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miércoles, 26 de junio de 2013

La historia de la salvación está jalonada por la Alianza del Señor

Gén. 15, 1-12.17-18; Sal. 104; Mt. 7, 15-20
‘El Señor se acuerda de su alianza eternamente’. Es el responsorio que hemos repetido con el salmo. Lo que estamos expresando con él es la fidelidad del Señor. Como nos diría el apóstol ‘si nosotros somos infieles, El permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo’. Así es la fidelidad del amor del Señor por su pueblo.
La historia de la salvación está jalonada por el tema de la alianza. Es precisamente lo que nos relata hoy el libro del Génesis, la alianza de Dios con Abraham, que dio origen al pueblo de los creyentes porque para nosotros Abraham es nuestro padre en la fe. Pero anteriormente en la Biblia ya había aparecido otra alianza; fue con Noé al terminar el diluvio en la que Dios se comprometía a no destruir nunca más a la humanidad y para ello dejaba en el cielo el arco iris como un signo, como una señal.
Luego conocemos todos en el Antiguo Testamento por su importancia la Alianza del Sinaí con la que se constituía el pueblo de Dios para siempre. Dios para siempre sería su Dios, así ellos lo reconocerían, y ellos serían su pueblo comportándose como tal cumpliendo la ley del Señor en los mandamientos. Será la Alianza que marcará ya para siempre la historia del pueblo de Dios, de manera que habrá otras Alianza en diferentes momentos de su historia pero que serán una renovación de esta Alianza del Sinaí.
Josué hará una renovación de esa Alianza al entrar en la tierra prometida (hace pocos días hemos escuchado ese relato en el libro de Josué); otro momento importante de renovación de la Alianza fue en tiempos del Rey David y a la vuelta del destierro en tiempos de Esdras. Eslabones importantes en la historia del pueblo de Dios, en las que se iba renovando una y otra vez aquella Alianza del Sinaí.
Nosotros somos el pueblo de la nueva Alianza, la realizada en la Sangre de Cristo, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna derramada en la Pascua que nos merecería ya para siempre el amor y la salvación del Señor. Sacrificio de Cristo que vamos reviviendo continuamente, actualizándolo en nuestra vida cada vez que comemos del Cuerpo del Señor y bebemos de su Sangre en la celebración de la Eucaristía, Sacramento y Misterio de nuestra fe.
Una alianza se realiza siempre entre dos partes que mutuamente se comprometen con unas cláusulas. Es lo que vamos viendo en esas Alianzas del Antiguo Testamento sobre todo a partir del Sinaí. El pueblo se compromete a ser el pueblo de Dios y Dios se compromete para siempre a ser su Dios mostrando y manifestando el amor por su pueblo. En el compromiso del pueblo está siempre el cumplir la voluntad del Señor.
Sin embargo en la Alianza con Abraham que hoy hemos escuchado más bien es una promesa de Dios; le promete dar una tierra y una descendencia numerosa. Por parte de Abraham está su fe que le hace mantenerse fiel siempre y por encima de todo. ‘Abraham creyó al Señor y se le contó en su haber’.
Por eso Abraham toma posesión de aquella tierra que Dios le da, y aunque en el momento de la alianza no tiene hijos, solo le dará uno que le pedirá incluso que lo sacrifique, sin embargo su descendencia será más grande que las arena del mar o las estrellas del cielo. De Abraham nacerá un pueblo que se multiplicará, así lo veremos al salir de Egipto como un pueblo numeroso, pero como ya nosotros desde el Nuevo Testamento interpretamos somos esa descendencia de Abraham porque somos hijos en la fe. No son hijos de Abrahán solo los que llevan su sangre, sino los que han heredado su fe.
La historia del pueblo de Dios está jalonada por la Alianza, como ya antes decíamos, pero al mismo tiempo está marcada por sus muchas infidelidades. Pero por encima de esas infidelidades del pueblo está la fidelidad del Señor, como ya antes recordábamos. Por eso decíamos con el salmo que ‘el Señor se acuerda de su alianza eternamente’.

Nosotros somos los hijos de la Alianza Nueva y Eterna en la Sangre de Cristo. Así hemos de estar marcados nosotros por esa señal de la sangre de Cristo derramada en la cruz, pero reconocemos que también nuestra vida está llena de infidelidades y de olvidos de la ley del Señor. Que esta palabra que estamos escuchando despierte y anime nuestra fe para que lleguemos a dar los frutos que el Señor nos pide. ‘Por sus frutos los conoceréis’, decía Jesús en el Evangelio que hoy hemos escuchado. ¿Cuáles son los frutos concretos por los que se nos reconocerá esa vivencia de la Alianza del Señor?

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