La ley del Señor vivida en el amor es nuestra sabiduría y nuestro camino de santidad
Deut. 4, 1.5-9; Sal. 147; Mt. 5, 17-19
Por una parte hemos escuchado en el Deuteronomio que Moisés le dice al
pueblo: ‘Escucha los mandatos y decretos
que yo os enseño a cumplir: así viviréis, entraréis y tomaréis posesión que el
Señor os va a dar…’ Y por otra parte hemos escuchado a Jesús que nos dice
en el evangelio ‘no creáis que he venido
a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud…’
Moisés le decía al pueblo que aquellos mandatos son su sabiduría
y su prudencia. Era una manera de hacer comprender al pueblo lo importante que
era cumplir con la ley del Señor. A todos nos pasa, no nos gusta que nos pongan
normas y nos señalen lo que tenemos que hacer; siempre surge una rebeldía en
nuestro corazón y nos puede parecer que una norma o un mandamiento coartaría
nuestra libertad, porque nos gusta hacer lo que a nosotros nos parece.
Por eso Moisés trata de explicarles que en la ley del
Señor encuentran su sabiduría, porque en la ley del Señor encuentran el
verdadero sentido de sus vidas. Son como los cauces por donde han de circular
los caminos de nuestra vida que no solo nos harían más felices a nosotros sino
que también contribuiríamos a la felicidad de los demás. ‘Ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia’, les dice.
Pero antes que todo eso les da un motivo más grande que
es la cercanía de Dios. No es un Dios
lejano, sino un Dios que se hace presente en nuestra vida, camina a nuestro
lado. Los otros pueblos al escuchar lo que son los mandatos del Señor dirán: ‘Cierto que son un pueblo sabio y prudente
esta gran nación; porque ¿Cuál de las naciones grandes tiene unos dioses tan
cercanos? ¿cuál de las naciones grandes tiene unos mandatos y decretos tan
justos…?’ Y les insiste que no olviden nunca todas las maravillas que el
Señor ha hecho con su pueblo porque así recordarán el amor que Dios siempre les
ha tenido y eso les motivará a querer cumplir siempre su voluntad.
Bien nos viene a nosotros recordar también todo esto,
estas palabras de Moisés. Que sepamos descubrir toda la sabiduría que contiene
la Palabra del Señor y lo importante que son para nosotros los mandamientos del
Señor. No lo podemos olvidar, y no podemos olvidar los mandamientos del Señor.
Es un peligro que tenemos. Hemos de tener siempre muy presente, no olvidarlos
de ninguna manera, lo diez mandamientos.
Ojalá los tuviéramos siempre delante de nuestros ojos,
muy presentes en nuestra vida, para que dejemos conducir nuestra vida siempre
por lo que es la voluntad del Señor. Fijémonos en lo que decimos en el
padrenuestro, ‘hágase tu voluntad así en
la tierra como en el cielo’; cumplir siempre la voluntad del Señor en todo.
¿Cómo vamos a cumplirla si ni siquiera nos sabemos de memoria los mandamientos?
Y Jesús nos dice que no ha venido a abolir los
mandamientos del Señor. Ha venido a darles plenitud, como plenitud quiere para
toda nuestra vida. Y nos dice que el que se salte aunque solo fuera uno de los
que pueden parecer más pequeños e insignificantes, no es digno del Reino de los
cielos. ¿Cuál es el camino de esa plenitud de la que nos habla Jesús? No es
otro que el camino del amor, porque eso fue su vida y quiere que sea nuestra
vida.
No cumplimos los mandamientos a regañadientes y porque
no nos queda más remedio; eso sería una pobreza grande en nuestra vida.
Recordemos que en los mandamientos tenemos nuestra sabiduría y nuestra
prudencia como nos decía Moisés. Lo hacemos desde el amor. no vamos temiendo
castigos y condenas, sino vamos buscando cómo mejor expresar nuestro amor a
Dios, que lo haremos en el amor que le tengamos a los demás.
Recordemos aquellos versos tan
hermosos que quizá aprendimos de niños y qué valor tienen para motivarnos al
amor y al cumplimiento de la ley del Señor.
‘No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me
mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves,
Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu
cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor,
y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera
infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que
espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera’. Que así nos
sintamos nosotros movidos a cumplir siempre la ley del Señor.
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