Unas palabras de Jesús para la esperanza y que nos trascienden hasta la vida eterna en Dios
Dan. 6, 11-27; Sal.: Dan. 3, 68-74; Lc. 21, 20-28
Las palabras de Jesús nunca pretenden perturbar nuestro
corazón, sino que son siempre palabras que nos conducen a la paz, nos llenan de
esperanza y nos hacen sentirnos fuertes para los momentos de mayor dificultad.
Jesús no quiere la muerte sino la vida, quiere despertar esperanza en nuestro
corazón y deseos de que alcancemos la verdadera vida.
Hay momentos en que por las descripciones que nos hace
o porque también toque las fibras sensibles de nuestro corazón sobre todo allá
donde está la herida del pecado nos puede dejar inquietos, pero siempre nos
ofrece el bálsamo de su amor, la medicina de su gracia que nos cura porque
viene a traernos siempre el perdón y la salvación.
Así hemos de escuchar las palabras que hoy le
escuchamos en el evangelio. Clave de su mensaje que nos puede parecer perturbador
son sus palabras finales que nos invitan a ponernos en pie y en camino para
acercarnos o para estar preparados para recibir la salvación que nos ofrece. ‘Levantaos, alzad la cabeza, nos dice; se acerca vuestra liberación’.
Como decíamos las palabras nos pueden parecer
perturbadoras por las descripciones que nos hace pero sobre todo por la inminencia
de la llegada del Señor a nuestra vida que viene con su salvación y a lo que
hemos de estar preparados. El anuncio que se nos pueda hacer de guerras y de
destrucción, de catástrofes naturales y de cataclismos cósmicos siempre nos
puede resultar perturbador. Quienes en la vida hayan pasado por situaciones de
ese tipo tendrán un recuerdo doloroso en el alma; quienes se ven envueltos en
crisis y problemas para los que nos parece que no hubiera solución es normal
que sientan una cierta amargura en su vida y les parece perder la esperanza.
Jesús comienza hablando de la futura destrucción de
Jerusalén y del templo lo que tendría que producir cierto desasosiego en los
judíos que tanto amaban su ciudad; ya hemos mencionado en otro momento las
lágrimas de Jesús por lo que le iba a suceder a su querida ciudad de Jerusalén.
Pero lo escuchado hoy en el evangelio se entremezcla con anuncios futuros que
pueden hablar por una parte del fin cósmico del mundo y del universo, pero
también de otras situaciones de conflicto que se han vivido y se vivirán a lo
largo de la historia. Pero todo está hablándonos de la segunda venida del Hijo
del Hombre en el final de los tiempos o en el final de la historia personal de
cada uno.
‘Entonces verán al
Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’. Es un anuncio que se repite en
varios momentos del Evangelio. San Mateo, por ejemplo, nos describirá esa
venida en la alegoría del juicio final, mientras que serán palabras con las que
Jesús replicará al sumo sacerdote delante del Sanedrín cuando es preguntado si
es el Mesías, el Hijo de Dios. ‘Tú lo has
dicho; y además os digo que veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del
Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo’.
No son palabras aterradoras para el hombre de fe que ha
puesto toda su confianza y esperanza en el Señor y así ha querido vivir su
vida. El creyente sabe que va a vivir un encuentro con el Señor para la vida,
porque el Señor siempre nos ofrece su amor y su salvación. El cristiano
verdadero vive con la esperanza de la vida eterna, con el deseo de ese
encuentro con el Señor para vivir para siempre en la plenitud de su vida y de
su amor.
El que no ha sabido o querido darle trascendencia a su
vida, viviendo su vida al margen de Dios y de toda esperanza cristiana cuando
se ve abocado a la muerte y al final sin ningún tipo de esperanza sí que puede
caer en la angustia y en la desesperación. Es lo que de alguna manera ya nos
describe Jesús hoy. ‘Los hombres quedarán
sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al
mundo’.
El verdadero creyente vive ese momento con esperanza,
con la confianza puesta en el amor y en la misericordia de Dios, sabiendo que
va a encontrarse con el Dios que es nuestro Padre y nos ama con un amor eterno
e infinito. ‘Levantaos, alzad la cabeza,
con confianza y con esperanza, alejad de vosotros todo temor, se acerca la liberación’, se acaban para
siempre los males y los sufrimientos, vamos a ir a vivir en la paz de Dios.
Esto tendría que llevarnos a muchos pensamientos para
nuestra vida, muchas consecuencias para cómo vivimos o cómo nos enfrentamos al
hecho de la muerte. Muchas veces pudiera dar la impresión que vivimos sin
esperanza, sin haber puesto toda nuestra confianza y nuestro amor en Dios
cuando tantos miedos y angustias manifestamos ante el hecho de la muerte.
Esto más bien tendría que animarnos a vivir con esa
vigilancia y esa atención que siempre nos ha señalado el Señor, para que en
verdad estemos siempre preparados, con nuestro corazón purificado de todo
pecado, para ese encuentro con Dios. Vivido así no tiene por qué haber angustia
ni desesperación, no lo vamos a vivir con estoicismo pagano ante lo
irremediable, sino con la esperanza del cristiano que quiere vivir rectamente y
con su corazón siempre puesto en Dios.
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