Vistas de página en total

viernes, 28 de junio de 2013

El Evangelio del Reino no solo es proclamado sino confirmado con las obras

Gén. 17, 1.9-10.15-22; Sal. 127; Mt. 8, 1-4
El evangelio del Reino de Dios no solo es proclamado con palabras sino que es confirmado con las obras. Fue el primer anuncio de Jesús cuando comienza su actividad pública; estos días lo hemos escuchado proclamarlo y explicarlo en el Sermón del Monte de las Bienaventuranzas.
Con todo detalle ha ido explicándonos Jesús cómo hemos de vivir el Reino, que no solo es decir ‘Señor, Señor’, como ayer escuchábamos, sino hacer la voluntad del Padre, escuchar las Palabras y enseñanzas de Jesús pero llevándolas a la práctica. Unas actitudes nuevas, unos valores distintos, una mayor profundidad de vida, un nuevo estilo de espiritualidad, una nueva manera de vivir el amor sintiendo que todos hemos de amarnos, una nueva forma de relacionarnos con Dios con un nuevo estilo de oración; nos enseña también cómo hemos de orar.
Ahora Jesús ha bajado del monte y en las obras de Jesús se va a manifestar lo que es ese Reino de Dios y cómo hemos de vivirlo. No se queda en el anuncio, sino que veremos irse realizando ese Reino de Dios. La misma multitud que en el Sermón de la Montaña ha sido testigo de sus palabras, lo es ahora de la manifestación de ese Reino de Dios por las obras.
‘Se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: Señor, si quieres puedes limpiarme… quiero, queda limpio’, le dice Jesús.  Un leproso que es curado; un leproso en quien comienza una nueva vida; un leproso hasta ahora marginado de la sociedad, que vuelve al encuentro con los suyos y con la comunidad; un leproso abocado a la muerte en el mal de su enfermedad - podríamos decir que por la forma en que le obligaban a vivir era como un muerto viviente - pero que con la presencia de Jesús ahora se llena de vida. Un leproso que no era solamente aquel enfermo de la lepra que se acercó y se postró ante Jesús, sino que representa mucho más.
Ya decíamos que ahora en las obras se manifiesta la realidad del Reino de Dios. Es liberado del mal y ya el maligno no tiene ningún poder sobre él; su único Señor será ya para siempre su Dios. La curación de aquel leproso nos está hablando de un mundo nuevo, en que no solo nos podemos ver liberados de la lepra o de cualquier enfermedad, sino mucho más hondo vernos liberados de tanto mal que nos ata y nos esclaviza. El recuperar la vida sana de aquel leproso nos puede estar hablando de cómo con Jesús y su salvación nosotros podemos vernos liberados de tanta muerte como dejamos meter en el alma con nuestro desamor y nuestro pecado.
La transformación de la vida de aquel hombre con su sanación nos está hablando de la transformación de nuestros corazones cuando en verdad aceptamos el evangelio del Reino y lo convertimos en norma, en sentido y en cauce por donde se rija y camine nuestra vida; pero esa transformación nos puede hablar de la transformación de nuestro mundo; se rompían muchos moldes con el hecho de aquel leproso pudiera llegar a los pies de Jesús y que Jesús incluso extendiendo su mano lo tocase.
Los leprosos tenían que vivir aislados de todos, no se podían acercar a nadie, incluso si alguien descuidadamente se acercase a ellos tenían que gritar que eran impuros para que no llegasen hasta ellos; y por supuesto tocarlos con la mano era incurrir en una impureza legal. Todo eso cambia y se hace de forma distinta a partir de ese momento; se están manifestando las señales del Reino donde nadie puede ser excluido, no nos hace impuros lo que nos entre por la boca sino la maldad que pueda haber en nuestro corazón, y a nadie podemos discriminar por ningún motivo, porque todo hombre, sea cual sea su condición es mi hermano.
En las obras, en el nuevo estilo y sentido de vida y de hacer las cosas se estaba manifestando el Reino de Dios. En nuestras obras, en nuestra nueva forma de vivir y de relacionarnos con Dios y con los demás hemos de manifestar que nosotros vivimos el Reino de Dios, damos señales con nuestra vida de ese Reino de Dios. Nunca más podemos discriminar a nadie; nunca más podemos ponernos encima de pedestales que nos alejen o aíslen de nuestros hermanos sean quienes sean; ya para siempre somos hermanos que nos queremos y que nos tendemos la mano sin ningún tipo de condicionante o de reserva.

¿Daremos en verdad las señales del Reino de Dios en nuestra vida? De Jesús tenemos la certeza de que va a tender su mano hacia nosotros para curarnos, para transformarnos, para arrancarnos de la muerte y llenarnos de vida. Con humildad y sinceridad nos acercamos al Señor; con mucho amor nos ponemos ante El sabiendo que podemos sentirnos siempre amados de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario