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martes, 19 de noviembre de 2013

Jesús al llegar a aquel sitio levantó los ojos a Zaqueo y lo miró

2Mac. 6, 18-31; Sal. 3; Lc. 19. 1-10
‘Zaqueo se había subido a la higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús al llegar a aquel sitio levantó los ojos’ y lo miró. La mirada de Jesús, ¿cómo sería aquella mirada?
Muchas cosas podemos decir con nuestra mirada y muchos mensajes podemos recibir en la mirada de los que nos miran. Ya sabemos que a través de nuestros ojos, de nuestra mirada dejamos trasparentar el alma, dejamos salir lo que llevamos en el corazón. Es cierto que también podemos dejar trasparentar los sentimientos malos que llevemos en el alma y nos sentimos tremendamente turbados cuando recibimos una mirada de reproche o de condena; pero en los ojos de Jesús no es eso lo que estamos contemplando; en lo ojos de Jesús siempre estaremos contemplando la misericordia de Dios, porque estamos contemplando su corazón.
Es siempre una mirada de amor, una mirada que nos alienta y nos levanta, una mirada que nos hacer elevar nuestro espíritu y que nos llena de paz. Es la mirada que nos hace mirarnos a nosotros mismos, dándonos cuenta de nuestra cruda realidad de pecadores, pero en el amor que nos trasparenta nos sentimos impulsado a levantarnos y dejar transformar nuestra vida con la gracia del Señor.
Seguro que todos habremos experimentado muchas veces en nuestra vida el calor o la frialdad de la mirada de aquellos con los que nos vamos encontrando en la vida. Una mirada fría nos hiela el alma; mientras una mirada llena de calor y de amor nos estimula y nos hace crecernos de buena manera allá en lo más hondo de nosotros mismos. Cuántas veces habremos recibido esa mirada de aliento de quien nos quiere o  nos valora y nos hace que nos sintamos reconfortados y hasta rejuvenecidos en nuestro espíritu. Qué paz sentimos en nosotros cuando recibimos una mirada que nos alienta a pesar de que seamos conscientes de nuestras debilidades y fallos. Pareciera que le ponen alas a nuestro corazón o a nuestro espíritu para levantarnos y enderezar nuestra vida y llevarla por buenos caminos.
En lo que hemos venido meditando estos días contemplando los pasos de Jesús hemos visto esa atención personal que Jesús tiene con todos. Ayer contemplábamos como escucha las súplicas y los gritos del ciego de Jericó y se detenía allá, a la vera del camino donde se encontraba aquel pobre hombre, para atenderle y para escucharle, para darle la vista a sus ojos, pero para iluminar profundamente su alma cuando se despertaba la fe en su corazón.
Hoy se detiene junto a la higuera donde se ha subido Zaqueo para ver pasar a Jesús. Se detiene, lo mira y le habla. ‘Quiero ir a tu casa… quiero hospedarme en tu casa… quiero que me abras la puerta de tu casa…’ y vaya que sí se la abrió Zaqueo. ‘Bajó enseguida y lo recibió contento en su casa’, dice el evangelista.  
Ante las reacciones malévolas de los de siempre, de los que siempre parece que no saben hacer otra cosa que juzgar y condenar, Jesús responderá que ‘El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido’. Es el Buen Pastor que va a buscar la oveja perdida y la carga sobre sus hombros muy contento para anunciarles a sus amigos que la había encontrado.
Zaqueo va a comenzar una nueva vida. ¿Qué hubiera sido de Zaqueo si Jesús no se hubiera detenido junto a la higuera? Zaqueo había dado unos pasos porque quería conocer a Jesús, pero quizá todo se quedaba ahí. Sin embargo todo fue distinto desde esa mirada de Jesús. Ya hemos escuchado y meditado muchas veces su determinación de cambiar de vida.
La mirada de Jesús transformó su corazón pero cambió también su mirada. Comenzaba a mirar de forma nueva. Si antes sus miedos o complejos le tenían alejado de la gente, ahora con todos quería compartir lo que tenía y no solo eso, sino lo que era desde lo más hondo de sí mismo. Lo suyo ya no sería suyo, sino sería para los demás.

Mucho podríamos seguir meditando sobre todo esto. Dejemos que la mirada de Jesús se pose también sobre nosotros; que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda para siempre la paz. 

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