Haciéndole sitio a Dios en nuestra vida, le haremos sitio a los hermanos
Hebreos, 13, 1-3. 14-16; Sal. 33; Lc. 10, 38-42
Quien no tiene sitio para Dios en su vida, tampoco
tendrá sitio para los demás en su corazón. Con este pensamiento quiero comenzar
mi reflexión en esta fiesta de santa Marta que hoy estamos celebrando y aquí
con especial gozo y solemnidad. Podría ser un resumen del mensaje que hoy
recibiéramos y hasta convertirse casi en algo así como un lema para el
desarrollo de nuestra entrega y nuestra vida cristiana, un lema de
espiritualidad.
Como bien sabemos todos las Hermanitas sienten un
especial patronazgo y protección en Santa Marta, porque en aquel hogar de
Betania que Jesús tantas veces visitara, como se puede desprender fácilmente
del Evangelio y donde Jesús prodigara su amistad y sus gracias especiales, al
tiempo que también se sentía acogido, encuentran un modelo para los hogares de
los Ancianos y en especial en santa Marta y su admirable espíritu de servicio
un estímulo para sus vidas entregadas por los demás, desde el amor de Dios.
Eran los amigos de Jesús. Como tantas veces hemos
comentado, quizá por su situación en el camino que sube de Jericó a Jerusalén y
que era el habitual que hacían los galileos que bajaban por el valle del Jordán
en su subida a la ciudad santa y que podría servir de descanso haciendo un alto
en el larga y fatigoso camino, o también por otras relaciones que habrían
surgido desde su apertura a la predicación de Jesús y la conversión de sus
corazones al Reino de Dios por Jesús anunciado, hoy contemplamos en el
evangelio esa escena donde Jesús y sus discípulos son acogidos con tanto cariño
en aquel hogar de Betania. Bien sabemos que cuando Lázaro enfermó y Jesús está
lejos en la otra Betania quizá, más allá del Jordán, el aviso que le hace Marta
a Jesús es decirle que aquel a quien ama, su amigo, está enfermo.
Siempre pensamos en Betania como en un remanso de paz,
un lugar cálido de acogida donde se abren los corazones a la hospitalidad, al
servicio y al amor, donde se siente el gozo de la amistad. Siempre nos es fácil
imaginar Betania en ese sentido, precisamente desde este pasaje del Evangelio
hoy escuchado. Allí están los corazones abiertos para la acogida, para el
servicio, para la hospitalidad, para el compartir la amistad. Casi podríamos
sentir una sana envidia de aquel hogar y aquella familia que sabían abrir así
sus puertas a la llegada de Jesús a sus vidas.
Una imagen de nuestros hogares. Marta que se afana por
tener todo preparado es el signo de la madre que siempre está pendiente de lo
que pueda faltar en el hogar, en la familia, en los hijos. A María,por su
parte, siempre la vemos en esa actitud
casi contemplativa de la escucha, de la apertura del corazón para saber sentir
la presencia de una manera especial, de la escucha para prestar atención y no
perderse ni una palabra que llenara sus corazones de paz.
Pero no podemos contraponer a Marta y María sino que
juntas vienen a enseñarnos cómo nuestro corazón siempre ha de estar dispuesto
para la acogida, para la escucha, para el servicio. Aunque las palabras de
Marta pareciera que recriminaran la actitud de María, o las palabras de Jesús
pareciera que dieran prevalencia a la actitud de escucha de María, no podemos
hacer divisiones ni partes estancas, como si cada una fuera por su lado.
Marta en sus afanes también era una mujer atenta a
Jesús y a cuanto decía, tenía también una finura en el alma, para entrar en la sintonía
de Jesús aunque al tiempo corriera de un lado para otro en su servicio; la
veremos luego que será la que acuda a Jesús en la enfermedad de su hermano
poniendo toda su confianza en El, la que le salga al encuentro y la que termine
haciendo una hermosa confesión de fe, en la resurrección y en la vida, en
Cristo y en su salvación; confesión que solo podría salir desde un corazón muy
abierto a Dios y que había sabido también plantar en él su Palabra.
Porque su corazón estaba abierto a Dios era capaz de
prestar aquel servicio; acogía a Jesús y sus discípulos porque acogía a Dios en
su corazón; tenía sitio para Dios en su corazón y entonces siempre habría sitio
para cuantos pasaran a su lado en el camino de su vida, en esa virtud tan
hermosa de la hospitalidad que contemplamos resplandecer en aquel hogar de
Betania. Es como decíamos al principio la gran lección que hoy podemos aprender
en esta fiesta de Santa Marta.
