Vistas de página en total

miércoles, 29 de enero de 2014



El agricultor cuidadosamente prepara la tierra para poder sembrar la semilla y que dé fruto

2Sam. 7, 4-17; Sal. 88; Mc. 4, 1-20
En otra ocasión había pedido tener una barca preparada por si acaso lo fuera a estrujar la gente. Ahora es El quien ‘se subió a una barca, se sentó y el gentío quedó en la orilla’ a la manera de un anfiteatro en la playa. ‘Y les enseñó mucho rato en parábolas, como El solía enseñar’.
La autoridad de la Palabra de Jesús se manifiesta en su cercanía y en la forma de hacerse entender por todos. Su lenguaje era sencillo - ojalá quienes tenemos la misión de anunciar la Palabra fuéramos capaces de usar también ese lenguaje sencillo - y todos le entendían. Usa parábolas, algo así como ejemplos o hechos de los que se pueden extraer unas lecciones fáciles de entender, tomados de lo que era la vida ordinaria de la gente. Hoy habla de la siembra y de la cosecha, a la que la mayoría estarían acostumbrados a realizar. Todos podemos entender fácilmente el mensaje de Jesús.
Todos podemos entenderlo pero, sin embargo, muchas veces nos cerramos de tal manera o tenemos tantos obstáculos en el corazón que no penetra hondamente en nosotros.  No es necesario que repitamos de nuevo la parábola -  a quienes leen este comentario en el blogs les aconsejo que previamente lean los textos que se citan al principio, pues son las lecturas de la Palabra de la Eucaristía de cada día cuyo comentario pretendemos hacer en esta semilla que cada día queremos también sembrar por este medio -, pues lo que nos describe es algo sencillo y natural que sucedía fácilmente cuando se esparcía la semilla a voleo por los campos. No toda caía en tierra buena y preparada y no toda llegaba a germinar y dar fruto de la misma manera.
Nos habla de la tierra dura del camino, de los pedregales que bordeaban los campos de cultivo, de los abrojos, malas yerbas y zarzales que podrían surgir en la misma tierra o su alrededor, y nos habla finalmente de la tierra buena y preparada. Es normal, el fruto no puede ser igual según donde caiga la semilla.
Es expresión de nuestras actitudes y de nuestra manera de acoger la Palabra. Jesús nos lo explica al final cuando los discípulos más cercanos le preguntan. Superficialidad, cerrazón, indiferencia, corazón enviciado en mil pecados y pasiones que nos atan y esclavizan son algunas de las cosas con que nos predisponemos ante la Palabra que se nos anuncia.
Cuántas veces cuando comenzamos a escuchar o leer un texto del Evangelio ya nos lo damos por sabido y casi no nos esforzamos por tratar de encontrar ese mensaje, esa Buena Nueva que en todo momento tiene que ser para nosotros. Con qué superficialidad nos acercamos a la Palabra, porque mientras se nos proclama nuestra mente está divagando por otras cosas o estamos distraidos atendiendo más a lo que pueda pasar a nuestro alrededor. La semilla así no puede caer en la tierra de nuestra vida para germinar y dar fruto en nosotros.
Nos entusiasmamos quizá en algun momento porque nos parece algo hermoso el mensaje que estamos recibiendo y quizá nos hacemos buenos propósitos, pero pronto nos entran los cansancios, la inconstancia, la rutina o la frialdad que hará que olvidemos todo aquello que nos habíamos propuesto. Las prisas y las carreras de la vida que vivimos, llenos de agobios y ambiciones, nos hacen perder hondura, paciencia y perseverancia porque en un mundo donde estamos acostumbrados a muchos automatismos donde tocamos un botón o una pantalla y ya todo está hecho al instante, la paciencia y la perseverancia no sea precisamente una virtud o valor muy cotizado.
Luego están también los apegos del corazón de los que no queremos desprendernos, el mundo cómodo y sensual en el que vivimos que nos impide muchas veces mirar a lo alto para buscar valores que llenen nuestro espíritu son otro gran obstáculo para que la semilla  de la Palabra pueda fructificar en nuestra vida.
El agricultor cuidadosamente prepara la tierra para poder sembrar la semilla, y luego pacientemente va cuidando la planta que germina y nace aportándole los abonos necesarios, la humedad conveniente, preservandola de todo aquello que la pueda dañar y le pueda impedir el lograr un día un buen fruto. Es lo que tenemos que hacer.
El Señor nos da su Espíritu para ayudarnos a acoger y recibir esa Palabra que se siembra en nuestro corazón y continuamente nos va ofreciendo su gracia en la oración y los sacramentos para fortalecernos en ese camino de nuestra vida cristiana, mientras esa misma Palabra nos va iluminando y orientando para que caminemos por caminos rectos y evitemos toda tentación que nos pueda  arrastrar por el camino del mal.
Sí así lo hacemos tendremos asegurado el fruto de neustra vida cristiana, estaremos en el camino cierto que nos lleva a alcanzar la vida eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario