Herodes y Jesús entre el dramatismo de la Pascua y la ternura del amor
Rom. 8, 31-39; Sal. 108; Lc. 13, 31-35
‘Se acercaron unos
fariseos a Jesús a decirle: Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte’. Los encuentros o la relación entre
Jesús y Herodes están siempre marcados por el dramatismo de la pasión y de la
muerte, por el dramatismo de la Pascua, como ya hemos comentado en otra
ocasión.
A su nacimiento, Herodes el grande, el padre de este
Herodes que nos menciona hoy el evangelio, ya quiso la muerte de Jesús, porque
los Magos de Oriente habían venido a adorar un recién nacido rey de los judíos.
Viendo un posible cumplimiento de las promesas mesiánicas, por eso tras la
búsqueda en las Escrituras santas los había enviado a Belén, al verse burlado
por los Magos manda matar a todos los nacidos en Belén y sus alrededores de dos
años para abajo.
En una cierta relación con Jesús está el martirio del
Bautista que este Herodes había mandado ejecutar. En fin de cuentas el Bautista
era el Precursor del Mesías, aquel
‘profeta del Altísimo que iría delante del Señor a preparar sus caminos para
anunciar a su pueblo la salvación por medio del perdón de los pecados’.
Más tarde, como ya hemos comentado, será en medio de la
pasión que es llevado ante Herodes, enviado por Pilatos, porque le habían dicho
que Jesús provenía de Galilea y ‘al ser
de la jurisdicción de Herodes, se lo envió, aprovechando que Herodes estaba en
Jerusalén por los días de la Pascua’. Pero ya conocemos que ‘Herodes le hacía muchas preguntas, esperando
verle hacer algún milagro, pero Jesús no le respondió absolutamente nada’.
Ahora, hemos escuchado hoy, le anuncian que Herodes lo
buscaba para matarlo. Si más tarde Jesús no le respondería nada, ahora sin
embargo Jesús sí le responde para hacerle ver que su vida no depende de la
voluntad de Herodes, sino de la voluntad del Padre. ‘Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios, pasado mañana llego a
mi término’. La obra salvadora de Jesús se sigue realizando; las señales
del Reino se seguirán manifestando porque Jesús viene en verdad a hacer posible
ese Reino de Dios. La vida nadie se la arrebata porque El la entrega
libremente, porque por encima de todo está su amor, un amor que será siempre
salvador para nosotros.
Hasta el último momento, y es una forma de decir porque
siempre se manifestará así el Señor, El nos estará haciendo llegar su amor. Ha
de subir a Jerusalén, está anunciando en cierto modo su entrada triunfal en la
ciudad santa, pero su triunfo estará en la cruz y en la resurrección. ‘Os digo que no me volveréis a ver hasta el
día en que exclaméis: Bendito el que viene en nombre del Señor’. Una
referencia a su entrada en Jerusalén entre las aclamaciones de los niños y del
pueblo, pero una referencia a quien viene en nombre del Señor como nuestro
auténtico salvador. Allí en Jerusalén ha de morir, ha de realizar su entrega
definitiva por amor para nuestra salvación.
Manifiesta una vez más su amor por Jerusalén, que es el
amor grande que todo judío tenía por la ciudad santa y cuánto más Jesús, pero
en ello está manifestando cómo Jesús nos busca, nos atrae hacia sí, nos regala
con el don de su amor y de su perdón. ‘He
querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas’.
¡Qué hermosa imagen que nos manifiesta la ternura de Dios para con nosotros que
siempre nos busca! Si en otros momentos lo llamamos el Buen Pastor que busca y
llama a sus ovejas, o que va tras la oveja perdida para traerla sobre sus
hombros, ahora vemos esa ternura de Dios en esa imagen de la gallina que reúne
a sus polluelos bajo sus alas. Así nos sentimos siempre acogidos por el Señor.
¿Qué nos queda decir? Darle gracias a Dios por tanta
ternura y tanto amor. Darle gracias a Dios que nos revela el misterio de la
cruz y de la pascua desde la óptica del amor y de la entrega. Darle gracias a
Dios y con Cristo saber también ofrecer nuestra vida en ofrenda de amor que nos
llene de gracia y que sea gracia salvadora también para nuestro mundo.
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