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martes, 7 de abril de 2015

Que las lágrimas de nuestras angustias no nos impidan sentir la presencia del Señor resucitado en nuestra vida

Que las lágrimas de nuestras angustias no nos impidan sentir la presencia del Señor resucitado en nuestra vida

Hechos,  2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?’ Por dos veces María Magdalena escucha la pregunta. ‘Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando’.  ¿Nos habremos quedado nosotros también a la puerta del sepulcro llorando?
¿Por qué lloras, María? ¿No crees en las palabras de Jesús? Recordaba cuánto había recibido de Jesús, que como dice el evangelista de ella había expulsado siete demonios. Un día llorando también se había postrado a los pies de Jesús arrepentida de su vida y tantas eran sus lágrimas que le había lavado los pies a Jesús enjugándoselos con sus cabellos. Como una prefiguración y anuncio de su sepultura había derramado sobre sus pies el ungüento que había llenado toda la casa de perfume. Ahora llora de nuevo ante el sepulcro porque allí no está Jesús.
¿Por qué lloras, María? ¿Por qué buscas en el sepulcro a quien está vivo? No podemos quedarnos buscando al crucificado porque El está vivo. Ahí está hablándote y no lo reconoces, lo confundes con el jardinero. Qué ciega estás para no verle, y qué valiente y fuerte quieres ser que te sientes capaz de recoger su cuerpo donde lo hayan puesto para llevártelo contigo.
Nos cegamos en nuestro dolor. Nos cegamos en nuestras preocupaciones hasta para faltarnos la esperanza. Nos cegamos y parece que ya no creemos en nada y olvidamos todo lo que habíamos escuchado y hasta vivido. ¿A quién buscas? ¿Cómo lo estás buscando?, nos pregunta también el Señor.
¿Por qué lloras, María? Escucha su voz, date cuenta de su presencia. Es El, el Señor que vive, el Señor resucitado que está junto a ti. No te quedes en el dolor de la cruz. No lo busques en la sepultura y en la muerte. Escucha su voz que te llama por tu nombre. ‘¡María!’. ‘¡Rabboni! ¡Maestro!’. Sí, es el Señor.
¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? ¿Cómo quieres encontrarlo? Seguimos en nuestras muertes, seguimos en nuestras preocupaciones y agobios, seguimos en nuestras angustias y no somos capaces de ver al Señor. Hemos pasado por la pascua, pero a veces nos cuesta llegar a la luz de la vida, a la luz que nos ofrece Cristo resucitado. No lo busquemos a nuestra manera, sino que abramos los ojos de la fe para verle tal como El quiere manifestarsenos. Vivamos la experiencia del encuentro con el Señor, como María  y nuestra vida tendrá que cambiar, nuestra forma de ver las cosas, se enardecerá de nuestro corazón y nos llenaremos de su amor, volveremos a tener esperanza e ilusión para seguir caminando.
También a nosotros nos pone en camino. ‘Ve y dile a mis hermanos’, nos dice a nosotros también. Como María tenemos que saber ir a los demás como unos verdaderos testigos de la presencia del Señor. Hoy hemos escuchado de nuevo a Pedro anunciando a Jesús, proclamándose testigo de Cristo resucitado e invitando a la conversión, a ajustar nuestra vida al camino y al sentido del evangelio, a aceptar nuestra vida a la luz del evangelio. Y ese evangelio de Jesús es transformador de nuestra vida, por eso no tengamos miedo de que las cosas pueden ser distintas, no nos echemos atrás, porque siempre el Señor estará con nosotros. 

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