Y es que algunas veces andamos como confundidos o
divididos en nuestro interior contraponiendo cosas que no tendríamos nunca que
contraponer. Desde una buena voluntad e incluso desde un celo misionero,
apostólico o de servicio a los demás, vemos cuanto hay que hacer en nuestro
entorno; contemplamos sufrimientos en los que quisiéramos ser consuelo,
necesidades y carencias ante las que sentimos el ardor y la urgencia de buscar
un remedio o una solución, un mundo de violencias e injusticias ante el que nos
rebelamos porque quisiéramos que las cosas fueran de otra manera, tantos problemas
que agobian a quienes están a nuestro alrededor y que nos pueden contagiar también
con esos agobios y hacernos perder la paz, quisiéramos estar en todo y en todos
los sitios para ayudar, para hacer el bien y nos parece que el tiempo no nos da
para todo lo que tendríamos o quisiéramos hacer.
Pero nosotros decimos que nuestra fuerza está en el
Señor. Que es cierto que son muchos los problemas a resolver y que no nos da el
tiempo para comprometernos a todo, pero a nosotros no nos puede faltar el
tiempo para Dios. No podemos contentarnos con decir que ya todo ese trabajo es oración
y que lo que nos pide Dios es que trabajemos y nos comprometamos por los demás
y el tiempo para rezar lo dejamos para otro momento. Para que lleguemos a hacer
de verdad que todo ese trabajo que realicemos sea en verdad oración, porque sea
una respuesta que demos a lo que nos habla o nos dice el Señor, antes tenemos
que pararnos a escuchar a Dios, a estar con Dios.
Sí, hemos de tener nuestro tiempo para Dios, para que
luego en verdad podamos tener nuestro tiempo para los demás. Hemos de saber
abrir las puertas de nuestro corazón a Dios para que venga y esté con nosotros
y en nosotros - es lo que contemplamos hoy en Betania - para que luego de
verdad podamos abrir las puertas de nuestro corazón a nuestros hermanos y ellos
también estén en nuestro corazón. Ya hemos dicho en otra ocasión que amar al
hermano es ponerlo en nuestro corazón. Pero podremos ponerlo de verdad en
nuestro corazón, cuando hayamos puesto a Dios en él.
Es que además tenemos otros peligros si nos falta esa
presencia y esa sintonía de Dios en nuestro corazón. Tenemos el peligro de que
nuestra mirada se enturbie y en lugar de mirar al otro con verdadera amor,
comencemos por ver negruras en el alma de los otros y es el principio de irlos
quitando de nuestro corazón y ya nuestro amor no sea tan universal, tan
generoso, tan desinteresado, tan inmenso como tiene que ser el amor cristiano.
Y está el peligro también de nuestros cansancios, de
nuestras desilusiones ante los fracasos que podamos cosechar, las rutinas que
se nos pueden meter en el alma que harán que se nos enfrié el amor, la entrega,
la generosidad. Pero si hemos puesto de verdad a Dios en nuestro corazón
tenemos asegura la presencia y la fuerza de su Espíritu que estará siempre
caldeando nuestro corazón.
Hagamos de nuestro corazón una nueva Betania para todo
aquel que se pueda acercar a nosotros, porque en verdad le hayamos abierto las
puertas a Dios en nuestra vida. Y abrir las puertas a Dios en nuestra vida es
saber tener tiempo para orar, para escuchar su Palabra, para celebrar y
alimentar nuestra fe. Será algo que nunca tendrá que faltar en nuestra vida.
Sin ello nuestra vida carecería de profundidad y perdería también el sentido de
trascendencia que queremos darle a todo nuestro amor y a todo lo que hacemos.
Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados siempre lo
han entendido muy bien y es el motor fuente de su espiritualidad y de su
servicio. Si podemos ver en ellas esos corazones siempre abiertos al amor y al
servicio, que se desviven en atenciones por los ancianos y nunca le cierran la
puerta a nadie mientras haya un lugar donde poder atenderle, es porque ellas
cada día tienen mucho tiempo para Dios. Y como tienen mucho tiempo para Dios,
siempre tendrán mucho tiempo para el servicio, para la atención de los ancianos
acogidos en sus hogares, pero también para cuantos nos acercamos a su alrededor
donde siempre encontraremos su cariño, su acogida, su tiempo para escucharnos o
para decirnos también una palabra de ánimo y de consuelo. Por eso celebran
ellas con tanto entusiasmo y devoción esta fiesta de santa Marta porque en
aquel hogar de Betania tienen un modelo y una referencia para su vida y para su
espiritualidad.
Que Santa Marta interceda por nosotros para que
llevemos de verdad a la vida este mensaje. Que Santa Marta proteja a las
Hermanitas y a sus Hogares para que puedan ser siempre fieles a su vocación de
servicio con la ayuda y la gracia del Señor.
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