El Evangelio del Reino no solo es proclamado sino confirmado con las obras
Gén. 17, 1.9-10.15-22; Sal. 127; Mt. 8, 1-4
El evangelio del Reino de Dios no solo es proclamado
con palabras sino que es confirmado con las obras. Fue el primer anuncio de
Jesús cuando comienza su actividad pública; estos días lo hemos escuchado
proclamarlo y explicarlo en el Sermón del Monte de las Bienaventuranzas.
Con todo detalle ha ido explicándonos Jesús cómo hemos
de vivir el Reino, que no solo es decir
‘Señor, Señor’, como ayer escuchábamos, sino hacer la voluntad del Padre,
escuchar las Palabras y enseñanzas de Jesús pero llevándolas a la práctica.
Unas actitudes nuevas, unos valores distintos, una mayor profundidad de vida,
un nuevo estilo de espiritualidad, una nueva manera de vivir el amor sintiendo
que todos hemos de amarnos, una nueva forma de relacionarnos con Dios con un
nuevo estilo de oración; nos enseña también cómo hemos de orar.
Ahora Jesús ha bajado del monte y en las obras de Jesús
se va a manifestar lo que es ese Reino de Dios y cómo hemos de vivirlo. No se
queda en el anuncio, sino que veremos irse realizando ese Reino de Dios. La
misma multitud que en el Sermón de la Montaña ha sido testigo de sus palabras,
lo es ahora de la manifestación de ese Reino de Dios por las obras.
‘Se le acercó un
leproso, se arrodilló y le dijo: Señor, si quieres puedes limpiarme… quiero,
queda limpio’, le
dice Jesús. Un leproso que es curado; un
leproso en quien comienza una nueva vida; un leproso hasta ahora marginado de
la sociedad, que vuelve al encuentro con los suyos y con la comunidad; un
leproso abocado a la muerte en el mal de su enfermedad - podríamos decir que
por la forma en que le obligaban a vivir era como un muerto viviente - pero que
con la presencia de Jesús ahora se llena de vida. Un leproso que no era
solamente aquel enfermo de la lepra que se acercó y se postró ante Jesús, sino
que representa mucho más.
Ya decíamos que ahora en las obras se manifiesta la
realidad del Reino de Dios. Es liberado del mal y ya el maligno no tiene ningún
poder sobre él; su único Señor será ya para siempre su Dios. La curación de
aquel leproso nos está hablando de un mundo nuevo, en que no solo nos podemos
ver liberados de la lepra o de cualquier enfermedad, sino mucho más hondo
vernos liberados de tanto mal que nos ata y nos esclaviza. El recuperar la vida
sana de aquel leproso nos puede estar hablando de cómo con Jesús y su salvación
nosotros podemos vernos liberados de tanta muerte como dejamos meter en el alma
con nuestro desamor y nuestro pecado.
La transformación de la vida de aquel hombre con su
sanación nos está hablando de la transformación de nuestros corazones cuando en
verdad aceptamos el evangelio del Reino y lo convertimos en norma, en sentido y
en cauce por donde se rija y camine nuestra vida; pero esa transformación nos
puede hablar de la transformación de nuestro mundo; se rompían muchos moldes
con el hecho de aquel leproso pudiera llegar a los pies de Jesús y que Jesús
incluso extendiendo su mano lo tocase.
Los leprosos tenían que vivir aislados de todos, no se
podían acercar a nadie, incluso si alguien descuidadamente se acercase a ellos
tenían que gritar que eran impuros para que no llegasen hasta ellos; y por
supuesto tocarlos con la mano era incurrir en una impureza legal. Todo eso
cambia y se hace de forma distinta a partir de ese momento; se están
manifestando las señales del Reino donde nadie puede ser excluido, no nos hace
impuros lo que nos entre por la boca sino la maldad que pueda haber en nuestro
corazón, y a nadie podemos discriminar por ningún motivo, porque todo hombre,
sea cual sea su condición es mi hermano.
En las obras, en el nuevo estilo y sentido de vida y de
hacer las cosas se estaba manifestando el Reino de Dios. En nuestras obras, en
nuestra nueva forma de vivir y de relacionarnos con Dios y con los demás hemos
de manifestar que nosotros vivimos el Reino de Dios, damos señales con nuestra
vida de ese Reino de Dios. Nunca más podemos discriminar a nadie; nunca más
podemos ponernos encima de pedestales que nos alejen o aíslen de nuestros
hermanos sean quienes sean; ya para siempre somos hermanos que nos queremos y
que nos tendemos la mano sin ningún tipo de condicionante o de reserva.
¿Daremos en verdad las señales del Reino de Dios en
nuestra vida? De Jesús tenemos la certeza de que va a tender su mano hacia
nosotros para curarnos, para transformarnos, para arrancarnos de la muerte y
llenarnos de vida. Con humildad y sinceridad nos acercamos al Señor; con mucho
amor nos ponemos ante El sabiendo que podemos sentirnos siempre amados de Dios.
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