Jesús al llegar a aquel sitio levantó los ojos a Zaqueo y lo miró
2Mac. 6, 18-31; Sal. 3; Lc. 19. 1-10
‘Zaqueo se había
subido a la higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús al
llegar a aquel sitio levantó los ojos’
y lo miró. La mirada de Jesús, ¿cómo sería aquella mirada?
Muchas cosas podemos decir con nuestra mirada y muchos
mensajes podemos recibir en la mirada de los que nos miran. Ya sabemos que a
través de nuestros ojos, de nuestra mirada dejamos trasparentar el alma,
dejamos salir lo que llevamos en el corazón. Es cierto que también podemos
dejar trasparentar los sentimientos malos que llevemos en el alma y nos
sentimos tremendamente turbados cuando recibimos una mirada de reproche o de
condena; pero en los ojos de Jesús no es eso lo que estamos contemplando; en lo
ojos de Jesús siempre estaremos contemplando la misericordia de Dios, porque
estamos contemplando su corazón.
Es siempre una mirada de amor, una mirada que nos
alienta y nos levanta, una mirada que nos hacer elevar nuestro espíritu y que
nos llena de paz. Es la mirada que nos hace mirarnos a nosotros mismos, dándonos
cuenta de nuestra cruda realidad de pecadores, pero en el amor que nos
trasparenta nos sentimos impulsado a levantarnos y dejar transformar nuestra
vida con la gracia del Señor.
Seguro que todos habremos experimentado muchas veces en
nuestra vida el calor o la frialdad de la mirada de aquellos con los que nos
vamos encontrando en la vida. Una mirada fría nos hiela el alma; mientras una
mirada llena de calor y de amor nos estimula y nos hace crecernos de buena
manera allá en lo más hondo de nosotros mismos. Cuántas veces habremos recibido
esa mirada de aliento de quien nos quiere o
nos valora y nos hace que nos sintamos reconfortados y hasta
rejuvenecidos en nuestro espíritu. Qué paz sentimos en nosotros cuando
recibimos una mirada que nos alienta a pesar de que seamos conscientes de
nuestras debilidades y fallos. Pareciera que le ponen alas a nuestro corazón o
a nuestro espíritu para levantarnos y enderezar nuestra vida y llevarla por
buenos caminos.
En lo que hemos venido meditando estos días
contemplando los pasos de Jesús hemos visto esa atención personal que Jesús
tiene con todos. Ayer contemplábamos como escucha las súplicas y los gritos del
ciego de Jericó y se detenía allá, a la vera del camino donde se encontraba
aquel pobre hombre, para atenderle y para escucharle, para darle la vista a sus
ojos, pero para iluminar profundamente su alma cuando se despertaba la fe en su
corazón.
Hoy se detiene junto a la higuera donde se ha subido
Zaqueo para ver pasar a Jesús. Se detiene, lo mira y le habla. ‘Quiero ir a tu casa… quiero hospedarme en
tu casa… quiero que me abras la puerta de tu casa…’ y vaya que sí se la
abrió Zaqueo. ‘Bajó enseguida y lo
recibió contento en su casa’, dice el evangelista.
Ante las reacciones malévolas de los de siempre, de los
que siempre parece que no saben hacer otra cosa que juzgar y condenar, Jesús responderá
que ‘El Hijo del Hombre ha venido a
buscar y a salvar lo que estaba perdido’. Es el Buen Pastor que va a buscar
la oveja perdida y la carga sobre sus hombros muy contento para anunciarles a
sus amigos que la había encontrado.
Zaqueo va a comenzar una nueva vida. ¿Qué hubiera sido
de Zaqueo si Jesús no se hubiera detenido junto a la higuera? Zaqueo había dado
unos pasos porque quería conocer a Jesús, pero quizá todo se quedaba ahí. Sin
embargo todo fue distinto desde esa mirada de Jesús. Ya hemos escuchado y
meditado muchas veces su determinación de cambiar de vida.
La mirada de Jesús transformó su corazón pero cambió
también su mirada. Comenzaba a mirar de forma nueva. Si antes sus miedos o
complejos le tenían alejado de la gente, ahora con todos quería compartir lo
que tenía y no solo eso, sino lo que era desde lo más hondo de sí mismo. Lo
suyo ya no sería suyo, sino sería para los demás.
Mucho podríamos seguir meditando sobre todo esto.
Dejemos que la mirada de Jesús se pose también sobre nosotros; que el Señor
vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda para siempre la paz.
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