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jueves, 21 de marzo de 2013


El que guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre

 Gén. 17, 3-9; Sal. 104; Jn. 8, 51-50
‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Progresivamente se nos va dando a conocer Jesús; nos va manifestando toda la riqueza de vida que en El podemos encontrar. Ayer nos decía que si nos manteníamos en su palabra seríamos en verdad sus discípulos, porque conoceríamos la verdad y la verdad nos hace libres. Hoy nos dice algo más porque nos habla de vivir para siempre.
Queremos seguir a Jesús; en El encontramos la verdad que nos hace grandes; conocerle es conocer la plenitud de la verdad; conocerle es llegar a conocer la verdad de Dios, pero también la verdad de nuestra vida, el sentido, el valor de nuestra existencia. Pero conocerle y seguirle, guardar su palabra nos llena de vida, y de vida para siempre. ‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’.
Podemos recordar muchos otros momentos del evangelio. En Betanía nos dirá que El es la resurrección y la vida y que creyendo en El no moriremos. En la última cena llegará un momento que nos dice que es el Camino y la Verdad y la Vida. seguir y conocer a Jesús es conocer a Dios. ‘Quien me conoce a mi, conoce al Padre’, nos afirmará. Por eso luego nos insistirá en cómo hemos de estar unidos a El, como el sarmiento a la vid, porque sin El nada somos ni nada podremos hacer.
Nosotros ya ahora podemos conocer todo esto en su conjunto y meditarlo, rumiarlo en nuestro corazón. Nosotros ya le hemos dado nuestro ‘sí’, y hemos puesto toda nuestra fe en El y queremos escucharle y queremos seguirle. En el texto de hoy que estamos meditando y comentado vemos cómo los judios no lo entienden, no les cabe en la cabeza lo que Jesús les está diciendo. No han puesto toda su fe en El, sus mentes están muy llenas de dudas. Llegarán incluso a decir que está endemoniado.
Hay gente que se cierra a la fuerza de la gracia y a lo que el Señor nos pueda ir revelando en el corazon. Quieren entenderlo todo a su manera o según sus criterios, según fórmulas terrenas y no llegan a descubrir que el misterio de Dios es inmenso y nos sobrepasa y hay que dejarse sumergir en él.
Es necesario dejarse conducir; es necesario dejar que el Espíritu actúe en nuestro interior, en nuestro corazón y nos vaya ayudando con su gracia a comprender. Tenemos la ventaja de la fe que nos da seguridad, que nos hace confiar totalmente en el Señor, y que nos ayuda a dejarnos empapar totalmente por su palabra.
Jesús quiere que tengamos vida y vida en abundancia. Para eso ha venido; para eso se entregará dando su vida para que nosotros tengamos vida. Su sangre derramada nos rescatará de la esclavitud y de la muerte. Por eso queremos creer en su palabra, esa Palabra que nos libera de nuestras ataduras, esa Palabra que nos llena de vida y de vida para siempre.
‘El que cree en mí aunque haya muerto vivirá’, nos decía en Betania. Reconocemos nuestras muertes, porque reconocemos nuestro pecado; reconocemos cuanta oscuridad hay tantas veces en nuestra vida cuando nos dejamos arrastrar por el mal, cuando impera el desamor en nuestro corazón, pero queremos la luz, queremos la vida; acudimos con fe y con humildad a Jesús.
Es la maravilla que vamos a celebrar en los próximos días al celebrar el triduo pascual de la muerte y la resurrección del Señor. Seguimos ahondando en el misterio de Cristo en este camino cuaresmal para que haya en verdad pascua en neustra vida, porque sintamos el paso de Dios que nos salva, que nos resucita, que nos llena de vida.

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