Entrar por la puerta estrecha nos lleva por sendas de vida eterna
Gén. 13, 2.5-18; Sal. 14; Mt. 7, 6.12-14
‘Entrad por la puerta
estrecha’, nos dice
Jesús. Nos impresionan estas palabras. Parece que diera la impresión que Jesús
nos pone dificultades en su seguimiento. Nos gustaría el camino ancho, cómodo y
fácil. Hoy vivimos además en un mundo de comodidades y donde fácilmente
rehuimos el sacrificio y el esfuerzo, un mundo de automatismos donde queremos
conseguir las cosas casi como si pulsáramos un botón y ya está todo hecho.
¿Estas palabras de Jesús quieren significar que lo que
hace es ponernos obstáculos para alcanzar la salvación? Ni mucho menos, tenemos
que decir. No olvidemos que El quiere ofrecernos un camino que nos conduzca a
la felicidad. La página más hermosa del evangelio y que casi podríamos
considerar como central de su mensaje es la de las Bienaventuranzas. Nos promete
dicha y felicidad.
Por supuesto tenemos que comenzar a decir que la
salvación que Jesús nos ofrece es un regalo de su amor. No nos salvamos porque
nosotros merezcamos la salvación, porque el perdón y la gracia que Jesús nos
ofrece superan toda la reparación que nosotros podamos hacer por nosotros
mismos para alcanzar el perdón del pecado que nos arrancó de la vida de Dios. Y
cuando Dios creó al hombre lo puso en un paraíso, lo que llamamos el paraíso
terrenal del jardín del Edén del que nos habla en imagen la Biblia. Fueron los
méritos de la muerte de Jesús los que nos alcanzaron la gracia y la salvación.
Pero a tanto amor que el Señor nos ofrece con la
salvación que nos regala ha de estar nuestra respuesta que es el camino de la
fe que hemos de recorrer. Y cuando decimos el camino de la fe no es solo la profesión
que podamos hacer con unas palabras que recitemos para decir que tenemos fe,
sino que es toda la respuesta de vida que hemos de ir dando en el día a día. Y
el camino de esa respuesta pasa por ese nuevo sentido de vida, ese nuevo estilo
de vida que Jesús nos ofrece en el Evangelio.
No es decir yo tengo fe y yo amo a Dios y hago lo que
quiera. Esa fe y ese amor lo vamos a expresar con nuestra vida, con nuestro
amor, con lo que vayamos viviendo. Y vivir esa fe y ese amor implica nuestra
voluntad de querer caminar ese camino de Jesús. Y ya sabemos cómo desde dentro
de nosotros aflora el mal con la tentación que nos quiere arrastrar hacia el egoísmo,
el mal y el pecado; y está toda la influencia de un mundo adverso que nos rodea
que nos hace otros planteamientos distintos de ese camino del evangelio; muchas
cosas nos tratan de seducir y que nos quieren endiosar o que nos provocan a
rupturas en el amor que tendríamos que tener para con los demás.
Si simplemente nos dejamos arrastrar por nuestro egoísmo
y nuestro capricho, si el orgullo nos endiosa para creernos autosuficientes por
nosotros mismos o para no solo prescindir de los demás sino también arrojarlos
fuera de nuestro camino, nos pudiera parecer que sí, que es un camino ancho en
el que solo vamos buscando nuestras propias satisfacciones egoístas. Pero por
ahí no puede pasar nunca el verdadero sentido del hombre, de la persona porque
ni somos superiores a los demás ni nos podemos aislar de los que están a
nuestro lado, ni podemos vivir como si nosotros fuéramos los únicos dueños de
esta tierra y este mundo en que habitamos. Es lo que nos enseña y manifiesta la
ley del Señor, la voluntad de Dios expresada en los mandamientos.
Cuántas veces nos sucede que nos creemos con todos los
derechos del mundo pero como si fueran derechos solo para mi y eso me lleva a
chocar con los demás, a tener actitudes incluso violentas con aquellos que nos
parece que se están oponiendo a nuestros deseos o a nuestros caprichos.
Arrancarnos de esas actitudes egoístas y llenas de
orgullo, buscar esa buena convivencia en la que no solo busco mi propia felicidad
sino que también quiero hacer felices a los que están a mi lado, me exige
esfuerzo, superación, sacrificio, deseos de crecimiento interior. Y esto muchas
veces no nos es fácil. Es mucho lo que pesa la tentación del egoísmo y el
desamor en nuestro corazón. Es de lo que nos está hablando Jesús hoy en el
evangelio, aunque haya momentos en que nos cuesta entenderlo.
Si entendiéramos bien la palabra de Jesús y nos
propusiéramos en verdad vivir en su camino conforme a lo que nos enseña en el
evangelio, aunque nos pareciera en momentos que nos cuesta o nos exige sacrificios, sin embargo al
final nos damos cuenta de que vamos a
alcanzar mayor felicidad cuando también estamos haciendo más felices a los que
están a nuestro lado. No nos importe tomar esa senda y ese camino que el Señor
nos propone aunque nos suponga esfuerzo y sacrificio. Haríamos un mundo mejor.
Y además tenemos la certeza de esa bienaventuranza eterna que el Señor nos
ofrece.
¿De qué me vale ahora ganar todo el mundo queriendo ser
dominador de todo, si al final voy a perder lo que verdaderamente importa es la
vida eterna feliz junto a Dios?
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