Un corazón humilde será capaz de hacer sitio en él para dejar meter el corazón de los demás
Jer. 13, 1-11; Sal.: Deut. 32, 18-21; Mt. 13, 31-35
Un corazón humilde, un corazón que se hace pequeño y
sencillo, será un corazón que pueda llenarse de amor, porque se olvidará de sí
mismo para estar siempre abierto a que los demás se puedan acoger en él. Así quiero
resumir el mensaje que hoy podemos encontrar en las parábolas que nos propone Jesús
en el evangelio.
Las hemos escuchado y meditado recientemente, pero como
tantas veces hemos dicho, la riqueza de
la Palabra de Dios es tan grande que siempre que nos acercamos a ella, con
verdadera humildad y con deseos de dejarnos iluminar vamos a encontrar un
mensaje de vida y de luz que llene las ansias más profundas de nuestra vida.
Nos habla la parábola de la pequeña semilla de la
mostaza y del puñado de levadura echado a la masa. Cosas pequeñas y
aparentemente insignificantes pero de gran significado como tantas veces hemos
meditado. Yo me preguntaría de entrada ¿llegaré a ser en verdad semilla
mostaza? ¿en qué medida soy levadura de Dios en medio del mundo que me rodea?
Fijémonos en la parábola de la semilla de la mostaza;
pequeña e insignificante pero que hará brotar una planta, como nos explica Jesús
en la parábola, que se hará la más grande en medio de las demás hortalizas, de
manera que bajo sus ramas llegan a acogerse los pajarillos que anidan en sus
ramas.
¿Qué nos puede enseñar? Cuando sabemos ser humildes y
sencillos, como decíamos al principio, vamos a tener un corazón capaz de acoger
a cuantos nos rodean, pero será un corazón, como decíamos, muy dispuesto para
el amor. Y ¿qué es amar al otro? Dejar que se introduzca en nuestro corazón. Cuando
decimos que amamos a los demás estaríamos diciendo que vamos poniendo a esas
personas en nuestro corazón; y todo el
que se siente amado se siente acogido.
¡Qué a gusto nos sentimos al lado de las personas
humildes y sencillas! No encontraremos nunca en ellas ningún signo de
superioridad, la vanidad estará lejos de sus vidas, no habrá nunca desplantes
ni acritud ni en sus actitudes ni en sus palabras, todo lo que realicen en el
trato con nosotros estará lleno de delicadeza y cariño, siempre tendrán para
nosotros una palabra amable, nos sentiremos en verdad bien acogidos, nos
sentiremos contagiados de su dicha y de la alegría que siempre llevan en el
corazón. Como la planta de la mostaza, nacida de una pequeña semilla pero que
permitirá que incluso los pajarillos aniden bajo sus ramas.
¿Entendemos ahora la pregunta que nos hacíamos cuando
comenzamos a reflexionar sobre la parábola? ¿Seremos en verdad esa semilla de
la mostaza o esa planta que sea capaz de acoger siempre a los demás? ¡Qué
distintas y qué hermosas por humanas serían nuestras relaciones mutuas! ¡Qué
agradable se convertiría nuestra convivencia de cada día!
En un mismo sentido podríamos reflexionar sobre la otra
parábola, la de la levadura. La levadura
se mezcla y se hace una con la masa, se amasa para hacerla fermentar. Es lo que
es capaz de hacer posible el amor, cuando hay amor verdadero, en nuestras
relaciones con los demás. Es el amor el que va a transformar nuestro mundo,
transformando antes nuestros corazones. No será sólo a partir de normas o leyes
como vamos a hacer que nuestro mundo sea mejor, si nosotros no estamos
dispuestos a dejar transformar nuestros corazones. Pongamos esa levadura del
amor en nuestra vida, en lo que hacemos, en nuestras relaciones con los demás,
en nuestro trato con los otros.
Es la levadura que nos hará amables y generosos, quitará
acritud y violencia en nuestro trato, nos dará capacidad para aceptarnos y al
mismo tiempo fuerza para arrancar de nosotros actitudes orgullosas que tanto
daño harían a los demás. El amor desterrará de nosotros todo lo que sea
vanidad, porque actuará de forma callada como sin apenas dejarse notar la
levadura se mezcla con la masa para fermentarla. Así iremos fermentando nuestro
mundo para hacerlo un mundo lleno de amor donde brillará para siempre la paz y
la armonía.
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