Una cultura nueva de la paz y del amor frente a la ley del talión
2Cor. 6, 1-10; Sal. 97; Mt. 5, 38-42
‘Os exhortamos a no
echar en saco roto la gracia de Dios’,
nos decía san Pablo en el comienzo de la lectura de la segunda carta de los
Corintios de hoy. ‘Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el tiempo de la salvación’, seguía
diciéndonos. Es el hoy de la salvación que vivimos cada día en nuestra vida.
Dios va derrochando sus gracias sobre nosotros que hemos de saber aprovechar
como una riqueza grande para nuestra vida.
La oportunidad que tenemos cada día de escuchar la
Palabra de Dios es una gracia con la que el Señor nos regala y que no podemos
desaprovechar. Como les decía Jesús a los discípulos muchos quisieron ver el día
del Señor y no pudieron; hacía una referencia a los judíos de todos los tiempos
del Antiguo Testamento que vivían con ansia y deseos grandes de poder ver el día
del Señor, el día de la llegada del Mesías y sin embargo no pudieron. Los judíos
del tiempo de Jesús tenían la oportunidad de ver ese día de gracia y vivirlo y
sin embargo muchos no quisieron.
Apliquémonos eso al hoy de nuestra vida. Es una gracia
que llega a nosotros en el hoy de nuestra vida y hemos de saber aprovechar. Es la
Palabra de Dios que siempre hemos de escuchar con atención y sentir cómo en
cada momento el Señor quiere hablarnos a la situación concreta de nuestra vida.
Seguimos escuchando en el evangelio el sermón del monte
como una prolongación de las Bienaventuranzas que Jesús pronunciara. San Mateo
nos lo recoge en varios capítulos de su evangelio que ahora nosotros vamos
escuchando y meditando paso a paso. En él, como ya hemos reflexionado en otra
ocasión, se nos va desgranando el mensaje de cómo hemos de vivir los que
queremos pertenecer al Reino de Dios. Habrá cosas que nos puedan parecer más agradables,
en otras ocasiones Jesús se nos manifestará con total radicalidad. Hemos de
saber escucharlo y aplicarlo a nuestra vida y a las situaciones concretas con
sus problemas que vivimos. Siempre la Palabra del Señor es luz que nos ilumina.
Hoy partiendo de la ley del talión que de alguna manera
regía el estilo de vida y las relaciones mutuas entre los judíos, Jesús nos
hace unas precisiones muy concretas que, como ya nos decía, vienen a dar
plenitud a la ley del Señor. Podríamos decir que la ley del talión - el ojo por
ojo y diente por diente - venía como a suavizar el espíritu de venganza que
podría haberse adueñado del corazón de los hombres. Según la ley del talión -
lo del ojo por ojo - significaba como no había que excederse en la revancha que
se pudiera tomar para hacer justicia que se hubiera recibido una injuria. Nunca
se podía exceder de la injuria que se hubiera recibido.
Pero Jesús sí viene a abolir esa ley del talión, que no
estaba en la voluntad ni en la ley del Señor, sino que eran más o menos
explicaciones y aplicaciones que se habían introducido en las costumbres y
leyes del pueblo de Israel. Como les dirá Jesús cuando hable del divorcio, les
dice que Moisés se los permitió por la dureza del corazón. En ese mismo sentido
tendríamos que verlo ahora en este aspecto.
Pero Jesús nos dice por el contrario: ‘No hagáis frente al que os agravia’.
Creo que lo entendemos, no podemos responder con violencia a quien haya actuado
con violencia contra nosotros. Responder con violencia a la violencia significaría
entrar en una espiral que cada día se haría más grande terminando por envolver
toda la existencia del hombre. Por eso frente al que nos haya podido hacer daño
nuestra respuesta ha de ser la de la paz.
Ojalá hubiéramos
aprendido esta lección y mensaje de Jesús y nos hubiera ido bien distinto en la
vida. Cuántas cosas se hubieran podido evitar. Desgraciadamente sigue pesando
en nosotros de alguna manera esa ley del talión que no hemos terminado de abolir
en nuestras costumbres. Que el Espíritu del Señor que es Espíritu de amor y de
paz inunde nuestra vida y seamos capaces de entrar en esa civilización del amor
y de la paz
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