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viernes, 20 de febrero de 2015

Estando con el Señor todo tiene que ser alegría y gozo, nuestro corazón tiene que estar siempre abierto al amor

Estando con el Señor todo tiene que ser alegría y gozo, nuestro corazón tiene que estar siempre abierto al amor

Isaías 58,1-9ª; Sal 50; Mateo 9,14-15
Estando con el Señor todo tiene que ser alegría y gozo, nuestro corazón tiene que estar siempre lleno de esperanza, no caben las tristezas y los agobios. Es de alguna manera lo que les quiere responder Jesús a los discípulos de Juan que venían a preguntarle por qué sus discípulos no ayunaban como lo hacían ellos y como lo hacían los discípulos de los fariseos. ‘¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?’
El ayuno en la práctica de cómo lo realizaban connotaba que tenían que poner cara de circunstancias, quiero decir, expresiones tristes y de dolor, cubriéndose el cuerpo con vestiduras tristes y de ceniza. Por eso ya escuchábamos a Jesús en otro momento del evangelio decirnos que cuando ayunemos no pongamos esa cara; lo escuchábamos el pasado miércoles de ceniza. ‘Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará’.
No cabe la tristeza estando con Jesús. El reino de los cielos es como un banquete de bodas nos ha dicho en otro lugar; y en un banquete de bodas lo que cabe es la alegría y la fiesta. No es que Jesús no quiera que no ayunemos, sino que lo hagamos de forma distinta. Ya en otro lugar nos dirá que tenemos que aprender a decirnos no, a negarnos a nosotros mismos; que prescindamos de unos alimentos en un momento determinado y lo hagamos libremente y por amor porque además seamos capaces de compartir aquello a lo que renunciamos con los más necesitados, tiene su valor y nos enseña además mucho, nos entrena, podríamos decir, para cuando tengamos que negarnos en cosas más importantes y trascendentales, como es por ejemplo el rechazar la tentación al pecado.
Pero ¿de qué nos vale estar mortificando nuestro cuerpo mientras al mismo tiempo mortificamos también al hermano que está a nuestro lado? El ayuno primero tendrá que ser el no mortificar al hermano, no hacerle daño al que está a nuestro lado, no hacer sufrir a los que nos rodean. Es lo que nos decía el profeta que escuchábamos en la primera lectura: ‘El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne’.
Nuestro ayuno tiene que pasar por el camino de la misericordia, la compasión, la solidaridad, el amor. Ése es el verdadero ayuno que el Señor nos pide. En el que tenemos que ejercitarnos con toda intensidad en este camino penitencial de la cuaresma que estamos aun casi iniciando. Por ahí tienen que ir nuestro compromiso en este camino hacia la Pascua, es la pascua que hemos de vivir en nosotros.

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