La historia de la salvación está
jalonada por la Alianza del Señor
Gén. 15, 1-12.17-18; Sal. 104; Mt. 7, 15-20
‘El Señor se acuerda
de su alianza eternamente’.
Es el responsorio que hemos repetido con el salmo. Lo que estamos expresando
con él es la fidelidad del Señor. Como nos diría el apóstol ‘si nosotros somos
infieles, El permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo’. Así es la
fidelidad del amor del Señor por su pueblo.
La historia de la salvación está jalonada por el tema
de la alianza. Es precisamente lo que nos relata hoy el libro del Génesis, la
alianza de Dios con Abraham, que dio origen al pueblo de los creyentes porque
para nosotros Abraham es nuestro padre en la fe. Pero anteriormente en la
Biblia ya había aparecido otra alianza; fue con Noé al terminar el diluvio en
la que Dios se comprometía a no destruir nunca más a la humanidad y para ello
dejaba en el cielo el arco iris como un signo, como una señal.
Luego conocemos todos en el Antiguo Testamento por su
importancia la Alianza del Sinaí con la que se constituía el pueblo de Dios
para siempre. Dios para siempre sería su Dios, así ellos lo reconocerían, y
ellos serían su pueblo comportándose como tal cumpliendo la ley del Señor en
los mandamientos. Será la Alianza que marcará ya para siempre la historia del
pueblo de Dios, de manera que habrá otras Alianza en diferentes momentos de su
historia pero que serán una renovación de esta Alianza del Sinaí.
Josué hará una renovación de esa Alianza al entrar en
la tierra prometida (hace pocos días hemos escuchado ese relato en el libro de
Josué); otro momento importante de renovación de la Alianza fue en tiempos del
Rey David y a la vuelta del destierro en tiempos de Esdras. Eslabones
importantes en la historia del pueblo de Dios, en las que se iba renovando una
y otra vez aquella Alianza del Sinaí.
Nosotros somos el pueblo de la nueva Alianza, la
realizada en la Sangre de Cristo, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna derramada
en la Pascua que nos merecería ya para siempre el amor y la salvación del
Señor. Sacrificio de Cristo que vamos reviviendo continuamente, actualizándolo
en nuestra vida cada vez que comemos del Cuerpo del Señor y bebemos de su
Sangre en la celebración de la Eucaristía, Sacramento y Misterio de nuestra fe.
Una alianza se realiza siempre entre dos partes que
mutuamente se comprometen con unas cláusulas. Es lo que vamos viendo en esas
Alianzas del Antiguo Testamento sobre todo a partir del Sinaí. El pueblo se
compromete a ser el pueblo de Dios y Dios se compromete para siempre a ser su
Dios mostrando y manifestando el amor por su pueblo. En el compromiso del
pueblo está siempre el cumplir la voluntad del Señor.
Sin embargo en la Alianza con Abraham que hoy hemos
escuchado más bien es una promesa de Dios; le promete dar una tierra y una
descendencia numerosa. Por parte de Abraham está su fe que le hace mantenerse
fiel siempre y por encima de todo. ‘Abraham
creyó al Señor y se le contó en su haber’.
Por eso Abraham toma posesión de aquella tierra que
Dios le da, y aunque en el momento de la alianza no tiene hijos, solo le dará
uno que le pedirá incluso que lo sacrifique, sin embargo su descendencia será
más grande que las arena del mar o las estrellas del cielo. De Abraham nacerá
un pueblo que se multiplicará, así lo veremos al salir de Egipto como un pueblo
numeroso, pero como ya nosotros desde el Nuevo Testamento interpretamos somos
esa descendencia de Abraham porque somos hijos en la fe. No son hijos de
Abrahán solo los que llevan su sangre, sino los que han heredado su fe.
La historia del pueblo de Dios está jalonada por la
Alianza, como ya antes decíamos, pero al mismo tiempo está marcada por sus
muchas infidelidades. Pero por encima de esas infidelidades del pueblo está la
fidelidad del Señor, como ya antes recordábamos. Por eso decíamos con el salmo que ‘el Señor se acuerda de su alianza
eternamente’.
Nosotros somos los hijos de la Alianza Nueva y Eterna
en la Sangre de Cristo. Así hemos de estar marcados nosotros por esa señal de
la sangre de Cristo derramada en la cruz, pero reconocemos que también nuestra
vida está llena de infidelidades y de olvidos de la ley del Señor. Que esta
palabra que estamos escuchando despierte y anime nuestra fe para que lleguemos
a dar los frutos que el Señor nos pide. ‘Por
sus frutos los conoceréis’, decía Jesús en el Evangelio que hoy hemos
escuchado. ¿Cuáles son los frutos concretos por los que se nos reconocerá esa
vivencia de la Alianza del Señor?
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