Una profesión de fe en Jesús como Salvador que nos convierte en discípulos
Zac. 12, 10-11; 13, 1; Sal. 62; Gál. 3, 26-29; Lc. 9, 18-24
‘Una vez que Jesús
estaba orando solo, en presencia de sus discípulos…’ comenzaba el relato del Evangelio
que hoy se nos proclama. San Lucas hace esta especial mención a la oración de
Jesús cuando surgen las preguntas a los discípulos que culminarán con una
profesión de fe en Jesús, pero también en un definirnos claramente quién es
Jesús y cuál es su misión, además de terminar por señalarnos cuál ha de ser el
camino del discípulo que sigue a Jesús.
También nosotros estamos en oración porque eso es y
tiene que ser realmente nuestra celebración. Y mientras estamos aquí reunidos
en oración, con nuestra alabanza y nuestra bendición al Señor, queremos también
proclamar de forma clara nuestra confesión de fe; así lo hacemos siempre cada
domingo tras la escucha de la Palabra de Dios; pero también queremos dejarnos
iluminar por la luz de esta Palabra que se nos ha proclamado y con la fuerza y
asistencia del Espíritu para llegar a ese conocimiento cada vez más intenso de
Jesús, pero también ha de provocar este encuentro nuestra respuesta, lo que ha
de ser nuestro seguimiento del camino de Jesús.
Como ya de alguna manera hemos reflejado en esta
introducción a nuestra reflexión en este único episodio del evangelio hay como
tres momentos que nos harán progresar en la comprensión del mensaje que se nos
quiere trasmitir. Un primer momento es esa doble pregunta de Jesús: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Una doble pregunta que nos trasmiten
los tres evangelistas sinópticos, mientras que el evangelio de Jesús es como
una continua respuesta donde Jesús diciéndonos ‘Yo soy…’ nos va mostrando la más profunda intimidad de su ser.
Ahora es lo que la gente va percibiendo de Jesús y lo
que de forma más concreta aquellos que han estado siempre a su lado han llegado
a descubrir. Son respuestas semejantes a lo que muchos hoy seguirían diciendo
de Jesús desde su lejanía o cercanía al ámbito de la fe. ¿Un personaje
importante en la historia? ¿un profeta o un hombre de Dios? ¿un soñador de un
mundo nuevo y distinto que habría que conseguir desde algún tipo de revolución?
‘Juan Bautista, Elías o uno de los
antiguos profetas’, respondieron los discípulos.
Pero tenemos que ver cuál es nuestra verdadera
respuesta. Podríamos contestar con el entusiasmo de la fe de Pedro, o también
quizá persistirían ciertas dudas y confusiones, porque algunas veces también en
el ámbito de los que nos llamamos creyentes hacemos nuestras mezcolanzas donde
no sé si dejaremos bien parada nuestra fe en Jesús. Quisiéramos es cierto
responder como Pedro diciendo que es el Mesías de Dios, el Ungido con la fuerza
del Espíritu, el Hijo de Dios que tenía que venir.
A una fe certera y firme tendría que conducirnos esta
Palabra de Dios que se nos ha revelado. De ahí ese segundo momento de este
episodio, como decíamos antes. Y es que ante la respuesta de Pedro y lo que
todos habían comentado ‘Jesús les prohíbe
terminantemente decírselo a nadie’. El tenía que explicarles su sentido. Por
eso añade: ‘el Hijo del Hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar al tercer día’. Realmente estas palabras tenían que
haber sido impactantes para los discípulos. De la misma manera que cuando en
nuestra oración abrimos de verdad nuestro corazón a Dios nos vamos a encontrar
con el Señor que se nos revela o nos pide actitudes nuevas y comprometidas.
