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viernes, 15 de noviembre de 2013

Que se nos abran los ojos de la fe para descubrir el hondo sentido de nuestra vida

Sab. 13, 1-9; Sal. 18; Lc. 17, 26-37
‘Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del Hombre’. Hemos de reconocer que el texto del evangelio hoy nos deja desconcertados e inquietos. Pudiera parecer que se han cargado todos los tintes negros.
¿De qué nos está hablando Jesús? ¿De la sorpresa y desconcierto que se produce en nosotros cuando nos suceden cosas desagradables? ¿Nos está hablando el momento final de la historia, del final del mundo donde podría parecer que todo acaba en una catástrofe que todo lo destruye?  ¿Nos está hablando del final de nuestros días que bien sabemos, aunque nos lo queramos ocultar o al menos  no pensar en ello, que no sabemos cuando sucederá y nos va a coger desprevenidos? ¿Nos estará hablando el Señor de cómo quiere llegar a nuestra vida en cualquier momento y a la hora que menos lo pensemos y esto es una llamada del Señor a estar preparados?
Muchas preguntas quizá nos podremos hacer ante lo que escuchamos hoy en el evangelio. Pero bien sabemos que en la vida nos suceden cosas así, de forma imprevista y que también en muchas ocasiones, como se suele decir hoy, nos dejan descolocados, o desconcertados como decíamos al principio. Puede ser la muerte repentina de alguien cerca de nosotros y quizá estaba en la flor de la vida; puede ser un accidente repentino en el que unos mueren y quizá a otros a su lado no les ha pasado nada; puede ser una catástrofe, como vemos muchas veces en las noticias como ahora mismo que se nos habla de lo sucedido en Filipinas, y nos preguntamos por qué suceden allí estas cosas y no suceden aquí; una enfermedad que afecta a una persona a la que nos parecía ver rebosante de salud pero que de la noche a la mañana la vemos consumirse en un terrible cáncer o cualquier otra enfermedad. Y así tantas cosas.
También ante todo eso nos podemos hacer muchas preguntas: por qué le sucedió a él y a mí no; qué nos vale la vida o de qué nos valen esas cosas que quizá con tanto trabajo habíamos acumulado y ahora tenemos que dejarlas atrás porque no nos sirven para nada en el momento presente y con lo que nos sucede. Y quizá podemos darnos cuenta de lo que vale de verdad y lo que es verdaderamente importante en la vida; o quizá pudiera ser que nos angustiáramos y perdiéramos la esperanza. Podríamos reaccionar de muchas maneras.
Nos preguntábamos al principio qué nos quería decir Jesús con sus palabras que hemos escuchado hoy en el texto del evangelio y luego nos hemos seguido haciendo en nuestros desconciertos o nuestra desorientación muchas preguntas. En medio de lo que Jesús recordaba que sucedió en tiempos de Noé con el diluvio o con Lot en Sodoma cuando fueron destruidas aquellas ciudades, aparecía repetido como una muletilla: ‘Así sucederá cuando se manifieste el Hijo del Hombre’. Y nos hablaba de no preocuparnos de las cosas que podríamos dejar en casa, y nos hablaba de perder la vida para ganarla.
¿Será que nos quiere hacer que pensemos en lo que verdaderamente tiene valor en nuestra vida? ¿No nos estará hablando de la esperanza que hemos de tener de ese encuentro con el Señor que viene a nuestra vida y para lo que hemos de estar preparados porque no sabemos cuando será ese momento?
También hemos de contemplar cuanto sucede a nuestro alrededor, y lo que mencionábamos antes era solo una muestra, para saber leer la vida con ojos de fe y descubrir al Dios del amor que está detrás de cuanto sucede porque siempre hay una llamada de amor que el Señor continuamente nos está haciendo y a la que hemos de saber responder. Esa lectura con ojos de fe de cuanto nos sucede ha de ser precisamente lo que nos ha de distinguir como creyentes.
Y no solo porque pensemos en el final de nuestra vida, para lo cual claro que hemos de estar preparados si vivimos con total trascendencia nuestra existencia, sino porque el Señor continuamente nos está haciendo esas llamadas de amor para que seamos fieles, para que pongamos más amor en nuestra vida, para que sepamos encontrar ese sentido profundo de las cosas precisamente desde esa fe que tenemos en El, para que nos dejemos iluminar por el evangelio.
No ceguemos los ojos del alma; despertémonos a esa fe que tiene que animar nuestra vida y darle profundo sentido a cuanto hacemos y vivimos. Seguro que no viviríamos de forma tan materialista como muchas veces vivimos; seguro que le sabremos dar el justo valor a las cosas de las que nos valemos en la vida de cada día y nunca nos dejaríamos esclavizar por apegos del corazón a las cosas que tienen el peligro de convertirse muchas veces en ídolos de nuestra vida.

Que el Señor nos conceda ese Espíritu de Sabiduría que nos haga admirar de verdad las maravillas del amor de Dios que El va realizando en nuestra vida de cada día.

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