Que las lágrimas de nuestras angustias no nos impidan sentir la presencia del Señor resucitado en nuestra vida
Hechos,
2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18
‘Mujer, ¿por qué
lloras?, ¿a quién buscas?’
Por dos veces María Magdalena escucha la pregunta. ‘Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando’. ¿Nos habremos quedado nosotros también a la
puerta del sepulcro llorando?
¿Por qué lloras,
María? ¿No crees en
las palabras de Jesús? Recordaba cuánto había recibido de Jesús, que como dice
el evangelista de ella había expulsado siete demonios. Un día llorando también
se había postrado a los pies de Jesús arrepentida de su vida y tantas eran sus
lágrimas que le había lavado los pies a Jesús enjugándoselos con sus cabellos.
Como una prefiguración y anuncio de su sepultura había derramado sobre sus pies
el ungüento que había llenado toda la casa de perfume. Ahora llora de nuevo
ante el sepulcro porque allí no está Jesús.
¿Por qué lloras,
María? ¿Por qué
buscas en el sepulcro a quien está vivo? No podemos quedarnos buscando al
crucificado porque El está vivo. Ahí está hablándote y no lo reconoces, lo
confundes con el jardinero. Qué ciega estás para no verle, y qué valiente y
fuerte quieres ser que te sientes capaz de recoger su cuerpo donde lo hayan
puesto para llevártelo contigo.
Nos cegamos en nuestro dolor. Nos cegamos en nuestras
preocupaciones hasta para faltarnos la esperanza. Nos cegamos y parece que ya
no creemos en nada y olvidamos todo lo que habíamos escuchado y hasta vivido. ¿A quién buscas? ¿Cómo lo estás buscando?,
nos pregunta también el Señor.
¿Por qué lloras,
María? Escucha su
voz, date cuenta de su presencia. Es El, el Señor que vive, el Señor resucitado
que está junto a ti. No te quedes en el dolor de la cruz. No lo busques en la
sepultura y en la muerte. Escucha su voz que te llama por tu nombre. ‘¡María!’. ‘¡Rabboni! ¡Maestro!’. Sí, es el Señor.
¿Por qué lloras? ¿A
quién buscas? ¿Cómo
quieres encontrarlo? Seguimos en nuestras muertes, seguimos en nuestras
preocupaciones y agobios, seguimos en nuestras angustias y no somos capaces de
ver al Señor. Hemos pasado por la pascua, pero a veces nos cuesta llegar a la
luz de la vida, a la luz que nos ofrece Cristo resucitado. No lo busquemos a
nuestra manera, sino que abramos los ojos de la fe para verle tal como El
quiere manifestarsenos. Vivamos la experiencia del encuentro con el Señor, como
María y nuestra vida tendrá que cambiar,
nuestra forma de ver las cosas, se enardecerá de nuestro corazón y nos
llenaremos de su amor, volveremos a tener esperanza e ilusión para seguir
caminando.
También a nosotros nos pone en camino. ‘Ve y dile a mis hermanos’, nos dice a
nosotros también. Como María tenemos que saber ir a los demás como unos
verdaderos testigos de la presencia del Señor. Hoy hemos escuchado de nuevo a
Pedro anunciando a Jesús, proclamándose testigo de Cristo resucitado e
invitando a la conversión, a ajustar nuestra vida al camino y al sentido del
evangelio, a aceptar nuestra vida a la luz del evangelio. Y ese evangelio de
Jesús es transformador de nuestra vida, por eso no tengamos miedo de que las
cosas pueden ser distintas, no nos echemos atrás, porque siempre el Señor
estará con nosotros.
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