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lunes, 25 de agosto de 2014

Demos gracias porque no se nos ha apagado la fe, mantenemos caldeado el amor y la esperanza nos mantiene perseverantes

Demos gracias porque no se nos ha apagado la fe, mantenemos caldeado el amor y la esperanza nos mantiene perseverantes  

2Ts. 1, 1-5. 11-12; Sal. 95; Mt. 23, 13-22
En la primera lectura durante unos días escucharemos textos de la segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses. Era una comunidad muy querida para san Pablo, pues en ella pasó largo tiempo predicando el evangelio en su segundo viaje apostólico, cuando, sintió a través de aquel sueño visión que tuvo donde veía a un macedonio que lo llamaba,  que el Señor era el que lo llamaba para predicar en tierras europeas. Tesalónica, ciudad importante en las rutas comerciales de la época, es la capital de la región de Macedonia. Ya está  en territorio europeo, es al norte de Grecia, mientras hasta entonces la predicación de Pablo había sido en el Asia Menor, lo que es hoy Turquía.
Pablo guarda grato recuerdo de su predicación en Tesalónica porque fueron muchos los que abrasaron la fe; aunque tuvo que marchar ante una serie de revueltas que forjaron los que se oponían a la predicación del Evangelio, mantiene su cariño por aquella comunidad, conservamos dos cartas, y estuvo en constante contacto con ellos. La que escuchamos estos días es la segunda carta conservada.
Tras el saludo inicial, no solo suyo sino de Silvano y Timoteo que le acompañan, en que desea la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo para aquella Iglesia, querrá dar gracias a Dios por las noticias que le llegan de cómo se mantiene viva en ellos su fidelidad cristiana. No olvidemos que decir Iglesia es lo mismo que decir los convocados por el Señor, por eso su saludo es para los que forman la Iglesia de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. ‘Es deber nuestro dar continuas gracias a Dios por vosotros’, les dice.
¿Por qué gracias a Dios por aquella Iglesia? Podíamos decir que el exponente de la vida cristiana, en lo que se manifiesta la vida cristiana es en la práctica de virtudes teologales, la vivencia de la fe, del amor y de la esperanza. Pablo quiere resaltar cómo lo viven ellos. ‘Vuestra fe crece vigorosamente’, les dice. Cuántas veces lo hemos dicho, cómo tiene que crecer y madurar nuestra fe, cómo tiene que manifestarse una fe madura y comprometida; una fe que se manifiesta, se proclama, se contagia a cuantos estén a nuestro alrededor.
Pero no es solo la fe, sino que tiene que manifestarse de forma comprometida en el amor. ‘Vuestro amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno, sigue aumentando’. Qué hermoso cómo se vive el amor mutuo. ‘De cada uno por todos y de todos por  cada uno’, nadie queda excluido; y es un amor vivo, eficiente, que no se queda solo en palabras, sino que serán actitudes profundas que se van a ir manifestando en múltiples gestos de amor, de atención, de cuidado mutuo, de delicadeza, de alegre y afectiva convivencia, de compartir generoso.
Pero no puede faltar la esperanza. Esperanza que es perseverancia en la fe; esperanza que es confianza en un futuro de vida nueva; esperanza que es constancia en el amor, aunque no siempre sea fácil; esperanza que es fortaleza en medio de la dificultad que se podría convertir en persecución; esperanza que llena de trascendencia nuestra vida; esperanza que no se queda en el momento presente, sino que precisamente porque no siempre es fácil ese momento presente, sabe que llegará una plenitud de dicha y de recompensa por lo que hayamos hecho.
Pablo se siente orgulloso de la esperanza de aquella comunidad; pasan momentos difíciles pero ‘la fe permanece constante en medio de todas las persecuciones y luchas que sostenéis’, les dice.
Creo que mientras hemos ido comentando y reflexionando lo que era la vivencia de fidelidad de aquella comunidad, hemos tratado de irnos viendo nosotros a saber si así es también nuestra fidelidad al Señor. Aunque quizá con muchas debilidades en muchos momentos, también creo que como san Pablo tenemos que dar gracias a Dios, porque intentamos, queremos permanecer en esa fe y en ese amor, aunque nos cueste; la esperanza no se ha apagado en nuestros corazones aunque muchos sean los nubarrones que traten de oscurecerla. Queremos mantenernos en esa fidelidad al Señor.
Demos gracias a Dios porque no se nos ha apagado la fe, queremos mantener caldeado nuestro amor y la esperanza nos hace perseverantes en todo momento.

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