El alimento de cada día de nuestro espíritu, la Palabra de Dios
Zac. 8, 20-23; Sal. 86; Lc. 9, 51-56
Cada día comemos y nos alimentamos porque queremos
mantener la vitalidad de nuestro cuerpo, poder realizar las actividades de la
vida y cumplir dignamente con nuestras responsabilidades. Por eso es necesario
alimentarnos para tener la fuerza y la energía necesaria para poder vivir.
Pero no es solo el alimento de nuestro cuerpo del que
hemos de preocuparnos sino que queremos también alimentar nuestro espíritu. Son
muchas las cosas que podemos recibir que alimenten nuestra vida allá en lo más
hondo de nosotros mismos y que además nos ayuden a elevarnos de lo meramente
terreno para ir dándole ese sentido profundo y esa plenitud a nuestro existir.
La lectura, las obras buenas y bellas que contemplamos a nuestro alrededor, los
pensamientos que comparten con nosotros quienes nos rodean y así muchas cosas
más nos van haciendo crecer y madurar en lo más hondo de nosotros mismos. Es lo
que nos va haciendo tener una espiritualidad, un sentido profundo a nuestra
vida.
Como creyentes y cristianos que somos queremos
fundamentar esa espiritualidad de nuestra vida en el evangelio y en la Palabra
de Jesús. No queremos cualquier espiritualidad por muy noble que sea, porque el
sentido verdadero de nuestra vida desde la fe que tenemos lo recibimos de
Jesús. Es por eso por lo que el cristiano que en verdad quiere ser consciente
de su ser cristiano busca con ansia cada día la Palabra del Señor como
verdadero alimento de nuestra fe y de nuestra vida cristiana.
En la Palabra vamos encontrando esa luz que va
iluminando y llenando de sentido cada una de las situaciones que vivimos en la
vida. En la Palabra que vamos escuchando si lo hacemos con sinceridad y
verdadera fe vamos sintiendo cómo el Señor
nos corrige o nos traza caminos abriéndonos a nuevos horizontes que nos
llevan a una mayor santidad de vida.
Es una riqueza grande el que cada día podamos
acercarnos a la Palabra del Señor y escucharla allá en lo más hondo de nuestro
corazón. Es semilla que se va plantando en nuestra vida y que si cuidamos
debidamente va a florecer y fructificar en cosas y vivencias cada día más
hermosas, porque cada día nos acercan más a Dios y a los que nos rodean. Esos
textos de la Palabra del Señor que vamos escuchando no se nos quedan en lo
anecdótico, sino que nos harán reflexionar y seguro que irán sacando lo más
hermoso y noble de nuestro corazón en ese deseo de caminar al paso del Señor.
Es además como un espejo en el que mirarnos para que esas diversas situaciones
por las que pasamos las confrontemos con el sentido del evangelio y así en consecuencia
vayamos mejorando nuestros actos y nuestras actitudes.
Así nos sucede en la Palabra que hoy hemos escuchado.
Jesús va subiendo a Jerusalén; han de atravesar Samaría y en alguno de aquellos
poblados han de buscar alojamiento para pasar la noche, pero como van a
Jerusalén son rechazados. Ya sabemos que los samaritanos tenían su lugar de
culto allí en Samaria y no subían a Jerusalén como el resto de los judíos, y
había fuertes diferencias y enfrentamientos entre judíos y samaritanos que no
se llevaban. Es por eso por lo que no les dan alojamiento. Ante el contratiempo
vamos la reacción de Santiago y Juan. Quieren hacer bajar fuego del cielo. Por
algo Jesús los llamará los Boanerges, los hijos del trueno. Pero eso no puede
ser la actitud violenta con la que se ha de responder, les corrige Jesús.
Se parece a nuestras reacciones cuando nos llevan la
contraria. Cómo nos contrariamos porque quizá nos parece que todos tendrían que
tener la misma opinión que nosotros y surge la violencia. No es que queramos
hacer bajar fuego del cielo - aunque a veces estamos bien cercanos a esas
actitudes violentas - pero quizá si queremos imponernos por la fuerza y no
entramos en razón. Qué distinta tendría que ser nuestra actitud. Jesús
humildemente se marcha a otra aldea. ‘El
Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos’. Los
caminos de la humildad y de la mansedumbre hacen mucho bien y cuánto con ello
podemos ayudar a los demás. Cuánto tendríamos que aprender.
Aprovechemos la riqueza de la Palabra de Dios que
escuchamos y, aunque nos parezcan cosas pequeñas o insignificantes, sabemos
cuanto bien nos hace para nuestra vida espiritual, cuanta más nos puede dar a
nuestro espíritu. Ya anteriormente nos había enseñado Jesús - lo escuchábamos
ayer, ‘el que no está contra nosotros
está a favor nuestro’ nos decía - cómo tenemos que aprovechar también todo
lo bueno que vemos en los demás o que hacen los demás, porque con todo lo
bueno, lo justo, lo noble vamos construyendo también el Reino de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario