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viernes, 1 de agosto de 2014

Admiración, sí, pero confesión de fe intensamente vivida, expresada y celebrada

Admiración, sí, pero confesión de fe intensamente vivida, expresada y celebrada

Jer. 26,1-9; Sal. 68; Mt.13, 54-58
Solo la admiración no es suficiente para una confesión de fe, aunque necesitamos saber admirarnos de las maravillas de Dios y así llegar a una confesión de fe intensamente vivida, expresada y celebrada.
Es cierto que hemos de saber admirarnos ante las maravillas que podemos contemplar ante nosotros. Es necesario, sí, saber admirarnos de las maravillas que Dios realiza a favor nuestro. Es importante dejarnos sorprender por ese actuar de Dios que se nos manifiesta en todo lo grandioso de la obra de su creación, cómo en esa cercanía que nos manifiesta en Jesús que camina a nuestro lado porque se hace hombre y uno como nosotros viviendo nuestra propia vida. Pero no nos podemos quedar ahí, hemos de saber dar un paso adelante en el camino de la fe para reconocer la grandeza del amor de Dios y saber acoger la salvación que El nos ofrece en Jesús. Y entonces expresar esa fe y celebrarla con toda intensidad.
Las gentes de Nazaret se admiraron ante las palabras de Jesús cuando va a la sinagoga el sábado hace la lectura de la Escritura y les enseña. Pero no pasaron de ahí, no llegaron a la fe. Comenzaron pronto sus pegas y su resistencia; era solo ‘el hijo de María’,  ‘el hijo del carpintero’, aquel cuyos familiares estaban allí entre ellos. ‘¿De donde saca esta sabiduría y estos milagros?’ Si nosotros desde chiquito lo conocemos, porque aquí siempre estuvo entre nosotros, poco menos que se decían. ‘Y desconfiaban de él’, dice el evangelista, que terminará recalcando ‘que no hizo allí Jesús muchos milagros, por su falta de fe’.
Se extrañaba Jesús de su falta de fe, porque desconfiaban de él. Quien no confía - desconfianza - es porque no cree. No habían llegado a descubrir que el hijo de María era el Hijo de Dios que venía a traerles la salvación. Como dirían en otra ocasión ‘si éste es el hijo de María y de José, ¿cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?... ¿cómo es posible que un hombre sepa tanto sin haber estudiado?’ Será algo que vemos que repite en diferentes momentos del Evangelio ante las enseñanzas y ante el actuar de Jesús.
Cuando hay fe las maravillas de Dios se multiplican, aunque sea en ocasiones desde gestos pequeños y sencillos. Cuando acuden a Jesús pidiendo milagros El les preguntará por su fe, o en otras ocasiones, les explicará que todo ha sucedido ‘conforme a su fe’, porque han creído. Ahora en Nazaret sin embargo le rechazan.
Pero siempre nosotros tenemos que hacernos la pregunta, y ¿cómo verá Jesús nuestra fe? ¿Sabremos maravillarnos ante las obras de Dios, pero sabremos dar el paso adelante para reconocer en verdad lo que es la acción de Dios en nuestra vida?
Las pegas que ponían las gentes de Nazaret y muchos de los judíos como hemos visto a lo largo del evangelio, era que para ellos Jesús era simplemente el hijo del carpintero y no veían nada más para admirar la obra de Dios en El. Nosotros quizá afirmamos muy bien todo lo que dice el Credo y somos capaces de decir todo muy hermoso acerca de Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías salvador y todo lo demás que podemos confesar con nuestra fe.
Pero nos puede suceder algo. Que nos acostumbremos a hacer esa confesión de fe y ya nuestro corazón no se admire de la obra de Dios; que podamos caer en rutina e incluso cuando venimos a nuestras celebraciones no le demos en verdad intensidad de vida a lo que es la celebración de nuestra  fe. Lo vemos todo tan normal porque cada día forma parte del rito de  la celebración, que no somos capaces de admirarnos del milagro grande y maravilloso de la Eucaristía que ante nosotros se realiza. Y cuando nos acostumbramos a las cosas les hacemos perder intensidad; cuando nos acostumbramos tenemos el peligro de la rutina que es camino de frialdad y es poner en peligro a la larga nuestra fe.
Pidámosle al Señor que no nos sucede algo de eso. Que vivamos intensamente la celebración de nuestra fe cantando las maravillas del Señor y así nuestra misma celebración sea una proclamación gozosa que hacemos frente al mundo que nos rodea.

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