Jesús está siempre a nuestro lado cuando más lo necesitamos
Hechos, 4, 1-12; Sal. 117; Jn. 21, 1-14
Nos decimos que creemos en Dios y nos queremos llamar
cristianos porque en verdad nosotros confesamos nuestra fe en Jesús, tratamos
de vivir una vida auténticamente religiosa en nuestra relación con Dios con la
oración, escuchando su Palabra, celebrando habitualmente los sacramentos, ahora
mismo hemos terminado de celebrar el Triduo Pascual de la pasión, muerte, y
resurrección del Señor, pero hemos de reconocer que muchas veces no somos
constantes, tenemos el peligro de enfriarnos en nuestras expresiones religiosas
o en nuestro compromiso como cristianos; es más, en ocasiones parece como si
viviéramos sin tener en cuenta nuestra fe o nos cansáramos de esa vivencia de
creyentes olvidándonos por momentos de nuestra fe.
Es una tentación y un peligro por el que podemos pasar.
Y hemos de saber estar atentos, aunque eso a veces nos cuesta, para saber
descubrir las señales que Dios pone a nuestro lado como llamadas a despertar de
esa tibieza en la que fácilmente podemos caer. El Señor no nos deja solos y nos
busca, nos llama, viene a nuestro encuentro, aunque se nos cieguen los ojos en
tantas ocasiones.
Habrá momentos que en medio de esa rutina a la que
volvemos fácilmente sentimos como aldabonazo fuerte en el corazón por algo que
nos sucede, un pensamiento que puede surgir en nuestra mente, algo que hacemos
y que o no nos sale cuando nosotros queríamos o de repente en un momento dado
somos capaces de hacer algo bueno que no nos creíamos capaces.
Hoy nos ha hablado el evangelio de lo que llama Juan la
tercera vez que se apareció Jesús a los discípulos reunidos. El Evangelio de
Juan previamente nos ha hablado de la aparición de Cristo el primer día de la
semana a los discípulos reunidos en el Cenáculo y por segunda vez a los ocho
días en el mismo sitio cuando ya estaban todos, incluido Tomás. Se habían
llenado de alegría al ver al Señor, nos decía el evangelista. Suponemos todo lo
que significó para los discípulos ese encuentro con el Señor resucitado (el
domingo tendremos ese texto en la liturgia del segundo domingo de Pascua).
Ahora nos habla de que están en Galilea y se han ido de
nuevo a pescar. ‘Voy a pescar’, dice
Pedro. ‘Vamos nosotros contigo’, le
dicen los demás. Pero como en otra ocasión se pasaron la noche sin coger nada,
de manera que cuando al amanecer alguien desde la orilla les pregunta que si
tiene pescado, les responden que no han cogido nada. ‘Echad la red al lado derecho de la barca’, les dice desde la orilla
quien para ellos en ese momento es un desconocido.
Ya hemos escuchado el relato del evangelio. La pesca es
abundante. Juan se da cuenta de quien es el que está a la orilla. ‘Es el Señor’, le dice a Pedro que se
lanza al agua para llegar más pronto a los pies de Jesús. El resto de los
discípulos que llegan en la barca y se encuentran que Jesús tiene preparada la
comida para ellos en la orilla. ‘Al
saltar a tierra, vieron una brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan’.
Jesús ha venido a su encuentro. Quizá de nuevo se había
enfriado su fervor, pues se habían vuelto a sus faenas de antes. Las cosas no
les salen como a ellos quisieran, pero allí están las señales de la presencia
de Jesús. A su palabra, echan de nuevo la red y la redada de peces es grande. ‘Ninguno de los discípulos se atrevía ahora
a preguntarle quien era, porque sabían bien que era el Señor’.
Es el Señor que viene a nuestro encuentro y se nos va
haciendo el encontradizo allí donde estamos en la vida, en medio de nuestros
trabajos, de nuestras luchas, de nuestros cansancios o de la tibieza en la que
podemos caer en la rutina de cada día. Pero el Señor está a nuestro lado alentándonos
en nuestra fe, dándonos su gracia, realizando maravillas en nosotros. Abramos
los ojos como Juan para descubrirle y saber que es el Señor el que está a
nuestro lado.
Que no se nos enfríe nuestra fe. Jesús está siempre a
nuestro lado cuando más lo necesitamos.
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