El martirio del Bautista nos recuerda nuestra misión de ser profetas de la verdad, del amor y de la justicia en nuestro mundo
Jer. 1, 17-19; Sal. 70; Mc. 6, 17-29
‘Tú cíñete los lomos,
ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo… yo te convierto hoy en plaza fuerte… lucharán contra ti,
pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte’. Es la Palabra escuchada por el
profeta Jeremías y proclamada en el nombre del Señor ante el pueblo. Es la
Palabra del profeta, entonces Jeremías como hemos escuchado, pero que la vemos
realizada en Juan Bautista cuyo martirio celebramos, y que tendría que ser la
palabra que ha de reflejar la vida del cristiano de todos los tiempos, también
nosotros hoy, porque así hemos sido consagrados en nuestro bautismo sacerdotes,
profetas y reyes.
Celebramos hoy el martirio de Juan Bautista - hemos
escuchado su relato en el evangelio - ‘testigo
de la verdad y de la justicia’ como lo proclama la liturgia de este día, y
que había sido ‘precursor del nacimiento
y de la muerte de Jesús’.
Cuando contemplamos la figura del Bautista, en especial
en el tiempo del Adviento, lo contemplamos como precursor del Mesías y en la
inmediatez de la celebración litúrgica del nacimiento de Jesús, así lo podemos
contemplar como precursor de su
nacimiento.
Cuando el 24 de junio celebramos su natividad nos
alegramos con todos los parientes y los vecinos de las montañas de Judea que se
preguntaban qué iba a ser de aquel niño en quien tantas cosas estaban
sucediendo en torno a su nacimiento. Ya el ángel Gabriel le había anunciado a
Zacarías que se llenaría de gozo y alegría y muchos también se alegrarían en su
nacimiento. Nosotros participamos entonces de esa alegría de fiesta en su
nacimiento.
Hoy lo contemplamos y celebramos en el momento cumbre
de su martirio como ‘testigo de la verdad
y la justicia’ como expresamos también en la oración litúrgica. Es el
momento, como diremos en el prefacio, en que ‘él dio su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo’.
En su muerte y entrega hasta el final para ser testigo de la verdad y la
justicia, le contemplaremos como ya antes decíamos también como ‘precursor de la muerte de Jesús’.
El era la voz que clamaba en el desierto y a todos iba
señalando qué es lo que habían de hacer en sus vida para obrando en justicia y
rectitud preparar los caminos del Señor. Recordamos como lo señalaba de forma
concreta a todos los que se acercaban a él. Esa voz que no se calló ante los
poderosos - como decía el profeta ‘frente
a los reyes y a los príncipes, frente a los sacerdotes y a la gente del campo’
- aunque intentarían acallarla con su muerte.
En su nacimiento Zacarías cantaría al Señor bendiciendo
su nombre porque había nacido quien anunciaría la buena nueva de la llegada del
que venía a traernos la libertad y la paz con su salvación. Ahora intentan
poner cerco a la palabra y al testimonio valiente del Bautista privándole de
libertad - ‘Herodes había mandado prender
a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado’ - porque denuncia lo que
es inmoral e injusto, pero siempre la palabra valiente del profeta molestará y
es mejor acallarla y quitarla de en medio. Ya lo hemos escuchado en el
evangelio con todo detalle por vivir Herodes con Herodías, la mujer de su
hermano.
Pero el profeta había anunciado ‘no te podrán, yo estoy contigo’, y la sangre derramada del
Bautista ya no sería una voz sino sería un grito que seguiría escuchándose a
través de los siglos porque así con su muerte había dado el testimonio supremo,
se había convertido en mártir, en testigo
de la verdad y de la justicia.
Es el grito que seguimos escuchando hoy cuando estamos
celebrando el martirio de Juan Bautista. Pero es grito que nos tiene que llegar
hondo a nosotros para despertarnos, para recordarnos cómo nosotros también
hemos de ser testigos, cómo nosotros hemos sido ungidos en el Bautismo con esa
misma misión de ser profetas en medio de nuestro mundo como ya recordábamos al
principio.
Hemos de sentir que esa palabra del profeta también nos
está dirigida a nosotros y nos está definiendo nuestra misión. Hemos de ser en
medio de nuestro mundo testigos de una fe y de una esperanza. No podemos callar lo que hemos visto y oído,
lo que hemos experimentado en nuestro corazón. Testigos de Jesús y de su
evangelio, de su buena nueva de salvación tenemos que ser frente al mundo y no
podemos callar.
Frente a tantas oscuridades que envuelven nuestro mundo
que muchas veces parece que ha perdido el sentido de Dios, frente al
sufrimiento de tantos a nuestro lado con tantas carencias y necesidades para vivir
una vida digna, frente a nuestro mundo muchas veces insensible y con
tentaciones a la insolidaridad, frente a ese mundo oscurecido por tanto mal y
tanto pecado al que le falta paz no solo porque está lleno de violencias y de
guerras en el enfrentamiento de unos y otros sino también en la carencia de esa
paz en las conciencias - cuánto podríamos decir en este sentido -, nosotros
tenemos que ser esos testigos del amor, de la justicia, de la paz, de ese mundo
nuevo que con la fuerza del evangelio queremos y podemos construir.
Que el Señor nos dé la valentía de Juan, la fuerza del
Espíritu del Señor para ungidos también por el Espíritu anunciemos esa buena
nueva de salvación al mundo en el que vivimos.
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