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miércoles, 30 de octubre de 2013

El camino de Jesús tiene sus exigencias, no es simplemente dejarse llevar

Rom. 8, 26-30; Sal. 12; Lc. 13, 22-30
‘Jesús iba camino de Jerusalén y uno se le acercó a preguntarle: Señor, ¿serán muchos los que se salven?’ Puede ser una pregunta interesante que nos refleje también muchas y hasta contradictorias actitudes.
Muchos se han acercado a Jesús con preguntas semejantes. ‘¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?’ era una pregunta socorrida de los escribas y letrados para ponerlo a prueba. Alguno se había acercado a él como aquel joven bueno, que sin embargo no fue capaz de seguir dando los pasos que Jesús le sugería, ‘Maestro, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?’
Otros quizá lo daban por hecho y ya ni siquiera lo preguntaban porque se creían muy cumplidores y se tenían por justos y seguros de sí mismos, como recientemente hemos escuchado en el fariseo que subió al templo a orar pero que no hacía sino justificarse por todo lo bueno que hacía. Como nos sucede quizá tantas veces que nos creemos buenos y no queremos preguntarnos qué más podemos hacer, porque ya pensamos que estamos haciendo lo suficiente. O nos creemos que porque quizá hemos acumulado muchos rezos ya lo tenemos todo conseguido sin poner nada más de nuestra parte.
Muchos hay que andan con medidas a ver hasta donde pueden llegar sin traspasar límites, claro que los límites los ponemos por el lado de lo mínimo que podamos o tengamos que hacer; o quizá algunos quieran buscar sus influencias para ver qué es lo que pueden alcanzar en ese Reino nuevo que anuncia Jesús, así andan los parientes buscando los mejores puestos o lo que han estado desde siempre con él disputándose quien es el que va a ocupar el primer puesto y ser el principal entre todos.
Quizá entre nosotros también nos pueda suceder que andemos con ciertas presunciones de que como el Señor es bueno y es misericordioso todos nos vamos a salvar, nadie se va a condenar y así nos dejamos arrastrar por una vida ramplona y sin motivaciones para superarnos y para crecer, para ser mejores y para resplandecer en santidad como tendría que ser si escucháramos bien las metas de perfección que Jesús nos propone cuando nos dice que seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto.
Y a todo esto ¿qué responde Jesús? En algunos de los planteamientos Jesús hablará de cumplir los mandamientos, porque es el camino de alcanzar la vida eterna. Pero cuando va profundizando en la respuesta nos irá planteando unas nuevas exigencias que nos estimulan hacia un camino de superación y de mayor plenitud. Será lo que le responde al joven rico de que venda todo lo que tiene y dé el dinero a los pobres para tener un tesoro en el cielo; o será señalarnos los caminos de la humildad y del servicio porque solo los que saben ser servidores haciéndose los últimos podrán llegar a ser los primeros en el Reino de los cielos.
Hoy vemos que nos habla de un camino de esfuerzo y de superación. ‘Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, les dirá, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán’. Y nos dirá a continuación que a aquellos que se creían ya salvados porque lo conocían de siempre o porque en muchas ocasiones quizá tuvieron la oportunidad de estar cerca de El, tienen el peligro de no ser reconocidos. ‘Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos, y El os replicará: no os conozco’.
Será triste escuchar esas palabras de Jesús. ¿Qué tendríamos que hacer? Ya nos los dice Jesús. Tenemos que escucharle y escucharle con el corazón bien abierto para tener la disponibilidad y generosidad de querer seguirle de verdad con toda nuestra vida. Alcanzar la vida eterna es seguir a Jesús, seguir sus pasos, es ponernos en camino con una disponibilidad total; para ello tenemos que escucharle, pero escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos dejando a un lado todo tipo de superficialidad.
El camino de Jesús tiene sus exigencias; no es simplemente dejarse llevar. Recordemos que en otra ocasión nos hablará de negarnos a nosotros mismos y de tomar la cruz de cada día; ya hemos mencionado lo que nos dice de saber hacernos los últimos y los servidores de todos. Porque el camino de Jesús es el camino del amor y de la entrega. Y amar no se puede hacer a medias, sino que tiene que ser con todo el corazón, con toda la vida, con todo el coraje y con todo el ardor de nuestro corazón. Y esto no se hace sin esfuerzo. Es lo que hoy nos dice.
Y sabemos que el camino del amor de Jesús le hizo pasar por la pasión y por la cruz. No olvidemos que es la semilla enterrada que muere para dar fruto. Así tenemos que ser nosotros, así tiene que ser nuestro amor, nuestro camino de seguimiento de Jesús. 

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