Un corazón lleno de fe y de amor es un corazón lleno de luz
2Cor. 11, 18.21-30; Sal. 33; Mt. 6, 19-32
‘Si la única luz que
tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!’ Son las palabras de Jesús con las
que termina el texto hoy proclamado. Nos habla de luz y nos habla de oscuridad.
¿Cuál será esa oscuridad de la que nos habla Jesús que se nos mete en la vida?
La vida del cristiano ha de ser la de un iluminado. Era
una forma también de referirse a los bautizados. No en vano en el Bautismo
ritualmente se nos ha puesto una luz en nuestras manos, una luz tomada
precisamente del Cirio Pascual, signo de Cristo resucitado. Viene a significar
esa vida que habrá en nosotros a partir del Bautismo, a partir de nuestra
participación en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. Una
luz que se nos pide en ese momento que mantengamos siempre encendida en nuestra
vida. Una luz que nos habla de la fe y que nos habla de las obras del amor con
las que hemos de resplandecer. Con nuestras vestiduras blancas, que también se
nos entregó en el Bautismo y con nuestras luces encendidas en nuestras manos
vamos al encuentro del Señor.
Pero Jesús nos habla hoy de que la luz se nos puede
volver oscura y si se nos vuelve oscura, ¡cuánta será la oscuridad! ¿Qué nos
querrá decir? Si estamos hablando de la luz y hablamos de la fe y del amor, por
ahí pueden ir esas oscuridades cuando se nos debilita la fe, cuando perdemos la
intensidad del amor en nuestra vida. Debilitada o perdida la fe andamos como
sin rumbo en la vida, se nos llena de oscuridad, de sin sentido. Si se nos
debilita la fe se nos debilitará también la intensidad del amor.
La fe es esa luz que nos guía, que nos hace encontrar
sentido, que nos llena de esperanza, que nos hace saborear la fuerza que el
Señor nos da con su gracia. Por eso cuánto hemos de cuidar nuestra fe. Es una
planta bien delicada. Es una luz que cualquier viento nos la puede apagar si no
la protegemos lo suficiente. Si tenemos que llevar una lámpara encendida en
nuestras manos en un camino abierto y que puede estar sometido a muchas y
diversas corrientes de aire, ya procuramos algo que proteja esa luz. Recuerdo
aquellas lámparas o luces que utilizábamos en nuestras casas cuando no tenía
energía eléctrica, cómo las protegíamos con tubos de cristal, o aquellos
faroles para alumbrar nuestros caminos. Y aún así con aquella protección
andábamos con cuidado para que una ráfaga de aire más fuerte no nos apagase la
luz.
Es como tenemos que proteger nuestra fe. Muchas cosas
nos la pueden poner en peligro, muchos vendavales nos vamos encontrando en
nuestra vida en un mundo materialista y sensual como vivimos, en un mundo con
corrientes de pensamiento tan diversas, en un mundo descreído, indiferente
cuando no combativo contra todo lo que signifique fe y religión. Por eso
tenemos que protegernos, buscando la gracia del Señor, pero alimentando también
nuestra fe con una verdadera formación y conocimiento de lo que creemos para
que nada nos haga dudar.
El mundo tan materialista en el que vivimos con la
perdida de los valores espirituales que vemos en nuestro entorno es también un
peligro grande porque nos va endureciendo el corazón y nos hace mirar demasiado
a las cosas de aquí abajo olvidándonos de nuestro espíritu y olvidándonos de
las cosas del cielo. Hoy precisamente Jesús nos previene también en este
aspecto invitándonos a guardar nuestro tesoro allí donde los ladrones no los
roban ni las polillas se los carcomen. ‘No
amontonéis tesoros en la tierra… amontonad tesoros en el cielo’, nos dice
Jesús. Esos tesoros que guardamos en el cielo no son las cosas ni las riquezas
materiales precisamente.
Hay cosas de más valor que son las que realmente
tenemos que buscar. Por eso hablábamos antes de luz que tenemos que cuidar como
signo de ese amor del que hemos de llenar nuestro corazón para que haya de
verdad luz en nuestra vida. Miremos donde tenemos puesto nuestro corazón, o
miremos cuales son los tesoros que realmente nosotros valoramos más en nuestra
vida. ‘Porque, nos dice Jesús, donde está tu tesoro está tu corazón’.
Un corazón lleno de fe y de amor es un corazón lleno de
luz y es el camino que nos lleva de verdad a la plenitud. Que ese sea nuestro
verdadero tesoro que nos haga alcanzar la plenitud del Reino de Dios en el
cielo. Que nuestra luz nunca se oscurezca para que no llegue nunca la tiniebla
de la muerte a nuestra vida.
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