abrazo del amigo que tanto reconforta; son los ojos que te
miran y sin palabras te están diciendo tantas cosas para que aprendas a
confiar; es la palabra que se susurra al oído pero te llega al corazón; es la
presencia de quien sabes que te aprecia y en quien puedes confiar.
Los gestos son importantes en la vida y muchas veces
nos dicen más que largos discursos de palabras que se pueden quedar frías en el
aire.
Jesús hablaba y enseñaba con autoridad, hemos venido
escuchando en estos días. No fueron solo las palabras pronunciadas allá en la
sinagoga, sino aquel hombre del que liberó de su mal. Por eso sus gestos de
cercanía están siendo tan importantes porque serán signos verdaderos de la
presencia de Dios en medio de ellos, de que en verdad es el Emmanuel, que se
acercaba a ellos para darles nueva vida, para ponerles en camino de nueva vida.
Hoy escuchamos en el evangelio que después de salir de
la sinagoga fueron a casa de Simón Pedro y allí le dijeron que la suegra de
Simón estaba en cama con fiebre. No hay palabras, solo está el caminar de Jesús
para llegar hasta ella y tomándola de la mano levantarla. ‘Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la
fiebre y se puso a servirles’. No
fue necesario más. ‘La cogió de la mano’.
Es la cercanía de Jesús. Es esa mano sobre el hombro que antes mencionábamos.
Se llenó de vida. Comenzó una nueva vida con una nueva actitud. ‘Se puso a servirles’.
Luego el evangelio seguirá contándonos como al
atardecer le traían a muchos enfermos hasta la puerta y los iba curando a
todos. Pero más adelante nos dirá que Jesús quiere seguir caminando porque
quiere seguir llegando a todos en el anuncio del Reino, en la proclamación de
la Palabra pero en los signos con que curaba a los enfermos. Jesús que quiere
estar con todos, acercarse a todos, llevar la vida a todos.
Nos quedamos aquí. Metámonos de lleno en la escena y
sintamos también como Jesús llega con su mano hasta nosotros, pone también su
mano sobre nosotros. Hay en nosotros también muchas sombras, soledades,
sufrimientos, penas del corazón, inquietudes quizá muchas veces frustradas,
ansias y deseos de muchas cosas. Sintamos esa mano de Jesús sobre nosotros y
cómo en El nos sentimos revitalizados; cómo a nosotros con la presencia y cercanía
de Jesús también se nos abren caminos; como renacen en nosotros los deseos del
servicio y del bien que podemos y tenemos que hacer.
Veremos a Jesús orando, porque estaba lleno de Dios. Es
un signo también para nosotros que necesitamos llenarnos de Dios para también
como Jesús ir a otras partes. Porque ese gesto de Jesús nosotros tenemos que
seguirlo repitiendo. Tenemos que ser signos con nuestros gestos, con nuestras
nuevas actitudes, con nuestra cercanía a los demás que caminan a nuestro lado,
de esa presencia amorosa y misericordiosa de Dios que a todos levanta. Es la
tarea, el compromiso que nosotros hemos de realizar.
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