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martes, 1 de octubre de 2013

El alimento de cada día de nuestro espíritu, la Palabra de Dios

Zac. 8, 20-23; Sal. 86; Lc. 9, 51-56
Cada día comemos y nos alimentamos porque queremos mantener la vitalidad de nuestro cuerpo, poder realizar las actividades de la vida y cumplir dignamente con nuestras responsabilidades. Por eso es necesario alimentarnos para tener la fuerza y la energía necesaria para poder vivir.
Pero no es solo el alimento de nuestro cuerpo del que hemos de preocuparnos sino que queremos también alimentar nuestro espíritu. Son muchas las cosas que podemos recibir que alimenten nuestra vida allá en lo más hondo de nosotros mismos y que además nos ayuden a elevarnos de lo meramente terreno para ir dándole ese sentido profundo y esa plenitud a nuestro existir. La lectura, las obras buenas y bellas que contemplamos a nuestro alrededor, los pensamientos que comparten con nosotros quienes nos rodean y así muchas cosas más nos van haciendo crecer y madurar en lo más hondo de nosotros mismos. Es lo que nos va haciendo tener una espiritualidad, un sentido profundo a nuestra vida.
Como creyentes y cristianos que somos queremos fundamentar esa espiritualidad de nuestra vida en el evangelio y en la Palabra de Jesús. No queremos cualquier espiritualidad por muy noble que sea, porque el sentido verdadero de nuestra vida desde la fe que tenemos lo recibimos de Jesús. Es por eso por lo que el cristiano que en verdad quiere ser consciente de su ser cristiano busca con ansia cada día la Palabra del Señor como verdadero alimento de nuestra fe y de nuestra vida cristiana.
En la Palabra vamos encontrando esa luz que va iluminando y llenando de sentido cada una de las situaciones que vivimos en la vida. En la Palabra que vamos escuchando si lo hacemos con sinceridad y verdadera fe vamos sintiendo cómo el Señor  nos corrige o nos traza caminos abriéndonos a nuevos horizontes que nos llevan a una mayor santidad de vida.
Es una riqueza grande el que cada día podamos acercarnos a la Palabra del Señor y escucharla allá en lo más hondo de nuestro corazón. Es semilla que se va plantando en nuestra vida y que si cuidamos debidamente va a florecer y fructificar en cosas y vivencias cada día más hermosas, porque cada día nos acercan más a Dios y a los que nos rodean. Esos textos de la Palabra del Señor que vamos escuchando no se nos quedan en lo anecdótico, sino que nos harán reflexionar y seguro que irán sacando lo más hermoso y noble de nuestro corazón en ese deseo de caminar al paso del Señor. Es además como un espejo en el que mirarnos para que esas diversas situaciones por las que pasamos las confrontemos con el sentido del evangelio y así en consecuencia vayamos mejorando nuestros actos y nuestras actitudes.
Así nos sucede en la Palabra que hoy hemos escuchado. Jesús va subiendo a Jerusalén; han de atravesar Samaría y en alguno de aquellos poblados han de buscar alojamiento para pasar la noche, pero como van a Jerusalén son rechazados. Ya sabemos que los samaritanos tenían su lugar de culto allí en Samaria y no subían a Jerusalén como el resto de los judíos, y había fuertes diferencias y enfrentamientos entre judíos y samaritanos que no se llevaban. Es por eso por lo que no les dan alojamiento. Ante el contratiempo vamos la reacción de Santiago y Juan. Quieren hacer bajar fuego del cielo. Por algo Jesús los llamará los Boanerges, los hijos del trueno. Pero eso no puede ser la actitud violenta con la que se ha de responder, les corrige Jesús.
Se parece a nuestras reacciones cuando nos llevan la contraria. Cómo nos contrariamos porque quizá nos parece que todos tendrían que tener la misma opinión que nosotros y surge la violencia. No es que queramos hacer bajar fuego del cielo - aunque a veces estamos bien cercanos a esas actitudes violentas - pero quizá si queremos imponernos por la fuerza y no entramos en razón. Qué distinta tendría que ser nuestra actitud. Jesús humildemente se marcha a otra aldea. ‘El Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos’. Los caminos de la humildad y de la mansedumbre hacen mucho bien y cuánto con ello podemos ayudar a los demás. Cuánto tendríamos que aprender.

Aprovechemos la riqueza de la Palabra de Dios que escuchamos y, aunque nos parezcan cosas pequeñas o insignificantes, sabemos cuanto bien nos hace para nuestra vida espiritual, cuanta más nos puede dar a nuestro espíritu. Ya anteriormente nos había enseñado Jesús - lo escuchábamos ayer, ‘el que no está contra nosotros está a favor nuestro’ nos decía - cómo tenemos que aprovechar también todo lo bueno que vemos en los demás o que hacen los demás, porque con todo lo bueno, lo justo, lo noble vamos construyendo también el Reino de Dios.

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