¿Quiénes eran los que estaban al borde del camino? ¿Dónde
estaremos nosotros?
1Mac. 1m
11-16.43-45.57-60.65-67; Sal. 118; Lc. 18, 35-43
‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’,
le dice Jesús al ciego del camino. Allí estaba, es significativo, al borde del
camino. Nos podemos quedar en un hecho que pudiera parecernos totalmente
normal. Un ciego, lo que entrañaba una pobreza grande, que está allí sentado
por donde pasa la gente para tender la mano moviendo a la misericordia y la
compasión de los que por allí pasaban. Pero es mucho más.
Ya decimos
que su ceguera entrañaba casi de forma lógica y natural la pobreza. Quien no
podía valerse por sí mismo porque su ceguera se lo impedía, tendría que
recurrir necesariamente a la mendicidad para pedir que le dieran una limosna
para sobrevivir. La pobreza venia por sí sola cuando no podía ganarse el
sustento por sí mismo. Lo más fácil era echarse a los caminos para pedir
limosna. Es curioso que el evangelio nos hable del valle del Jordán como de un
lugar donde hay muchos ciegos. La luz cegadora de aquellos ambientes por una
parte, la falta de higiene que no podía ser mucha entonces podría motivar quizá
esos daños a los ojos y esas cegueras.
Pero
decíamos al principio que era significativo que el evangelista nos diga que está
‘al borde del camino’. No había
camino que pudiera hacer un ciego; de alguna manera la ceguera y la pobreza
originaban una cierta marginación. No podían participar en la vida ni laboral
ni social de los demás conciudadanos y en consecuencia podían comenzar a vivir
al margen de los demás. Incluso su presencia podría resultar incómoda para los
videntes o los que se creían videntes.
‘Al borde del camino’, que dice el evangelista. Prueba de ello era que sus
gritos molestaban a los que iban por el camino junto a Jesús.
¿No nos ha
sucedido alguna vez que cuando estamos junto a una persona con algún tipo de
discapacidad no sabemos que hacer ni que decir? ¿No crearemos nosotros de
alguna manera discapacidades? No sólo entonces se ponían al margen los que
pudieran tener alguna discapacidad como podría ser la falta de visión. Ya
sabemos lo que hacían con los leprosos.
Aquel
hombre se pone a gritar cuando oye el barullo de la gente que pasa por el
camino y le dicen que ‘pasa Jesús
Nazareno’. Pero la gente le regaña para que se calle. Molesta, no deja oír
al maestro, es una incomodidad que ahora aparezca este ciego por allí dando la
lata. Pero él no deja de gritar. Quiere estar con todos, quiere que Jesús lo
escuche, que haga algo por él.
Y aquí
viene la lección de Jesús. ‘Jesús se paró
y mandó que se lo trajeran’. Aquel ciego no molesta; a aquel ciego hay que
ayudarle a que llegue hasta El; también es una persona que merece ser escuchada
por Jesús. Y Jesús se puso a hablar con él; no le resultaba incómodo y sí tenía
de qué hablar con aquel ciego; lo más normal hablar de su situación, de sus
carencias, de lo que necesitaba. Aunque eso implicara a Jesús. Cuánto nos cuesta implicarnos, interesarnos por los
problemas de los demás.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’
Es tan sencillo, simplemente interesarnos.
‘Señor, que vea otra vez’. Quería la luz para sus ojos. Sus ojos la
recobrarían, pero era otra luz la que realmente estaba iluminando el corazón de
aquel hombre. Creía en Jesús. Lo había llamado, ‘Hijo de David’, que tenía una
fuerte connotación mesiánica. Venía con una fe grande, y muy seguro de su fe,
hasta Jesús con la confianza de que Jesús le haría recobrar la luz de sus ojos.
Es que la luz de su corazón ya se había despertado antes. ‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’.
Ahora es
la gente la que reconoce las maravillas del Señor. Antes estaban ellos ciegos
también, porque no habían sido capaces de ver con unos ojos distintos a aquel
hombre que ante ellos estaba con sus carencias. Ellos se creían ver y querían
seguir su camino, pero eran ellos los que estaban ciegos realmente, porque les
faltaba amar y les sobraba discriminación. Quizá eran ellos los que realmente
estaban al borde del camino sin darse cuenta de ello. Ahora ‘todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios’.
También habían descubierto la luz, también habían recuperado la fe.
Y
¿nosotros? ¿En qué lado estamos? ¿Estaremos también al borde del camino? ¿No
nos hará pensar en nuestras actitudes y posturas? ¿Nos hará descubrir nuestras
cegueras? ¿No tendremos que pedirle a Jesús también que queremos recobrar la
vista, se nos abran los ojos de la fe?
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