Aquel Mesías de Dios, el Ungido del Señor, que habían
ido descubriendo en la cercanía con Jesús, o recordando quizá lo que de sí
mismo había dicho, por ejemplo, allá en la sinagoga de Nazaret al comienzo de
su actividad apostólica - ‘el Espíritu
del Señor está sobre mi y me ha ungido y me ha enviado…’ - nos está
diciendo también que es el Siervo de Yahvé que había cantado el profeta Isaías,
como varón de dolores, atormentado y lleno de sufrimiento.
Es un anuncio de su pasión lo que Jesús está haciendo;
un anuncio de su Pascua en la que ya no comerían el cordero pascual como signo
del paso del Señor en la liberación de Egipto, sino que ahora sería la
verdadera Pascua donde Cristo mismo sería el Cordero inmolado que se ofrecía en
sacrificio de salvación para nosotros.
Pero esa revelación que Jesús está haciendo de sí mismo
entrañaría algo más, algo en referencia a aquellos que quisieran ser sus
discípulos, a aquellos que quisieran seguirle. Y es que seguir a Jesús
significa seguir sus mismos pasos, pisar por sus mismas huellas, vivir en su
mismo amor y entrega. Y éste es el tercer momento de ese episodio.
‘Y dirigiéndose a
todos - no solo a
los apóstoles más cercanos -, les dijo:
El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y
se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que
pierda su vida por mi causa, la salvará’.
Negarse a sí mismo, decir no a su egoísmo; salirse de
sí, de su encierro egoísta donde se busca solo lo que sea bueno para sí; romper
ese círculo que me envuelve, me aísla, me hace desentenderme de los demás
porque solo pienso en mi mismo; negarse a sí mismo para pensar primero en el
otro, en el bien que puedo hacer en beneficio de los demás, en la riqueza de
vida que tengo que compartir; negarse a sí mismo para estar siempre en
disposición de servir, de ayudar aunque no terminen de agradecerlo.
Cargar con su cruz cada día, la de mis dolores y
sufrimientos; la cruz de las cosas que me cuesta sacrificio hacer pero que las
hago con alegría; lo que pueda significar cruz para mi en la aceptación de los
otros con su manera de ser para convivir y buscar siempre la paz, para ser
siempre comprensivo y nunca juzgar ni condenar; entregarme para hacer el bien
aunque eso signifique perder para mí; no importarme perder y ser el último con
tal de ver sonreír al otro y que se sienta feliz.
Creemos en Jesús como nuestro Salvador; creemos en
Jesús que lleno del Espíritu de Dios viene a mi y me trae la salvación; creemos
en Jesús que por nosotros se entregó en la entrega más suprema y en el amor más
sublime dando su vida por nosotros en la cruz; creemos en Jesús y queremos
seguirle, y ser sus discípulos; creemos en Jesús y ya no nos importa olvidarnos
de nosotros mismos y tomar la cruz, porque entregándonos así, porque amando con
un amor como el de Jesús estaremos ganando la vida, estaremos alcanzando la
bienaventuranza, para nosotros será el Reino de los cielos.
‘Estaba Jesús orando
solo, en presencia de sus discípulos…’
Estamos nosotros también en oración y sentimos su Palabra salvadora sobre
nosotros y también queremos hacer nuestra confesión de fe sabiendo a lo que nos
comprometemos como discípulos que queremos seguirle y vivir su misma vida. Es
una Palabra nueva que nos ha interpelado y nos ha comprometido, como siempre es
la Palabra de Jesús.
Preparémonos ahora en estos momentos de silencio para
hacer con toda hondura y profundidad nuestra profesión de fe. Preparémonos
dejándonos iluminar por su Espíritu para ver dónde y cómo tenemos que ir a
hacer esa profesión de fe, en qué aspectos y en qué momentos de nuestra vida,
mostrándonos como verdadero discípulo que se niega a si mismo, que carga con su
cruz y que está dispuesto al servicio y al sacrificio dando claro testimonio
con nuestra vida y nuestro amor de esa fe que con nuestras palabras ahora
profesamos.
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