Con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo contribuyamos a hacer un mundo mejor a la medida del Reino de Dios
2Tes. 3, 6-10.16-18; Sal. 127; Mt. 23, 27-32
‘Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de
tu trabajo, serás dichoso, te irá bien’, así fuimos diciendo en el salmo. ‘Esta es la bendición del hombre que teme
al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de
Jerusalén todos los días de tu vida’. Es la meditación hecha oración y
petición al Señor después de escuchar las recomendaciones de san Pablo en su
carta a los Tesalonicenses.
Era algo muy vivo en la experiencia religiosa que vivía
aquella comunidad la espera de la venida del Señor. Pablo les insistirá incluso
que la venida, aunque no sabemos cuando será tal como había señalado Jesús en
el Evangelio, no era una venida inminente de manera que por ello dejáramos de
cumplir las obligaciones y responsabilidades de cada día, del trabajo de cada día.
Ante esa perspectiva que tenían algunos ahora Pablo les corrige y lamenta que
algunos lleven una vida ociosa sin hacer nada, ‘una vida desordenada’ les dice.
Por una parte se pone a sí mismo como ejemplo, pues
cuando estuvo entre ellos no dejó de ganarse con su trabajo el pan de cada día,
porque no quería ser carga para nadie, aunque les dice que como apóstol tendría
derecho a ello, porque como yo dijera Jesús en el evangelio el obrero merece su
sustento y como obreros de la viña del Señor, a eso tendría derecho. ‘Quise daros un ejemplo que imitar’ les
dice, y les recuerda la sentencia que ya les había dejado, ‘el que no trabaja, que no coma’.
Aquí podríamos recordar otros pasajes de la Escritura
en la que se nos recuerda la responsabilidad con que hemos de vivir nuestra
vida, porque nuestro trabajo no es solo fuente de nuestro sustento, y ya eso
nos ennoblece el trabajo, sino que además es nuestra contribución al desarrollo
de nuestro mundo. Esos talentos que Dios ha puesto en nuestras manos, y cuando
decimos talentos decimos nuestros valores y nuestras cualidades, nuestras
habilidades pero también toda la riqueza de nuestra inteligencia, no son para guardárnoslo
solo para nosotros mismos, sino que con ello estamos contribuyendo al
desarrollo de todo nuestro mundo, al bien también de los demás.
El hecho de vivir una vida espiritual, de darle
trascendencia espiritual y de eternidad a nuestra vida, el que con nuestra vida
queramos alabar al Señor y santificar su nombre no nos exime, sino todo lo
contrario, de esa responsabilidad con que tenemos que asumir nuestros trabajos.
Es cierto que queremos hacer un mundo mejor, soñamos y esperamos un mundo
nuevo, un cielo nuevo y una tierra nueva como nos dice el Apocalipsis, pero es
nos obliga más a esa contribución que desde nuestra vida, con nuestro trabajo,
con nuestra inteligencia y con todas nuestras habilidades hemos de realizar
para hacer precisamente mejor el mundo en el que vivimos.
Todo el desarrollo del pensamiento del hombre a través
de los siglos, todo el desarrollo de la ciencia en todas sus facetas ha sido
esa herencia que hemos recibido de nuestros antepasados, será con lo que ahora
nosotros intentemos hacer cada día una vida y un mundo mejor, y el granito de
arena que nosotros pongamos con nuestro esfuerzo y con nuestro trabajo será la
herencia que dejemos para el futuro.
Así nos enseñaba el Concilio Vaticano II en Gaudium et
Spes 39 “la espera de una tierra nueva no
debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta
tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de
alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que
distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo,
sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad
humana, interesa en gran medida al reino de Dios”.
Qué importante es nuestro trabajo; cuánto ennoblece el
espíritu del hombre. Pidamos al Señor para que toda persona pueda tener un
trabajo digno con el que ganarse su sustento; que toda persona pueda
desarrollar su vida a través de su trabajo para que la ociosidad no lo
embrutezca; que con nuestro trabajo seamos conscientes siempre que estamos
contribuyendo a hacer un mundo mejor. Que el Señor nos llene de su paz, como
pedía san Pablo para los Tesalonicenses, y que las bendiciones del Señor se
derramen sobre nosotros en ese fruto de nuestro trabajo y en esa prosperidad
que consigamos para todos.
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