La Palabra de Jesús siempre es luz para nuestra vida
2Mac. 7, 1.20-31; Sal. 16; Lc. 19, 11-28
La Palabra de Jesús va iluminando la vida de los
discípulos en cada momento, sea cual sea la circunstancia que vivan. Es Palabra
que siempre es luz para nuestra vida, que nos despierta y nos conduce a cosas
grandes y hermosas, que nos hace descubrir el valor verdadero de cada momento
de nuestra existencia dándole trascendencia a lo que vivimos, llenándonos de
vida y plenitud.
Ahora nos dice el evangelista que estaban cerca de
Jerusalén. Había emprendido Jesús la subida a Jerusalén con decisión sabiendo
lo que allí iba a suceder. Todo lo que hemos venido escuchando en la lectura
continuada en medio de semana ha ido sucediendo en su subida a Jerusalén; los
dos episodios escuchados en estos últimos días han sucedido en Jericó que era
el camino que desde el valle del Jordán conducía a Jerusalén.
Llegaban los momentos de realizarse el Reino de Dios
con la ofrenda de amor que Jesús iba a hacer de su vida en el sacrificio redentor
que de sí mismo iba a realizar. Comenzarían unos tiempos nuevos. Llegaba la
hora de su marcha al Padre, como nos narraría san Juan al comienzo de la última
cena. Ahora nos dice el evangelista que ‘pensaban
que el Reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro’. Con ese motivo
Jesús les propone la parábola.
Una parábola que tiene un paralelismo grande con la que
nos propone san Mateo llamada de los talentos. Un rey marcha de viaje y deja en
este caso diez onzas de oro a diez empleados, una a cada uno. A la vuelta nos
da el resultado solamente de tres, con una semejanza grande a la dicha parábola
de los talentos. Aquellos que han sabido hacer producir aquella riqueza que
había puesto el rey en sus manos recibirán felicitaciones y premio, mientras es
castigado quien no perdió la onza, pero no la puso a producir.
El mensaje va en el mismo sentido. Nos habla aquí de la
ausencia del rey, mientras va a ser proclamado rey, pero mientras sus empleados
no pueden dormirse con aquello que se ha puesto en sus manos. En esa referencia
que nos hacía en la motivación de la parábola de la cercanía de Jerusalén y ‘el
Reino de Dios que iba a despuntar de un
momento a otro’, mientras Jesús cumplida su misión llega la hora de su
vuelta al Padre, nos puede hacer pensar en ese Reino de Dios que se ha
constituido con la Pascua de Jesús y que ha confiado a nuestras manos, ha
confiado a sus discípulos para hacerlo extender por el mundo para que todos
puedan pertenecer a él, ‘mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo’ como confesamos
con nuestra fe incluso en la liturgia.
Vendrá el Señor; El nos ha prometido su vuelta y así lo
confesamos en el Credo de nuestra fe.
‘Está sentado a la derecha del Padre y de allí ha de venir a juzgar a vivos y
muertos’. Y podemos recordar la alegoría del juicio final que nos trasmite
el evangelio de san Mateo. En muchos lugares del evangelio nos irá repitiendo -
y lo iremos escuchando en este final del año litúrgico con mucha frecuencia -
que hemos de estar preparados para su venida. ¿Cómo va a encontrarnos el Señor
cuando vuelva? ¿Qué es lo que vamos a llevar en nuestras manos?
Es la tarea que como cristianos hemos de realizar. Es
todo lo que ha de ser nuestra vida cristiana y el compromiso con nuestra fe.
Una onza de oro puso aquel rey en manos de sus empleados; más que una onza de
oro nos ha regalado el Señor cuando nos ha hecho partícipes de su vida divina
para hacernos hijos de Dios. Y eso, ¿cómo lo hemos vivido? ¿cómo se ha
manifestado el compromiso de nuestra fe? ¿con qué intensidad trabajamos en la
Iglesia y por la extensión del Reino de Dios por el mundo? ¿en qué medida nos
sentimos comprometidos apostólicamente?
No nos podemos quedar insulsos viviendo ramplonamente
nuestra fe y nuestro ser cristiano. Es que yo soy cristiano de toda la vida y
nadie me va a quitar mi fe, decimos y protestamos, pero mientras no se nota que
vivamos como cristianos, que haya un compromiso de amor auténtico en nuestra
vida, que nos preocupemos de hacer el bien y trabajar por los demás en nombre
de nuestra fe. Y así vivimos una vida llena de rutinas, una vida en la que no
brillamos como creyentes para nada, sino todo lo contrario estamos tentados a
dejarnos arrastrar por la pendiente que fácilmente nos puede llevar a vivir
lejos de nuestra fe y lejos de Dios.
Decíamos al principio que la Palabra de Dios es una luz
que nos despierta y que nos conduce a cosas grandes. Dejémonos interpelar por
la Palabra de Dios; no le tengamos miedo a la Palabra de Dios; que su luz
llegue de verdad a nuestra vida y nos haga comprender la grandeza de nuestra fe
pero el compromiso grande que como cristianos hemos de vivir en medio del
mundo. No enterremos esa onza de oro de la vida divina que Dios ha sembrado en
nuestro corazón.
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