Demos gracias porque no se nos ha apagado la fe, mantenemos caldeado el amor y la esperanza nos mantiene perseverantes
2Ts. 1, 1-5. 11-12; Sal. 95; Mt. 23, 13-22
En la primera lectura durante unos días escucharemos
textos de la segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses. Era una comunidad
muy querida para san Pablo, pues en ella pasó largo tiempo predicando el
evangelio en su segundo viaje apostólico, cuando, sintió a través de aquel
sueño visión que tuvo donde veía a un macedonio que lo llamaba, que el Señor era el que lo llamaba para
predicar en tierras europeas. Tesalónica, ciudad importante en las rutas
comerciales de la época, es la capital de la región de Macedonia. Ya está en territorio europeo, es al norte de Grecia,
mientras hasta entonces la predicación de Pablo había sido en el Asia Menor, lo
que es hoy Turquía.
Pablo guarda grato recuerdo de su predicación en Tesalónica
porque fueron muchos los que abrasaron la fe; aunque tuvo que marchar ante una
serie de revueltas que forjaron los que se oponían a la predicación del
Evangelio, mantiene su cariño por aquella comunidad, conservamos dos cartas, y
estuvo en constante contacto con ellos. La que escuchamos estos días es la
segunda carta conservada.
Tras el saludo inicial, no solo suyo sino de Silvano y
Timoteo que le acompañan, en que desea la gracia y la paz de Dios Padre y del
Señor Jesucristo para aquella Iglesia, querrá dar gracias a Dios por las
noticias que le llegan de cómo se mantiene viva en ellos su fidelidad
cristiana. No olvidemos que decir Iglesia es lo mismo que decir los convocados
por el Señor, por eso su saludo es para los que forman la Iglesia de Dios
nuestro Padre y del Señor Jesucristo. ‘Es
deber nuestro dar continuas gracias a Dios por vosotros’, les dice.
¿Por qué gracias a Dios por aquella Iglesia? Podíamos
decir que el exponente de la vida cristiana, en lo que se manifiesta la vida
cristiana es en la práctica de virtudes teologales, la vivencia de la fe, del
amor y de la esperanza. Pablo quiere resaltar cómo lo viven ellos. ‘Vuestra fe crece vigorosamente’, les
dice. Cuántas veces lo hemos dicho, cómo tiene que crecer y madurar nuestra fe,
cómo tiene que manifestarse una fe madura y comprometida; una fe que se
manifiesta, se proclama, se contagia a cuantos estén a nuestro alrededor.
Pero no es solo la fe, sino que tiene que manifestarse
de forma comprometida en el amor. ‘Vuestro
amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno, sigue aumentando’. Qué
hermoso cómo se vive el amor mutuo. ‘De
cada uno por todos y de todos por cada
uno’, nadie queda excluido; y es un amor vivo, eficiente, que no se queda
solo en palabras, sino que serán actitudes profundas que se van a ir
manifestando en múltiples gestos de amor, de atención, de cuidado mutuo, de
delicadeza, de alegre y afectiva convivencia, de compartir generoso.
Pero no puede faltar la esperanza. Esperanza que es
perseverancia en la fe; esperanza que es confianza en un futuro de vida nueva;
esperanza que es constancia en el amor, aunque no siempre sea fácil; esperanza
que es fortaleza en medio de la dificultad que se podría convertir en persecución;
esperanza que llena de trascendencia nuestra vida; esperanza que no se queda en
el momento presente, sino que precisamente porque no siempre es fácil ese
momento presente, sabe que llegará una plenitud de dicha y de recompensa por lo
que hayamos hecho.
Pablo se siente orgulloso de la esperanza de aquella
comunidad; pasan momentos difíciles pero ‘la
fe permanece constante en medio de todas las persecuciones y luchas que sostenéis’,
les dice.
Creo que mientras hemos ido comentando y reflexionando
lo que era la vivencia de fidelidad de aquella comunidad, hemos tratado de
irnos viendo nosotros a saber si así es también nuestra fidelidad al Señor.
Aunque quizá con muchas debilidades en muchos momentos, también creo que como
san Pablo tenemos que dar gracias a Dios, porque intentamos, queremos
permanecer en esa fe y en ese amor, aunque nos cueste; la esperanza no se ha
apagado en nuestros corazones aunque muchos sean los nubarrones que traten de
oscurecerla. Queremos mantenernos en esa fidelidad al Señor.
Demos gracias a Dios porque no se nos ha apagado la fe,
queremos mantener caldeado nuestro amor y la esperanza nos hace perseverantes
en todo momento.
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