Cimentados en la fe de los Apóstoles las dudas de Santo Tomás nos hacen proclamar firmemente la fe
Ef. 2, 19-22; Sal. 116; Jn. 20, 24-29
El pasado sábado, cuando celebrábamos la fiesta de los
apóstoles san Pedro y san Pablo, escuchábamos a Jesús que nos hablaba de la
piedra sobre la que iba a fundamentar su Iglesia, en referencia al apóstol
Pedro. Hoy cuando estamos celebrando la fiesta de otro apóstol, Santo Tomás,
hemos escuchado en la carta a los Efesios que san Pablo nos habla de que
estamos ‘cimentados sobre el cimiento de
los apóstoles y profetas’ y nos recuerda que ‘el mismo Cristo Jesús es la piedra angular’.
Es la importancia que le damos en la Iglesia a las
fiestas de los Apóstoles. Somos una Iglesia, cuya una de sus características es
ser precisamente apostólica. Somos herederos de la fe de los apóstoles; en
ellos entroncamos nuestra fe para llegar a Cristo que es verdaderamente la
piedra angular de nuestra fe, porque es en Cristo en quien encontramos la
salvación.
En Cristo quedamos ensamblados, como nos dice san
Pablo, para formar ese edificio de de nuestra fe, ese edificio que es la
Iglesia en la que vivimos, celebramos y alimentamos nuestra fe. A través de los
Apóstoles nos ha llegado el conocimiento de esa fe, el conocimiento de Cristo,
puesto que a ellos se les confió la misión de ir por el mundo anunciando el
evangelio, anunciando el nombre de Jesús, el único en quien encontramos la
salvación, porque no hay ningún otro nombre que nos pueda salvar.
Hoy estamos celebrando al apóstol santo Tomás. Su
figura, en lo poco incluso que nos dice el evangelio de él, es para nosotros
estimulando, porque le vemos como uno de nosotros con sus dudas y preguntas,
con sus deseos de ver claramente aunque no siempre lo conseguía y también con
su búsqueda de una verdad que incluso él quería palpar con sus propias manos. Sus
dudas e interrogantes nos ayudarán a proclamar con mayor intensidad nuestra fe.
Serán las preguntas que le hace a Jesús en la última
cena, cuando le pide que le enseñe el camino para ir al Padre. Jesús les está
hablando de conocer al Padre y de ir al Padre y es por lo que surge ese
interrogante dentro de él queriendo saber bien a donde va y conocer el camino.
Ya sabemos la respuesta de Jesús; el camino es Jesús mismo porque conociendo a
Jesús conoceríamos también al Padre.
La duda vendrá más tarde después de la resurrección. No
estaba presente cuando Cristo resucitado se les manifiesta por primera vez en
el cenáculo y ante la insistencia del resto de los apóstoles de que Jesús
resucitado ha estado allí, el pide poder tocar y palpar con sus dedos y con sus
manos las llagas de la cruz de Jesús. En el encuentro definitivo con Jesús
surgirá la hermosa confesión de fe, ejemplo y modelo de la confesión y
proclamación de nuestra fe. ‘¡Señor mío y
Dios mío!’
Queremos nosotros proclamar nuestra fe y hacerlo con
firmeza y claridad, pero ya sabemos cómo tantas veces las dudas se nos meten en
el alma y se nos ciegan los ojos del corazón. Hoy miramos a Tomas y aprendemos
de él. Aprendemos incluso en aquello que él no supo hacer que fue fiarse de los
que le decían que estaba vivo y que lo habían visto. Hemos de aprender a
fiarnos, es aspecto fundamental de nuestra fe, y confiamos en aquellos que
desde lo que han vivido y experimentado nos quieren trasmitir.
No es cerrar los ojos de una forma obtusa, sino fiarnos
y abrir nuestro corazón, porque así llegará Dios a nosotros y podremos al final
también experimentarlo por nosotros mismos allá en lo hondo del corazón. Si
cerramos nuestra mente, si no aprendemos a fiarnos, si no aprendemos a tener confianza, nos
estaremos cerrando al misterio de la fe; si no somos capaces de aceptar lo que
los hermanos creyentes tratan de trasmitirnos desde su vida, nos estamos cerrando
al misterio de Dios y difícil será que lleguemos a experimentarlo también
nosotros en el corazón y a hacer en consecuencia de una forma personal nuestra
confesión de fe.
Al final de la misa vamos a pedir que ‘cuantos hemos confesado por la fe a Jesús
como nuestro Dios y Señor, como santo Tomás, le sigamos proclamando ante los
hombres con nuestra vida y nuestras obras’.
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