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lunes, 1 de abril de 2013


La pascua sigue alentando nuestra fe y reavivando nuestra esperanza

Hechos, 2, 14.22-32; Sal. 15; Mt. 28, 8-15
Cuando uno ha tenido el gusto y el placer de saborear una exquisita comida, luego le quedará ese gusto en su boca que con solo pensar en aquello tan rico que comió de nuevo parece que lo sigue saboreando en su boca y en sus sentidos; la boca se nos hace agua, como solemos decir, de solo recordarlo.
Mucho más que esto es lo que los cristianos seguimos sintiendo y viviendo en nuestra alma después de haber vivir la fiesta grande de la resurrección del Señor, como ayer nosotros lo hicimos. No es simplemente un saborear con el recuerdo sino que es algo mucho más profundo porque realmente es algo que seguimos viviendo con toda intensidad.
Por eso, como recordamos todos los años en momentos semejantes a éste, la fiesta grande de la resurrección del Señor se nos prolonga con igual solemnidad en un día tan grande que se hace ocho días, por seguimos celebrando la Pascua con toda solemnidad durante toda la octava. Más aún, tendríamos que decir, que es lo que cada domingo los cristianos queremos celebrar, porque si nos reunimos el domingo, para nosotros es el día primero de la semana, porque es el día en que resucitó el Señor y lo convertimos así en domingo, día del Señor que viene a significar la palabra.
Durante estos días iremos saboreando en el evangelio las distintas apariciones, manifestaciones de Cristo resucitado a los discípulos. Sorpresa, dudas, alegría, entusiasmo, proclamación de fe irán apareciendo en los sentimientos de los discípulos o de aquellas otras personas, como las mujeres que fueron al sepulcro en lo que escuchamos hoy en lo que nosotros iremos enriqueciendo nuestra fe y saboreando una y otra vez el gozo y la alegría de la Pascua.
De la misma manera iremos escuchando en los Hechos de los Apóstoles aquellos primeros momentos de la predicación apostólica con el anuncio claro y explícito que se va haciendo de Cristo resucitado. Iremos contemplando también la respuesta que fueron dando aquellos primeros creyentes con sus dificultades y luchas porque no siempre fue fácil hacer ese anuncio del nombre de Jesús.
Todo ello para seguir profundizando en esa vivencia pascual que hemos de hacer con toda nuestra vida. La proclamación de la resurrección de Jesús y de nuestra fe en El ha de ser al mismo tiempo una proclamación con toda nuestra vida que con hemos nosotros hemos de sentirnos igualmente resucitados. Hemos de ir sintiendo hondamente dentro de nosotros cómo Cristo también nos va levantando a nosotros de nuestra muerte, nos hace resucitar con El, y con El hemos de vivir una nueva vida.
Todo esto alienta nuestra fe, reanima nuestra esperanza. Nos alienta porque sentimos en nosotros el peso de nuestros pecados que nos arrastran a la muerte, pero estamos llamados a la vida. Cristo nos quiere llevar con El, quiere levantarnos, arrancarnos de ese sepulcro de muerte en que nos sumergimos con nuestro pecado. Estamos llamados a la vida y con Cristo resucitado sentimos reanimar nuestra esperanza de que sea posible sí el vivir esa vida nueva de la gracia. Para eso ha resucitado Cristo.
Como hemos recitado en el salmo ‘se alegra mi corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción’. En estas palabras podemos ver un anuncio de resurrección, y así lo aplica san Pedro en su discurso en el día de Pentecostés que hemos escuchado en la primera lectura. ‘Cuando dijo que no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción hablaba del Mesías, previendo su resurrección’. Y como termina afirmando el apóstol ‘Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos’.
Pero también en estas palabras del salmo podemos entrever un anuncio de nuestra resurrección futura, pero también de esa resurrección que cada día podemos ir viviendo cuando sentimos la gracia salvadora del Señor sobre nosotros para arrancarnos del mal, darnos su perdón y llenarnos de su gracia divina.

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