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jueves, 28 de noviembre de 2013

Unas palabras de Jesús para la esperanza y que nos trascienden hasta la vida eterna en Dios

Dan. 6, 11-27; Sal.: Dan. 3, 68-74; Lc. 21, 20-28
Las palabras de Jesús nunca pretenden perturbar nuestro corazón, sino que son siempre palabras que nos conducen a la paz, nos llenan de esperanza y nos hacen sentirnos fuertes para los momentos de mayor dificultad. Jesús no quiere la muerte sino la vida, quiere despertar esperanza en nuestro corazón y deseos de que alcancemos la verdadera vida.
Hay momentos en que por las descripciones que nos hace o porque también toque las fibras sensibles de nuestro corazón sobre todo allá donde está la herida del pecado nos puede dejar inquietos, pero siempre nos ofrece el bálsamo de su amor, la medicina de su gracia que nos cura porque viene a traernos siempre el perdón y la salvación.
Así hemos de escuchar las palabras que hoy le escuchamos en el evangelio. Clave de su mensaje que nos puede parecer perturbador son sus palabras finales que nos invitan a ponernos en pie y en camino para acercarnos o para estar preparados para recibir la salvación que nos ofrece. ‘Levantaos, alzad la cabeza, nos dice; se acerca vuestra liberación’.
Como decíamos las palabras nos pueden parecer perturbadoras por las descripciones que nos hace pero sobre todo por la inminencia de la llegada del Señor a nuestra vida que viene con su salvación y a lo que hemos de estar preparados. El anuncio que se nos pueda hacer de guerras y de destrucción, de catástrofes naturales y de cataclismos cósmicos siempre nos puede resultar perturbador. Quienes en la vida hayan pasado por situaciones de ese tipo tendrán un recuerdo doloroso en el alma; quienes se ven envueltos en crisis y problemas para los que nos parece que no hubiera solución es normal que sientan una cierta amargura en su vida y les parece perder la esperanza.
Jesús comienza hablando de la futura destrucción de Jerusalén y del templo lo que tendría que producir cierto desasosiego en los judíos que tanto amaban su ciudad; ya hemos mencionado en otro momento las lágrimas de Jesús por lo que le iba a suceder a su querida ciudad de Jerusalén. Pero lo escuchado hoy en el evangelio se entremezcla con anuncios futuros que pueden hablar por una parte del fin cósmico del mundo y del universo, pero también de otras situaciones de conflicto que se han vivido y se vivirán a lo largo de la historia. Pero todo está hablándonos de la segunda venida del Hijo del Hombre en el final de los tiempos o en el final de la historia personal de cada uno.
‘Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’. Es un anuncio que se repite en varios momentos del Evangelio. San Mateo, por ejemplo, nos describirá esa venida en la alegoría del juicio final, mientras que serán palabras con las que Jesús replicará al sumo sacerdote delante del Sanedrín cuando es preguntado si es el Mesías, el Hijo de Dios. ‘Tú lo has dicho; y además os digo que veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo’.
No son palabras aterradoras para el hombre de fe que ha puesto toda su confianza y esperanza en el Señor y así ha querido vivir su vida. El creyente sabe que va a vivir un encuentro con el Señor para la vida, porque el Señor siempre nos ofrece su amor y su salvación. El cristiano verdadero vive con la esperanza de la vida eterna, con el deseo de ese encuentro con el Señor para vivir para siempre en la plenitud de su vida y de su amor.
El que no ha sabido o querido darle trascendencia a su vida, viviendo su vida al margen de Dios y de toda esperanza cristiana cuando se ve abocado a la muerte y al final sin ningún tipo de esperanza sí que puede caer en la angustia y en la desesperación. Es lo que de alguna manera ya nos describe Jesús hoy. ‘Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo’
El verdadero creyente vive ese momento con esperanza, con la confianza puesta en el amor y en la misericordia de Dios, sabiendo que va a encontrarse con el Dios que es nuestro Padre y nos ama con un amor eterno e infinito. ‘Levantaos, alzad la cabeza, con confianza y con esperanza, alejad de vosotros todo temor, se acerca la liberación’, se acaban para siempre los males y los sufrimientos, vamos a ir a vivir en la paz de Dios.
Esto tendría que llevarnos a muchos pensamientos para nuestra vida, muchas consecuencias para cómo vivimos o cómo nos enfrentamos al hecho de la muerte. Muchas veces pudiera dar la impresión que vivimos sin esperanza, sin haber puesto toda nuestra confianza y nuestro amor en Dios cuando tantos miedos y angustias manifestamos ante el hecho de la muerte.

Esto más bien tendría que animarnos a vivir con esa vigilancia y esa atención que siempre nos ha señalado el Señor, para que en verdad estemos siempre preparados, con nuestro corazón purificado de todo pecado, para ese encuentro con Dios. Vivido así no tiene por qué haber angustia ni desesperación, no lo vamos a vivir con estoicismo pagano ante lo irremediable, sino con la esperanza del cristiano que quiere vivir rectamente y con su corazón siempre puesto en Dios. 

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