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lunes, 18 de noviembre de 2013

¿Quiénes eran los que estaban al borde del camino? ¿Dónde estaremos nosotros?

1Mac. 1m 11-16.43-45.57-60.65-67; Sal. 118; Lc. 18, 35-43
‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’, le dice Jesús al ciego del camino. Allí estaba, es significativo, al borde del camino. Nos podemos quedar en un hecho que pudiera parecernos totalmente normal. Un ciego, lo que entrañaba una pobreza grande, que está allí sentado por donde pasa la gente para tender la mano moviendo a la misericordia y la compasión de los que por allí pasaban. Pero es mucho más.
Ya decimos que su ceguera entrañaba casi de forma lógica y natural la pobreza. Quien no podía valerse por sí mismo porque su ceguera se lo impedía, tendría que recurrir necesariamente a la mendicidad para pedir que le dieran una limosna para sobrevivir. La pobreza venia por sí sola cuando no podía ganarse el sustento por sí mismo. Lo más fácil era echarse a los caminos para pedir limosna. Es curioso que el evangelio nos hable del valle del Jordán como de un lugar donde hay muchos ciegos. La luz cegadora de aquellos ambientes por una parte, la falta de higiene que no podía ser mucha entonces podría motivar quizá esos daños a los ojos y esas cegueras.
Pero decíamos al principio que era significativo que el evangelista nos diga que está ‘al borde del camino’. No había camino que pudiera hacer un ciego; de alguna manera la ceguera y la pobreza originaban una cierta marginación. No podían participar en la vida ni laboral ni social de los demás conciudadanos y en consecuencia podían comenzar a vivir al margen de los demás. Incluso su presencia podría resultar incómoda para los videntes o los que se creían videntes. ‘Al borde del camino’, que dice el evangelista. Prueba de ello era que sus gritos molestaban a los que iban por el camino junto a Jesús.
¿No nos ha sucedido alguna vez que cuando estamos junto a una persona con algún tipo de discapacidad no sabemos que hacer ni que decir? ¿No crearemos nosotros de alguna manera discapacidades? No sólo entonces se ponían al margen los que pudieran tener alguna discapacidad como podría ser la falta de visión. Ya sabemos lo que hacían con los leprosos.
Aquel hombre se pone a gritar cuando oye el barullo de la gente que pasa por el camino y le dicen que ‘pasa Jesús Nazareno’. Pero la gente le regaña para que se calle. Molesta, no deja oír al maestro, es una incomodidad que ahora aparezca este ciego por allí dando la lata. Pero él no deja de gritar. Quiere estar con todos, quiere que Jesús lo escuche, que haga algo por él.
Y aquí viene la lección de Jesús. ‘Jesús se paró y mandó que se lo trajeran’. Aquel ciego no molesta; a aquel ciego hay que ayudarle a que llegue hasta El; también es una persona que merece ser escuchada por Jesús. Y Jesús se puso a hablar con él; no le resultaba incómodo y sí tenía de qué hablar con aquel ciego; lo más normal hablar de su situación, de sus carencias, de lo que necesitaba. Aunque eso implicara a Jesús. Cuánto  nos cuesta implicarnos, interesarnos por los problemas de los demás.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Es tan sencillo, simplemente interesarnos. ‘Señor, que vea otra vez’. Quería la luz para sus ojos. Sus ojos la recobrarían, pero era otra luz la que realmente estaba iluminando el corazón de aquel hombre. Creía en Jesús. Lo había llamado, ‘Hijo de David’, que tenía una fuerte connotación mesiánica. Venía con una fe grande, y muy seguro de su fe, hasta Jesús con la confianza de que Jesús le haría recobrar la luz de sus ojos. Es que la luz de su corazón ya se había despertado antes. ‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’.
Ahora es la gente la que reconoce las maravillas del Señor. Antes estaban ellos ciegos también, porque no habían sido capaces de ver con unos ojos distintos a aquel hombre que ante ellos estaba con sus carencias. Ellos se creían ver y querían seguir su camino, pero eran ellos los que estaban ciegos realmente, porque les faltaba amar y les sobraba discriminación. Quizá eran ellos los que realmente estaban al borde del camino sin darse cuenta de ello. Ahora ‘todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios’. También habían descubierto la luz, también habían recuperado la fe.

Y ¿nosotros? ¿En qué lado estamos? ¿Estaremos también al borde del camino? ¿No nos hará pensar en nuestras actitudes y posturas? ¿Nos hará descubrir nuestras cegueras? ¿No tendremos que pedirle a Jesús también que queremos recobrar la vista, se nos abran los ojos de la fe? 

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