El agricultor cuidadosamente prepara la tierra para poder sembrar la semilla y que dé fruto
2Sam. 7, 4-17; Sal. 88; Mc. 4, 1-20
En otra ocasión había pedido tener una barca preparada
por si acaso lo fuera a estrujar la gente. Ahora es El quien ‘se subió a una barca, se sentó y el gentío
quedó en la orilla’ a la manera de un anfiteatro en la playa. ‘Y les enseñó mucho rato en parábolas, como
El solía enseñar’.
La autoridad de la Palabra de Jesús se manifiesta en su
cercanía y en la forma de hacerse entender por todos. Su lenguaje era sencillo
- ojalá quienes tenemos la misión de anunciar la Palabra fuéramos capaces de
usar también ese lenguaje sencillo - y todos le entendían. Usa parábolas, algo
así como ejemplos o hechos de los que se pueden extraer unas lecciones fáciles
de entender, tomados de lo que era la vida ordinaria de la gente. Hoy habla de
la siembra y de la cosecha, a la que la mayoría estarían acostumbrados a
realizar. Todos podemos entender fácilmente el mensaje de Jesús.
Todos podemos entenderlo pero, sin embargo, muchas
veces nos cerramos de tal manera o tenemos tantos obstáculos en el corazón que
no penetra hondamente en nosotros. No es
necesario que repitamos de nuevo la parábola -
a quienes leen este comentario en el blogs les aconsejo que previamente
lean los textos que se citan al principio, pues son las lecturas de la Palabra
de la Eucaristía de cada día cuyo comentario pretendemos hacer en esta semilla
que cada día queremos también sembrar por este medio -, pues lo que nos
describe es algo sencillo y natural que sucedía fácilmente cuando se esparcía
la semilla a voleo por los campos. No toda caía en tierra buena y preparada y
no toda llegaba a germinar y dar fruto de la misma manera.
Nos habla de la tierra dura del camino, de los pedregales
que bordeaban los campos de cultivo, de los abrojos, malas yerbas y zarzales
que podrían surgir en la misma tierra o su alrededor, y nos habla finalmente de
la tierra buena y preparada. Es normal, el fruto no puede ser igual según donde
caiga la semilla.
Es expresión de nuestras actitudes y de nuestra manera
de acoger la Palabra. Jesús nos lo explica al final cuando los discípulos más
cercanos le preguntan. Superficialidad, cerrazón, indiferencia, corazón
enviciado en mil pecados y pasiones que nos atan y esclavizan son algunas de
las cosas con que nos predisponemos ante la Palabra que se nos anuncia.
Cuántas veces cuando comenzamos a escuchar o leer un
texto del Evangelio ya nos lo damos por sabido y casi no nos esforzamos por
tratar de encontrar ese mensaje, esa Buena Nueva que en todo momento tiene que
ser para nosotros. Con qué superficialidad nos acercamos a la Palabra, porque
mientras se nos proclama nuestra mente está divagando por otras cosas o estamos
distraidos atendiendo más a lo que pueda pasar a nuestro alrededor. La semilla
así no puede caer en la tierra de nuestra vida para germinar y dar fruto en
nosotros.
Nos entusiasmamos quizá en algun momento porque nos
parece algo hermoso el mensaje que estamos recibiendo y quizá nos hacemos
buenos propósitos, pero pronto nos entran los cansancios, la inconstancia, la
rutina o la frialdad que hará que olvidemos todo aquello que nos habíamos
propuesto. Las prisas y las carreras de la vida que vivimos, llenos de agobios
y ambiciones, nos hacen perder hondura, paciencia y perseverancia porque en un
mundo donde estamos acostumbrados a muchos automatismos donde tocamos un botón
o una pantalla y ya todo está hecho al instante, la paciencia y la
perseverancia no sea precisamente una virtud o valor muy cotizado.
Luego están también los apegos del corazón de los que
no queremos desprendernos, el mundo cómodo y sensual en el que vivimos que nos
impide muchas veces mirar a lo alto para buscar valores que llenen nuestro
espíritu son otro gran obstáculo para que la semilla de la Palabra pueda fructificar en nuestra
vida.
El agricultor cuidadosamente prepara la tierra para
poder sembrar la semilla, y luego pacientemente va cuidando la planta que
germina y nace aportándole los abonos necesarios, la humedad conveniente,
preservandola de todo aquello que la pueda dañar y le pueda impedir el lograr
un día un buen fruto. Es lo que tenemos que hacer.
El Señor nos da su Espíritu para ayudarnos a acoger y
recibir esa Palabra que se siembra en nuestro corazón y continuamente nos va
ofreciendo su gracia en la oración y los sacramentos para fortalecernos en ese
camino de nuestra vida cristiana, mientras esa misma Palabra nos va iluminando
y orientando para que caminemos por caminos rectos y evitemos toda tentación
que nos pueda arrastrar por el camino
del mal.
Sí así lo hacemos tendremos asegurado el fruto de
neustra vida cristiana, estaremos en el camino cierto que nos lleva a alcanzar
la vida eterna.
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