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miércoles, 26 de marzo de 2014

La ley del Señor vivida en el amor es nuestra sabiduría y nuestro camino de santidad



La ley del Señor vivida en el amor es nuestra sabiduría y nuestro camino de santidad

Deut. 4, 1.5-9; Sal. 147; Mt. 5, 17-19
Por una parte hemos escuchado  en el Deuteronomio que Moisés le dice al pueblo: ‘Escucha los mandatos y decretos que yo os enseño a cumplir: así viviréis, entraréis y tomaréis posesión que el Señor os va a dar…’ Y por otra parte hemos escuchado a Jesús que nos dice en el evangelio ‘no creáis que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud…’
Moisés le decía al pueblo que aquellos mandatos son su sabiduría y su prudencia. Era una manera de hacer comprender al pueblo lo importante que era cumplir con la ley del Señor. A todos nos pasa, no nos gusta que nos pongan normas y nos señalen lo que tenemos que hacer; siempre surge una rebeldía en nuestro corazón y nos puede parecer que una norma o un mandamiento coartaría nuestra libertad, porque nos gusta hacer lo que a nosotros nos parece.
Por eso Moisés trata de explicarles que en la ley del Señor encuentran su sabiduría, porque en la ley del Señor encuentran el verdadero sentido de sus vidas. Son como los cauces por donde han de circular los caminos de nuestra vida que no solo nos harían más felices a nosotros sino que también contribuiríamos a la felicidad de los demás. ‘Ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia’, les dice. 
Pero antes que todo eso les da un motivo más grande que es la cercanía de Dios.  No es un Dios lejano, sino un Dios que se hace presente en nuestra vida, camina a nuestro lado. Los otros pueblos al escuchar lo que son los mandatos del Señor dirán: ‘Cierto que son un pueblo sabio y prudente esta gran nación; porque ¿Cuál de las naciones grandes tiene unos dioses tan cercanos? ¿cuál de las naciones grandes tiene unos mandatos y decretos tan justos…?’ Y les insiste que no olviden nunca todas las maravillas que el Señor ha hecho con su pueblo porque así recordarán el amor que Dios siempre les ha tenido y eso les motivará a querer cumplir siempre su voluntad.
Bien nos viene a nosotros recordar también todo esto, estas palabras de Moisés. Que sepamos descubrir toda la sabiduría que contiene la Palabra del Señor y lo importante que son para nosotros los mandamientos del Señor. No lo podemos olvidar, y no podemos olvidar los mandamientos del Señor. Es un peligro que tenemos. Hemos de tener siempre muy presente, no olvidarlos de ninguna manera, lo diez mandamientos.
Ojalá los tuviéramos siempre delante de nuestros ojos, muy presentes en nuestra vida, para que dejemos conducir nuestra vida siempre por lo que es la voluntad del Señor. Fijémonos en lo que decimos en el padrenuestro, ‘hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo’; cumplir siempre la voluntad del Señor en todo. ¿Cómo vamos a cumplirla si ni siquiera nos sabemos de memoria los mandamientos?
Y Jesús nos dice que no ha venido a abolir los mandamientos del Señor. Ha venido a darles plenitud, como plenitud quiere para toda nuestra vida. Y nos dice que el que se salte aunque solo fuera uno de los que pueden parecer más pequeños e insignificantes, no es digno del Reino de los cielos. ¿Cuál es el camino de esa plenitud de la que nos habla Jesús? No es otro que el camino del amor, porque eso fue su vida y quiere que sea nuestra vida.
No cumplimos los mandamientos a regañadientes y porque no nos queda más remedio; eso sería una pobreza grande en nuestra vida. Recordemos que en los mandamientos tenemos nuestra sabiduría y nuestra prudencia como nos decía Moisés. Lo hacemos desde el amor. no vamos temiendo castigos y condenas, sino vamos buscando cómo mejor expresar nuestro amor a Dios, que lo haremos en el amor que le tengamos a los demás.
Recordemos aquellos versos tan hermosos que quizá aprendimos de niños y qué valor tienen para motivarnos al amor y al cumplimiento de la ley del Señor. ‘No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera’. Que así nos sintamos nosotros movidos a cumplir siempre la ley del Señor.

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