Que se nos abran los ojos de la fe para descubrir el hondo sentido de nuestra vida
Sab. 13, 1-9; Sal. 18; Lc. 17, 26-37
‘Así sucederá el día
que se manifieste el Hijo del Hombre’.
Hemos de reconocer que el texto del evangelio hoy nos deja desconcertados e inquietos.
Pudiera parecer que se han cargado todos los tintes negros.
¿De qué nos está hablando Jesús? ¿De la sorpresa y
desconcierto que se produce en nosotros cuando nos suceden cosas desagradables?
¿Nos está hablando el momento final de la historia, del final del mundo donde
podría parecer que todo acaba en una catástrofe que todo lo destruye? ¿Nos está hablando del final de nuestros días
que bien sabemos, aunque nos lo queramos ocultar o al menos no pensar en ello, que no sabemos cuando
sucederá y nos va a coger desprevenidos? ¿Nos estará hablando el Señor de cómo
quiere llegar a nuestra vida en cualquier momento y a la hora que menos lo
pensemos y esto es una llamada del Señor a estar preparados?
Muchas preguntas quizá nos podremos hacer ante lo que
escuchamos hoy en el evangelio. Pero bien sabemos que en la vida nos suceden
cosas así, de forma imprevista y que también en muchas ocasiones, como se suele
decir hoy, nos dejan descolocados, o desconcertados como decíamos al principio.
Puede ser la muerte repentina de alguien cerca de nosotros y quizá estaba en la
flor de la vida; puede ser un accidente repentino en el que unos mueren y quizá
a otros a su lado no les ha pasado nada; puede ser una catástrofe, como vemos
muchas veces en las noticias como ahora mismo que se nos habla de lo sucedido
en Filipinas, y nos preguntamos por qué suceden allí estas cosas y no suceden
aquí; una enfermedad que afecta a una persona a la que nos parecía ver
rebosante de salud pero que de la noche a la mañana la vemos consumirse en un
terrible cáncer o cualquier otra enfermedad. Y así tantas cosas.
También ante todo eso nos podemos hacer muchas
preguntas: por qué le sucedió a él y a mí no; qué nos vale la vida o de qué nos
valen esas cosas que quizá con tanto trabajo habíamos acumulado y ahora tenemos
que dejarlas atrás porque no nos sirven para nada en el momento presente y con
lo que nos sucede. Y quizá podemos darnos cuenta de lo que vale de verdad y lo
que es verdaderamente importante en la vida; o quizá pudiera ser que nos
angustiáramos y perdiéramos la esperanza. Podríamos reaccionar de muchas
maneras.
Nos preguntábamos al principio qué nos quería decir
Jesús con sus palabras que hemos escuchado hoy en el texto del evangelio y
luego nos hemos seguido haciendo en nuestros desconciertos o nuestra
desorientación muchas preguntas. En medio de lo que Jesús recordaba que sucedió
en tiempos de Noé con el diluvio o con Lot en Sodoma cuando fueron destruidas
aquellas ciudades, aparecía repetido como una muletilla: ‘Así sucederá cuando se manifieste el Hijo del Hombre’. Y nos
hablaba de no preocuparnos de las cosas que podríamos dejar en casa, y nos
hablaba de perder la vida para ganarla.
¿Será que nos quiere hacer que pensemos en lo que
verdaderamente tiene valor en nuestra vida? ¿No nos estará hablando de la
esperanza que hemos de tener de ese encuentro con el Señor que viene a nuestra
vida y para lo que hemos de estar preparados porque no sabemos cuando será ese
momento?
También hemos de contemplar cuanto sucede a nuestro
alrededor, y lo que mencionábamos antes era solo una muestra, para saber leer
la vida con ojos de fe y descubrir al Dios del amor que está detrás de cuanto
sucede porque siempre hay una llamada de amor que el Señor continuamente nos
está haciendo y a la que hemos de saber responder. Esa lectura con ojos de fe
de cuanto nos sucede ha de ser precisamente lo que nos ha de distinguir como
creyentes.
Y no solo porque pensemos en el final de nuestra vida,
para lo cual claro que hemos de estar preparados si vivimos con total
trascendencia nuestra existencia, sino porque el Señor continuamente nos está
haciendo esas llamadas de amor para que seamos fieles, para que pongamos más
amor en nuestra vida, para que sepamos encontrar ese sentido profundo de las
cosas precisamente desde esa fe que tenemos en El, para que nos dejemos
iluminar por el evangelio.
No ceguemos los ojos del alma; despertémonos a esa fe
que tiene que animar nuestra vida y darle profundo sentido a cuanto hacemos y
vivimos. Seguro que no viviríamos de forma tan materialista como muchas veces
vivimos; seguro que le sabremos dar el justo valor a las cosas de las que nos
valemos en la vida de cada día y nunca nos dejaríamos esclavizar por apegos del
corazón a las cosas que tienen el peligro de convertirse muchas veces en ídolos
de nuestra vida.
Que el Señor nos conceda ese Espíritu de Sabiduría que
nos haga admirar de verdad las maravillas del amor de Dios que El va realizando
en nuestra vida de cada día.
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