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jueves, 27 de junio de 2013

¿Cuáles son los cimientos sobre los que hemos edificado nuestra vida?

Gén. 16, 1-12.15-16; Sal. 105; Mt. 7, 21-29
¿Cuáles son los cimientos sobre los que hemos edificado nuestra vida? Me hago esta pregunta tras escuchar este pasaje del Evangelio que nos ofrece la liturgia de este día. Un buen interrogante que nos hará examinar bien nuestras posturas, nuestras actitudes, nuestra manera de actuar y de vivir como cristiano. Es bueno examinarnos, revisarnos, si en verdad queremos crecer espiritualmente, queremos avanzar en nuestro seguimiento de Jesús como cristianos. No se trata de seguir viviendo nuestra vida, aunque hagamos cosas buenas, un poco a la rutina de acostumbrarnos a hacer las cosas y no plantearnos lo que podemos mejorar.
Es quizá lo que uno se pregunta cuando ve que una persona a quien quizá veíamos más o menos entregada en su vida de fe, o al menos religiosamente se comportaba con cierto fervor y hacía cosas buenas, de repente de la noche a la mañana como solemos decir, o tras un cierto proceso la vemos que va abandonando todas aquellas prácticas religiosas que vivía y se comienza a comportar con una vida bastante alejada de la fe.
O nos puede pasar a nosotros mismos, vivíamos momentos de cierto fervor e intensidad en nuestra vida religiosa, con ciertos compromisos cristianos en nuestra vida quizá implicados en buenas acciones comprometidas, y de repente nos sentimos fríos, nos parece que aquello que hacíamos ya no tiene tanto sentido y vamos abandonando muchas cosas de nuestra práctica religiosa o de nuestra vida sacramental. ¿Qué ha pasado en un caso y otro? ¿Qué nos ha pasado para que actuemos así? Es por lo que me hacía aquella pregunta del principio al hilo de lo que hoy escuchamos en el evangelio. ¿Cuáles son los cimientos sobre los que hemos edificado nuestra vida cristiana y nuestra religiosidad?
Ya nos decía Jesús que no nos basta decir ¡Señor, Señor! para entrar en el reino de los cielos. Ni nos vale decir que somos buenos y hasta hacer una lista de esas obras buenas que hagamos. Somos muy dados a esos listados de lucimiento para que los demás vean lo buenos que somos. Es necesario algo más dándole verdadera profundidad a nuestra vida, poniendo verdaderos cimientos. Por eso nos habla en la pequeña parábola del hombre sensato que edifica su casa sobre roca y vendrán los vientos y los temporales y la casa no se irá abajo frente al necio que edificó sobre arena y al venir el vendaval la casa se vino abajo.
¿De qué cimientos nos está hablando el Señor? Primero nos ha dicho ‘No todo el que me dice ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en cielo’. Luego nos dirá que se parece al hombre prudente ‘el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica’.
No podemos fundamentar nuestra vida cristiana, el seguimiento de Jesús de un fervor momentáneo o de la buena voluntad que tengamos porque nos gusta hacer cosas buenas. Hemos de saber darle una profunda espiritualidad a nuestra vida y en ese camino podremos ir si hay apertura de verdad en nuestro corazón a Dios y a escuchar su Palabra, a escuchar lo que es su voluntad para nuestra vida.
Las llamaradas de fervor momentáneo sin un fuego que se mantenga vivo en su interior y que alimente de verdad la vida, pronto se pueden convertir en humo que se disipa y nuestra vida cristiana se queda en nada. Esa escucha atenta a la Palabra del Señor para dejar que penetre hondamente en nosotros rumiándola en nuestro interior una y otra vez es lo que va a dar profundidad y continuidad a ese seguimiento de Jesús; es desde donde podemos fundamentar bien nuestra vida para ser constantes en seguir el camino de Jesús; es lo que nos hará crecer espiritualmente y nos podrá llevar a un compromiso serio en nuestra vida cristiana.

Cimentemos de verdad nuestra vida en el Señor y en su Palabra, llenándonos de su gracia, uniéndonos de verdad a El con nuestra oración y la vivencia sacramental.

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