Un itinerario de acogida, de miradas hondas, de manos tendidas para encontrarnos con Jesús
Hechos 3,1-10; Sal
104; Lucas
24,13-35
Una mirada, una mano tendida, un caminar juntos aunque
fuera con desconocidos, una escucha, unas señales que nos hablan a las claras
de la presencia de Jesús resucitado. De eso nos ha hablado la Palabra de Dios
que hoy se nos proclama.
‘Pedro, con Juan a su
lado, se le quedó mirando y le dijo: Míranos.’ Es el primer gesto que nos ha
presentado el texto de los Hechos de los Apóstoles. Unas miradas que se cruzan;
cuánto se puede decir con una mirada; es un prestar atención, en este caso, no
a algo sino a alguien.
Luego Pedro ofrecerá lo que tiene; le tiende la mano en
el nombre de Jesús. ‘Agarrándolo de la
mano derecha lo incorporó’. No le va a ofrecer cosas, ni siquiera las
monedas que aquel hombre en su indigencia está esperando. ‘En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar’. Aquel hombre
terminará danzando en el templo y alabando a Dios.
‘Dos discípulos de
Jesús iban andando aquel mismo día… Mientras conversaban y discutían, Jesús en
persona se acercó y se puso a caminar con ellos… aunque sus ojos no eran
capaces de reconocerlo’.
Era un extraño que se había acercado a ellos mientras iban caminando y lo
admitieron en su compañía. No siempre admitimos quizá en nuestra compañía a un
extraño aunque vayamos haciendo el mismo camino. Ahí está el detalle. Pero
caminaron juntos y mientras se camina al mismo paso cuántas cosas se comparten;
como sucedió entonces.
Primero Jesús les escucha, sus preocupaciones, sus
tristezas, sus esperanzas frustradas, su desilusión. Luego ellos escucharán a
Jesús; y lo harán con gusto tanto que cuando llegan a Emaús no querrán que siga
adelante porque los caminos de noche son peligrosos y le ofrecen su hospitalidad,
y también porque luego recordarán cómo ardía su corazón mientras El les hablaba
y les explicaba las Escrituras.
Todo fue un camino para reencontrarse con Jesús. Con
Jesús que viene hacia ellos como siempre quiere hacer con nosotros cuando andamos
hundidos en nuestras preocupaciones y angustias, en nuestras desilusiones y
desesperanzas; pero también en la buena disposición de ellos para acoger y para
escuchar; sus corazones se abrieron al amor; en el amor del compartir una cena
se encontraron finalmente de pleno con Jesús y lo reconocieron. ‘A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron… al partir el pan’.
Qué hermoso itinerario para nuestra vida. Para aprender
a ir al encuentro con los demás mirando cara a cara, aunque tengamos mucho
sufrimiento en el alma o aunque vayamos a ver mucho sufrimiento en los ojos de
los demás, pero también para ir tendiendo la mano, abriendo el corazón,
levantando al caído, dejándonos acompañar por los van a nuestro alrededor en el
camino, para escuchar con el corazón abierto.
Nos encontraremos con Jesús; aprenderemos a llevar a
Jesús a los demás. Nos sentiremos en verdad renovados por dentro y no nos
faltará la alegría de sentir la presencia de Cristo resucitado en nuestro
corazón pero también en ese encuentro con los demás.
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