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miércoles, 19 de junio de 2013

Un camino de crecimiento espiritual desde la autenticidad de nuestra relación con el Señor

2Cor. 9, 6-11; Sal. 111; Mt. 6, 1-6.16-18
No hace mucho escuchábamos que Jesús les decía a los discípulos que si su justicia no era mayor que la de los escribas y fariseos no llegarían a entender el Reino de Dios. Así tienen que ser nuestros deseos de santidad, que cada vez con mayor ahínco hemos de buscar para nuestra vida. Tiene que ser una vida en continuo crecimiento donde hemos de ir purificando nuestros deseos, nuestras intenciones, como hemos de ir mejorando nuestra manera de actuar igual que nuestras actitudes interiores.
El llamado sermón del monte que venimos escuchando día a día en el evangelio y tratando de meditarlo para irlo aplicando en nuestro camino de cada día va continuamente recordándonos diversos aspectos de nuestra vida, de nuestras relaciones con los demás, pero también de todo lo que ha de ser nuestra espiritualidad, nuestra relación con Dios, en una palabra, de nuestras prácticas religiosas.
Como siempre Jesús nos pide autenticidad en lo que hacemos y vivimos. De nada nos valen las apariencias si allá en lo más hondo de nosotros mismos no nos llenamos de Dios para ofrecerle lo mejor de nuestro corazón. No hacemos las cosas por el lucimiento para que los demás vean lo buenos que somos, porque con eso estaríamos ya enturbiando nuestras intenciones, podíamos decir, quitándole el brillo de aquellas buenas acciones que realicemos.
Es cierto que cuando los que están a nuestro lado vean nuestras buenas obras ellos darán gloria al Señor por ello, y les puede servir de estímulo para su caminar cristiano, porque realmente mutuamente nos ayudamos los unos a los otros. ‘Que vean vuestras buenas obras, nos dice Jesús cuando nos señala que tenemos que ser luz, para que glorifiquen al Padre del cielo’.
Pero hoy nos dice: ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia - la santidad de vuestra vida, traducimos - delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre del cielo’. Nos señala tres pilares fundamentales de nuestra piedad como son la limosna, el ayuno y la oración. ‘No vayas tocando la trompeta por delante… no te pongas de pie delante de todos o en las esquinas de las plazas… no desfigures tu cara como los farsantes…’ nos señala Jesús. No busquemos ser honrados por los hombres, no busquemos alabanzas humanas que nos llenan de vanidad y orgullo. Como nos dirá en otro lugar que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.
En nuestra oración lo que tenemos que buscar es ese encuentro intimo y profundo con el Señor, por eso hemos de saber hacer ese silencio en nuestro corazón para poder sentirle y escucharle. Que aunque nuestra oración la hagamos unidos a los demás, con un verdadero sentido comunitario, como son nuestras celebraciones litúrgicas, no nos quedemos en realizar, por así decirlo, el rito, porque repitamos los gestos o las palabras rituales de nuestras oraciones, sino que surja esa oración desde lo más profundo de nuestro corazón, sintiendo esa presencia de Dios que me llena y me inunda el alma, disfrutando de su presencia y de su amor.
Por eso tenemos que hacerlo de forma auténtica, de forma viva, haciéndonos conscientes de verdad de lo que estamos haciendo, de cómo nos sentimos en la presencia del Señor, y concentrándonos bien para que nada nos distraiga, para que no se quede en lo ritual, sino que vivamente nos sintamos inundados de la gracia de Dios.
Es así cómo podemos ir creciendo espiritualmente; sintiendo esa fuerza de la gracia en nuestro corazón nuestra vida se irá iluminando para ir descubriendo lo que de verdad merece la pena; nos sentiremos purificados porque iremos descubriendo todo eso en lo que hemos de crecer y con la gracia del Señor, unidos a El íntima y profundamente en nuestra oración, nos sentimos al mismo tiempo fortalecidos en el Señor. Que no nos falte nunca esa gracia del Señor ni la echemos en saco roto para que seamos cada vez más santos. Esa ha de ser la meta y la tarea de todo cristiano que quiere en verdad seguir a Jesús.

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