Creyentes en Jesús que descifremos rectamente lo que son los designios de Dios
Dan. 2, 31-45; Sal.: Dan. 3, 57-61; Lc. 21, 5-11
No somos creyentes solamente porque reconozcamos, por
así decirlo, de forma teórica o si queremos de forma intelectual la existencia
de Dios, sino porque centramos nuestra vida en Dios de manera que nada de lo
que vivimos sería ajeno a esa confesión de fe. En consecuencia el verdadero
creyente va queriendo descubrir esa presencia de Dios en todo lo que vive y
trata también en todo momento de descifrar, conocer, descubrir lo que son los
designios de Dios en lo que es su vida, pero también en lo que es el mundo en
el que vivimos.
Por eso, podemos afirmar que lo de ser creyente no es
una cuestión que podamos considerar como algo privado y que solo vivamos allá
en lo oculto de nuestra conciencia sino que manifestaré de forma pública mi
condición de creyente y entonces la visión que desde esa condición de creyente
tenga de la vida y de las cosas. Algunos, quizá porque les moleste la palabra
que sobre la vida y la cosas podamos expresar como creyentes, pretenden acallar
nuestra palabra y nuestro sentido y quieren algo así como encerrarnos en la
sacristía, o sea, que no nos manifestemos públicamente. Quieren considerar la
religión como asunto meramente privado. Y no podemos estar de acuerdo en eso.
Como decíamos vamos tratando de descubrir lo que son
los designios de Dios para nosotros, lo que es el sentido de Dios en todo lo
que vivimos. Algunas veces nos cuesta, no nos es fácil y si no hemos madurado
bien nuestra fe podemos caer en perniciosas confusiones. Por eso es tan
importante el que cultivemos bien nuestra fe, tratemos de ahondar dejándonos
guiar por la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia en todo lo que
concierne a nuestra fe; es lo que decimos también un crecer en nuestra
espiritualidad, pero desde un sentido cristiano.
Y es importante esto último que estamos diciendo, desde
un sentido cristiano, porque muchas pueden ser las confusiones que nos
encontremos a nuestro alrededor. Nos encontramos con muchas manera de expresar
los sentimientos religiosos naturales que llevamos dentro; pero también nos
encontramos con muchas corrientes, por llamarlas de alguna manera, que nos
llegan de acá o de allá que, utilizando incluso signos religiosos cristianos, están
muy lejos del sentido cristiano de una religiosidad apoyada en el Espíritu de
Jesús.
Muchas veces se apoyan en la credulidad de la gente que
se impresiona por cualquier cosa, o gente con poca formación cristiana, o
porque se ven amargados en medio de problemas y dificultades y les dan salidas,
llamadas espirituales, con un sentido bien lejano de lo que nos enseña Jesús, haciéndoles
ver cosas que no tienen una profunda religiosidad cristiana.
En el evangelio que hoy se nos ha proclamado Jesús
quiere prevenirnos frente a todas esas cosas. Los discípulos, como hemos
escuchado, estaban admirando la belleza del templo de Jerusalén que como hemos
comentado en otras ocasiones eran realmente admirable. Jesús les dice que todo
eso un día caerá, será destruido, no quedará piedra sobre piedra. No nos
podemos quedar en la belleza externa de un templo, sino que tiene que llevarnos
a Dios y es la grandeza y el amor de Dios el que profundamente tiene que
cautivar nuestro corazón. Por eso les dice Jesús que aquello va a desaparecer
un día, que tenemos que ir a algo más profundo para encontrarnos con Dios, para
vivir a Dios.
Los discípulos preguntan cuando va a suceder eso,
porque les parece que eso son señales de que el mundo se acaba. Jesús les previene
que no, que tengan cuidado, que no se dejen confundir. Sucederán todas esas
cosas, habrá guerras, catástrofes y calamidades de todo tipo, vendrán algunos
calentándonos la cabeza con supuestas apariciones o cosas extraordinarias.
Jesús les dice que no se dejen confundir.
‘Muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: Yo soy, o bien el momento está
cerca; no vayáis tras ellos’.
Creo que tenemos que escuchar esta Palabra de Jesús
abriendo nuestro corazón a lo que en verdad quiere de nosotros. Como decíamos
antes, tenemos que profundizar en nuestra fe, tenemos que ahondar más y más en
el conocimiento de Jesús, tenemos que escuchar con una sincera apertura de
nuestro corazón la Palabra de Dios, tenemos que empaparnos del Evangelio más y
más.
Que en verdad tengamos hambre de Dios y vayamos a
saciarnos de verdad en Jesús y en lo que El nos ha dejado como canales de su
gracia, como son la oración, la Palabra de Dios y los Sacramentos.
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