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viernes, 21 de junio de 2013

Un corazón lleno de fe y de amor es un corazón lleno de luz

2Cor. 11, 18.21-30; Sal. 33; Mt. 6, 19-32
‘Si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!’ Son las palabras de Jesús con las que termina el texto hoy proclamado. Nos habla de luz y nos habla de oscuridad. ¿Cuál será esa oscuridad de la que nos habla Jesús que se nos mete en la vida?
La vida del cristiano ha de ser la de un iluminado. Era una forma también de referirse a los bautizados. No en vano en el Bautismo ritualmente se nos ha puesto una luz en nuestras manos, una luz tomada precisamente del Cirio Pascual, signo de Cristo resucitado. Viene a significar esa vida que habrá en nosotros a partir del Bautismo, a partir de nuestra participación en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. Una luz que se nos pide en ese momento que mantengamos siempre encendida en nuestra vida. Una luz que nos habla de la fe y que nos habla de las obras del amor con las que hemos de resplandecer. Con nuestras vestiduras blancas, que también se nos entregó en el Bautismo y con nuestras luces encendidas en nuestras manos vamos al encuentro del Señor.
Pero Jesús nos habla hoy de que la luz se nos puede volver oscura y si se nos vuelve oscura, ¡cuánta será la oscuridad! ¿Qué nos querrá decir? Si estamos hablando de la luz y hablamos de la fe y del amor, por ahí pueden ir esas oscuridades cuando se nos debilita la fe, cuando perdemos la intensidad del amor en nuestra vida. Debilitada o perdida la fe andamos como sin rumbo en la vida, se nos llena de oscuridad, de sin sentido. Si se nos debilita la fe se nos debilitará también la intensidad del amor.
La fe es esa luz que nos guía, que nos hace encontrar sentido, que nos llena de esperanza, que nos hace saborear la fuerza que el Señor nos da con su gracia. Por eso cuánto hemos de cuidar nuestra fe. Es una planta bien delicada. Es una luz que cualquier viento nos la puede apagar si no la protegemos lo suficiente. Si tenemos que llevar una lámpara encendida en nuestras manos en un camino abierto y que puede estar sometido a muchas y diversas corrientes de aire, ya procuramos algo que proteja esa luz. Recuerdo aquellas lámparas o luces que utilizábamos en nuestras casas cuando no tenía energía eléctrica, cómo las protegíamos con tubos de cristal, o aquellos faroles para alumbrar nuestros caminos. Y aún así con aquella protección andábamos con cuidado para que una ráfaga de aire más fuerte no nos apagase la luz.
Es como tenemos que proteger nuestra fe. Muchas cosas nos la pueden poner en peligro, muchos vendavales nos vamos encontrando en nuestra vida en un mundo materialista y sensual como vivimos, en un mundo con corrientes de pensamiento tan diversas, en un mundo descreído, indiferente cuando no combativo contra todo lo que signifique fe y religión. Por eso tenemos que protegernos, buscando la gracia del Señor, pero alimentando también nuestra fe con una verdadera formación y conocimiento de lo que creemos para que nada nos haga dudar.
El mundo tan materialista en el que vivimos con la perdida de los valores espirituales que vemos en nuestro entorno es también un peligro grande porque nos va endureciendo el corazón y nos hace mirar demasiado a las cosas de aquí abajo olvidándonos de nuestro espíritu y olvidándonos de las cosas del cielo. Hoy precisamente Jesús nos previene también en este aspecto invitándonos a guardar nuestro tesoro allí donde los ladrones no los roban ni las polillas se los carcomen. ‘No amontonéis tesoros en la tierra… amontonad tesoros en el cielo’, nos dice Jesús. Esos tesoros que guardamos en el cielo no son las cosas ni las riquezas materiales precisamente.
Hay cosas de más valor que son las que realmente tenemos que buscar. Por eso hablábamos antes de luz que tenemos que cuidar como signo de ese amor del que hemos de llenar nuestro corazón para que haya de verdad luz en nuestra vida. Miremos donde tenemos puesto nuestro corazón, o miremos cuales son los tesoros que realmente nosotros valoramos más en nuestra vida. ‘Porque, nos dice Jesús, donde está tu tesoro está tu corazón’.

Un corazón lleno de fe y de amor es un corazón lleno de luz y es el camino que nos lleva de verdad a la plenitud. Que ese sea nuestro verdadero tesoro que nos haga alcanzar la plenitud del Reino de Dios en el cielo. Que nuestra luz nunca se oscurezca para que no llegue nunca la tiniebla de la muerte a nuestra vida.

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