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jueves, 28 de agosto de 2014

Atentos y vigilantes porque llega el Señor y queremos compartir la vida eterna y cantar para siempre sus alabanzas

Atentos y vigilantes porque llega el Señor y queremos compartir la vida eterna y cantar para siempre sus alabanzas

1Cor. 1, 1-9; Sal. 144; Mt. 24, 42-51
‘Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor’. Así ha comenzado el texto del evangelio que hoy se nos ha proclamado.  Unas palabras con un claro sentido escatológico porque realmente nos están hablando de la última venida del Señor en el final de los tiempos.
Un tema de gran importancia en el camino de nuestra vida cristiana para mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza, pero hemos de reconocer que no es algo en lo que pensemos mucho. Hoy vivimos en la inmediatez del día a día de nuestra vida con sus luchas y problemas, con sus momentos buenos y de felicidad y también muchas veces con nuestros agobios y amarguras. Quizá la solución de las cosas inmediatas que nos van surgiendo en la vida hace que vivamos sin trascendencia y olvidando esta parte de nuestra fe y que ha de animar también nuestra esperanza.
Tanto en el Credo como en la liturgia es algo que aparece de forma muy esencial, en fin de cuentas aspiramos a la vida eterna - o deberíamos aspirar - y así lo expresamos en nuestras oraciones. ¿No decimos por ejemplo en la plegaria eucarística que más utilizamos todos los días, antes de la doxología final, que el Señor tenga misericordia de nosotros y ‘merezcamos,  por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas’? Por eso en el embolismo al Padrenuestro pedimos que ‘vivamos protegidos de toda perturbación mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’.
Pues bien, de esto nos habla hoy Jesús en el evangelio, de esa venida, para la que hemos de estar preparados y vigilantes. ‘Estad vela…’ nos dice. No sabemos cuando será ese momento de la venida del Señor. Por eso es necesario estar vigilantes, y el que está vigilante no se duerme. Podemos recordar la parábola que en otro momento escucharemos y meditaremos de las doncellas que han de estar vigilantes con sus lámparas encendidas para la llegada del esposo.
Nos habla hoy Jesús del administrador, o el encargado de la servidumbre que tiene que estar atento para que todo se prepare a sus horas y nada se pase por alto de lo que es importante. Es la responsabilidad de nuestra vida que se ha de traducir también, como nos sugiere el evangelio, en el buen trato que hemos de tenernos los unos con los otros.
Pero nos podemos dormir, bajar la guardia, perder la necesaria actitud vigilante. Y cuando bajamos la guardia o nos dormimos las cosas no estarán preparadas en su punto. Cuántas veces nos sucede. Sí, porque perdemos la intensidad espiritual con que habríamos de vivir nuestra vida. ¿No decíamos antes que preocupados por la inmediatez de las cosas que nos van sucediendo a cada momento perdemos de vista el sentido trascendente de nuestra vida y olvidemos esa esperanza de vida eterna con que habríamos de vivir?
Vivimos fácilmente solo de tejas abajo, como se suele decir, porque no pensamos sino en el momento presente, dejamos a un lado el aspecto espiritual que hemos de darle a nuestra vida y perdemos al mismo tiempo los deseos de eternidad y de vivir para siempre en el Señor. Es la tibieza que nos tienta, y que por caminos tan malos nos va a llevar porque nos quedaremos solamente al final en las cosas materiales.
Hemos de estar en vela, vigilantes, con el espíritu en tensión, no olvidando esas ansias de vida eterna que tanto sentido van a darnos en todo lo que aquí y ahora en este mundo vayamos realizando. No podemos olvidar ese sentido espiritual de nuestra vida, para vivir con deseos de Dios, de querer unirnos a Dios. Y eso nos haría cultivar más y más nuestra fe y nuestra esperanza; y eso se va a manifestar en el crecimiento y maduración de nuestro amor, un amor cada vez más comprometido. 
Pero todo eso hemos de alimentarlo. Ahí tiene que estar muy presente la Palabra de Dios que escuchemos con fe y con atención; ahí tiene que estar nuestra oración, pero una oración viva, intensa, profunda porque nos abrimos a Dios y queremos llenarnos de verdad de Dios; ahí tiene que estar todo lo que es nuestra vida sacramental, desde la Eucaristía en la que podemos alimentarnos cada día con Cristo mismo que se nos hace comida, y el sacramento de la Penitencia que nos perdona y nos renueva, que nos hace reflexionar sobre la realidad de nuestra vida y revisarnos; ahí está para los enfermos y para los ancianos el Sacramento de la Unción que nos hace sentir la fuerza del Espíritu del Señor en la debilidad que nos va apareciendo en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu.

Viene el Señor, no sabemos el momento, pero llegará a nuestra vida y hemos de estar preparados para que podamos alcanzar la vida eterna y cantar para siempre sus alabanzas en el cielo.

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