La luz de nuestra fe no es para ocultarla sino para ponerla donde ilumine y a todos llegue su luz
La lámpara de luz no es para ocultarla sino para ponerla
donde ilumine y a todos pueda llegar su luz. Tampoco podemos guardarnos la luz
solo para nosotros, sino que tenemos que saber compartirla para que a otros
pueda iluminar; no se mengua su luz porque la compartamos con los demás, sino
que más bien su luz se multiplica cuando
los que han sido iluminados al mismo tiempo la comparten con los demás
colocándola también donde pueda repartir su luz e iluminar.
Es lo que nosotros hemos de ser y hacer con los demás.
Hemos sido iluminados con la luz más maravillosa cuando se ha encendido la luz
de la fe en nuestro corazón y así iluminados tenemos que ser también luz para
los demás, repartirla y compartirla porque no puede ser algo que nos guardemos
para nosotros solos sino que por sí misma tiene que ser expansiva como lo es
también el amor.
Es lo que nos enseña en distintos momentos Jesús en el
Evangelio y no podemos olvidar que a los bautizados en las primeras comunidades
cristianas se les llamaba los iluminados. Al recibir el Bautismo en nuestras
manos se nos pone una luz que hemos de mantener encendida, porque un día hemos
de salir al encuentro del Señor en su venida definitiva y hemos de ir con esas
lámparas encendidas en nuestras manos, pero es que también se nos ha puesto esa
luz en nuestras manos para que la llevemos a los demás.
De ninguna manera podemos quedárnosla solo para
nosotros porque además significaría que aún no la habríamos encontrado de
verdad, porque quien por la fe se ha encontrado con Cristo ya será para siempre
la persona más feliz del mundo por esa luz con la que se ha encontrado, y desde
esa alegría de la fe hemos de saber llevarla y compartirla con los demás.
Es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. ‘¿Se trae el candil para meterlo debajo
del celemín - debajo del cajón - u ocultarla debajo de la cama, o para ponerlo
en alto, en el candelero?’ No
podemos ocultar esa luz de la fe. No podemos ocultar esa alegría de nuestra
vida, sino que tiene que ser contagiosa con los demás.
Sin embargo, algunas veces pareciera que los cristianos
somos unos acomplejados que tenemos miedo de iluminar con nuestra luz. Hemos de
tener valentía con nuestra fe y no podemos ocultar nuestra condición de
creyentes. Sabemos que muchas veces no es fácil, o bien no sabemos cómo
hacerlo, porque quizá pensamos que tenemos que hacer cosas muy especiales, o
porque sabemos que las tinieblas querrán apagar esa luz, se resistirán a
recibir esa luz.
No es cuestión de hacer cosas extraordinarias, sino que
con la mayor naturalidad del mundo vamos manifestando lo que somos, en lo que
creemos, lo que es la verdadera alegría de nuestra vida, nuestra fe. Con toda
naturalidad actuamos según nuestras convicciones y no tenemos miedo de
manifestar lo que es nuestra vida.
Nos termina diciendo Jesús hoy que ‘la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces’. ¿Qué
nos quiere decir Jesús? Decíamos antes que la luz no se mengua al repartirla
sino que se crecerá y multiplicará en la medida en que va iluminando a los
demás porque así los demás ya iluminados se convertirán en luz para los otros;
pues en la medida en que compartamos nosotros nuestra fe, la alegría de nuestra
fe, así iremos recibiendo de los demás
para que crezca más y más nuestra fe y crezca más y más el gozo de nuestro
corazón.
Y, como hemos dicho muchas veces, el mundo necesita esa
luz; muchos andan buscando donde encontrar valores para su vida, donde encontrar
un sentido para lo que van haciendo; muchos tienen inquietud en su corazón por
algo distinto que le dé mayor profundidad a sus vidas; seamos nosotros capaces
de ofrecerles nuestra luz, de ofrecerles lo que es la alegría y el gozo de
nuestra fe, lo que es el sentido grande de nuestra vida desde que nos unimos a
Jesús.
Encendamos de luz, de la luz de la fe y del amor, a
nuestro mundo. Somos los testigos enviados para ello.
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