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jueves, 4 de abril de 2013


Testigos que anuncian llenos de alegría la conversión y el perdón por el nombre de Jesús

Hechos, 3, 11-26; Sal. 8; Lc. 24, 35-48
Seguían contando los de Emaús ‘lo que les había pasado por el camino y cómo lo  habían reconocido al partir el pan’. Los que estaban en Jerusalén contaban también su experiencia porque sabían que a Simón también se le había aparecido Jesús resucitado. Y allí está ahora en medio de ellos. ‘Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos...’
Sorpresa, miedo, alegría, paz son los sentimientos que se van sucediendo en ellos. Pero Jesús viene con la paz. Es su saludo: ‘Y les dice: Paz a vosotros’. Es el saludo de Cristo resucitado que se repite en los distintos evangelistas. Cuando Juan nos narre también esta primera aparición en el Cenáculo la tarde de aquel primer día de la semana, como escucharemos en próximo domingo, ese será el saludo que ponga en labios de Jesús: ‘Paz a vosotros’. Por otra parte les había dicho a las mujeres que fueron de mañana al sepulcro ‘no tengáis miedo’.
No caben los miedos ni temores. Ya habían dado ejemplo los discípulos de Emaús que si primero invitaron a aquel caminante porque se hacía de noche y no convenía caminar en la oscuridad de la noche, una vez que se han encontrado con Jesús resucitado volverán sin ningún temor, porque para ellos ya era de día para siempre, hasta Jerusalén para comunicar a los hermanos la noticia.
Jesús quiere despejarles todas sus dudas para que no piensen en la ensoñación de un fantasma y les pedirá incluso que lo palpen mostrándoles las manos y los pies ‘porque un fantasma no tiene carne y huesos’, y les pide también que le den algo para comer. ‘Le ofrecieron un trozo de pez asado, lo tomó y comió delante de ellos’.
Se disipaban los miedos, los temores, las dudas, pero la alegría que los embargaba les hacía seguir atónitos. Ahora, como había hecho con los discípulos de Emaús pacientemente se pone a recordarles lo anunciado por El mismo y por las Escrituras sagradas. ‘Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse’. Obediente al designio divino había subido hasta la cruz. El cáliz había sido amargo pero aunque le pidiera al Padre que lo librara de él, sin embargo por encima de todo estaba lo que era la voluntad del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’.
‘Les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras’ y puedan comprender bien todo lo que había sucedido porque de ahora en adelante ellos habían de ser los testigos que lo anunciaran y proclamaran. ‘Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
No lo podrán callar. Será el anuncio permanente hasta el final de los siglos. Hoy hemos escuchado a Pedro en el templo de Jerusalén haciendo este anuncio tras la curación del paralítico de la puerta Hermosa. Pero ha de ser también nuestro anuncio, el testimonio que nosotros tenemos que seguir dando.
Hemos celebrado con toda intensidad y fervor el Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Quisimos también nosotros tomar la cruz para seguir a Jesús y hacernos uno con El en el misterio de su Pascua. Pero esa cruz sigue acompañándonos siempre a lo largo de la vida, porque siempre hemos de estar unidos a la muerte y a la resurrección del Señor. Habrá quizá momentos duros en los que podamos flaquear, pero, como Jesús, obedientes al Padre seguiremos los pasos de Jesús.
Seguiremos los pasos de Jesús y con nuestra vida tenemos que ser sus testigos cuando también la cruz caiga sobre nuestros hombros en el dolor o los sufrimientos, en los problemas o en las luchas de cada día, en los contratiempos que podamos tener en nuestra vida, o cuando quizá tengamos que sufrir por el nombre de Jesús. Pero ahí siempre hemos de ser testigos para anunciar en el nombre de Jesús la conversión y el perdón de los pecados, la salvación y la vida eterna para cuantos creemos en Jesús. Así seremos en verdad testigos de Cristo resucitado.
Es nuestra tarea que hemos de realizar sin miedos ni cobardía, sin temores ni dudas porque por la fuerza del Espíritu nos sentiremos siempre inundados de la gracia del Señor que nos fortalece y nos llena de vida, de esa vida que hemos de llevar también a los demás. 

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