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lunes, 24 de junio de 2013


Juan mereció la bienaventuranza del Señor por su pobreza, austeridad y fidelidad

Is. 49, 1-6; Sal. 138; Hechos, 13, 22-26; Lc. 1, 57-66.80
‘No ha nacido de mujer uno más grande que Juan Bautista’. Así afirmó Jesús de Juan. Hoy celebramos su nacimiento. ‘Te llenarás de alegría y muchos se alegrarán en su nacimiento’, le había dicho el ángel a Zacarías en su aparición en el templo. Y hoy nos dice el evangelio que ‘cuando se cumplió el tiempo e Isabel dio a luz hijo, se enteraron los vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia y la felicitaban’.  Y la noticia corrió por toda la montaña y todos estaban sobrecogidos por las maravillas que realizaba el Señor.
Con el mismo gozo y alegría estamos nosotros en este día celebrando la fiesta del nacimiento de Juan. Es una fiesta grande que se celebra en toda la Iglesia con gran solemnidad y en nuestros pueblos es grande la alegría en esta fiesta rodeada además de muchas tradiciones y costumbres ancestrales. No queremos quedarnos en esas costumbres populares muchas veces surgidas desde costumbres no tan cristianas sino queremos ir al fondo de lo que tiene que ser nuestra celebración contemplando lo que es y significa realmente el nacimiento de Juan y el mensaje que podemos recibir para nuestra vida.
‘Será grande a los ojos del Señor… se llenará de Espíritu Santo ya desde el seno materno, convertirá a muchos al Señor… preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Recordamos lo que nos había narrado el evangelista Lucas en la visita de María a su prima Isabel y cómo la criatura, llena del Espíritu, había dado saltos en el seno materno.
‘Estaba yo en el seno materno, y el Señor me llamó en las entrañas maternas y pronunció mi nombre’, hemos escuchado el anuncio del profeta Isaías. ‘Le pondrás por nombre Juan’, le había dicho el ángel a Zacarías cuando le anunciaba su nacimiento. Y es lo que ahora hemos escuchado que pronuncia Zacarías en el momento de la imposición del nombre: ‘Juan es su nombre’, soltándose la lengua y cantando la alabanza y bendición al Señor.
Querría fijarme en algo que nos manifiesta la unidad del evangelio y su mensaje. Jesús dirá de él que no ha nacido de mujer nadie mayor que él, como recordábamos al principio, y el ángel anunciaba que sería grande a los ojos del Señor. ¿Quiénes nos dirá Jesús en el evangelio que son grandes y primeros? Recordemos las disputas de los discípulos por los primeros puestos. Será grande el que se hace pequeño y se hace el último y servidor de todos; y serán los humildes y los sencillos a los que se revelará el Señor.
¿Cómo vemos que se presenta Juan? Todos recordamos su figura austera vestida de piel de camello, viviendo entre penitencias y ayunos allá en el desierto, alimentándose de saltamontes y miel silvestre. Es la figura de la humildad, de la sencillez y de la pobreza con la que se presenta Juan. El rechazará ser el Mesías o ser el profeta, cuando vienen a preguntarle, porque dice que no es sino una voz que grita en el desierto.
Es la voz que anuncia la llegada de la Palabra; es el que camina por la senda de la humildad y de la pequeñez para mostrarnos lo grande que ha de venir; es el que está solamente como un servidor para señalar el camino del que viene y para ayudarnos a preparar ese camino; él nos dirá que tiene que menguar para que Cristo crezca; cumplida su misión con la mayor radicalidad dejará paso al que viene en nombre del Señor porque a sus discípulos señalará al que es el Cordero de Dios que viene a quitar el pecado del mundo; llevando la fidelidad hasta el final en la más absoluta radicalidad, denunciando allí donde está el mal, desaparecerá con su martirio para que contemplemos al que es la verdadera luz del mundo que él venía a anunciar. Se cumplen en él los requisitos, por decirlo de alguna manera, que nos da Jesús para señalarnos al que es grande; y grande es entonces el Bautista en su misión y en su servicio.
Un mensaje bien hermoso que estamos recibiendo de Juan cuando hoy nos hemos reunido para celebrar su nacimiento. Ojalá aprendiéramos de su humildad y de su sencillez, de su austeridad y su fidelidad para que así tuviéramos nuestros corazones bien dispuestos a la gracia del Señor que llega a nuestra vida. Fácilmente nos encandilamos con brillos que relucen tentadores a los que apegamos nuestro corazón. Ya nos dirá luego Jesús, como hemos escuchado estos días que no podemos servir a dos señores, a Dios y al dinero, y cómo el lujo y el despilfarro están bien lejos de los caminos y estilos de vida que nos merezcan la bienaventuranza del Señor, porque serán los pobres, los humildes y los sencillos, los que tiene puro el corazón los que verán a Dios y alcanzarán a vivir el Reino de Dios.
Por eso cuánto tenemos que aprender de la austeridad del Bautista; sus palabras y su misma vida nos están invitando continuamente a la conversión de nuestro corazón al Señor y nos señalará, como lo hacía con aquellos que acudían a él en el desierto y en el Jordán, que ese camino de conversión ha de pasar por el compartir generoso y por el actuar siempre en rectitud y justicia en todas nuestras responsabilidades.
El Bautista mereció la bienaventuranza del Señor; ojalá nosotros aprendamos la lección y alcancemos también esa bienaventuranza.

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