La luz de la resurrección ha iluminado nuestra vida y todo lo vemos de manera distinta porque con nosotros está el Señor resucitado
Hechos
2,14.22-33; Salmo, 15; Mateo 28,8-15
‘Las mujeres se
marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría,
corrieron a anunciarlo a los discípulos… Ha resucitado del Señor’. Por el camino cuando volvían
impresionadas por lo que los Ángeles les habían comunicado en el sepulcro vació
se habían encontrado con el Señor que les había salido al paso. ‘Id a comunicar a mis hermanos que vayan a
Galilea; allí me verán’, les encarga.
Es lo que nosotros seguimos festejando con toda
solemnidad en esta semana de la octava de Pascua. Es la alegría que seguimos
viviendo y que hemos de saber trasmitir a los demás. Nuestra vida sigue y en
nosotros están las mismas luchas de cada día, las mismas preocupaciones y los
mismos trabajos. Sin embargo en el creyente todo tiene que ser distinto. La luz
de la resurrección ha iluminado nuestra vida y las cosas hemos de comenzar a verlas
de manera distinta; hay otra fuerza y otra esperanza en nosotros; es la certeza
de que el Señor está con nosotros y algo nuevo se ha de abrir en el camino de
nuestra vida. Nos fiamos del Señor. Llenamos nuestro corazón de esperanza.
Como hemos rezado en el salmo, recogiendo lo que san
Pedro nos recordaba en los Hechos de los Apóstoles ‘Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por
eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la
corrupción…’ Tenemos alegría porque tenemos la certeza de que el Señor está
con nosotros. Queremos seguir caminando, realizando la lucha de cada día,
queremos encontrar luz y sentido para todo lo que nos vaya sucediendo. Y es que
‘con él a mi derecha no vacilaré’.
Es valiente Pedro en lo que le escuchamos hoy en la
lectura de los Hechos de los Apóstoles. No parece el mismo que el que había
temblado de miedo cuando prendieron a Jesús en el Huerto por si le descubrían
como discípulo suyo, el que descaradamente le negó tres veces para evitar
consecuencias desagradables; ahora es otro. Está lleno de la fuerza del
Espíritu del Señor. No olvidemos que estas palabras que le hemos escuchado hoy
corresponden a aquel primer discurso del día de Pentecostés. Pero más adelante,
incluso, cuando los azoten en el Sanedrín, saldrán contentos por haber podido
sufrir por el nombre de Jesús, porque no podían callar lo que habían visto y
oído.
Que el Señor nos dé esa valentía. Que sintamos la
fuerza de su Espíritu en nosotros para seguir viviendo con toda hondura la
alegría de la Pascua. Que no temamos ante el camino que tenemos por delante
porque con nosotros está el Señor ya para siempre. La presencia de Cristo
resucitado no es la presencia de un momento determinado, sino es la presencia
que podemos sentir siempre del Señor en nuestro corazón y en nuestra vida. Así
podemos caminar con ilusión, con esperanza, con arrojo y valentía, sin ningún
temor. ‘Con El a mi derecha no vacilaré’.
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