Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres
Daniel, 3, 14-20.91-92.95; Sal.: Dan. 3, 52-56; Jn. 8,
31-42
Muchos pensamientos se van como agolpando en nuestra
cabeza al escuchar estas palabras de Jesús. ¿Seremos en verdad discípulos de
Jesús? ¿Qué tendríamos que hacer para ser libres de verdad? ¿Conoceremos en
verdad a Jesús o qué nos falta? ¿Le escuchamos y aceptamos con la totalidad de
nuestra vida o nos quedamos a medias?
Hemos escuchado que ha comenzado diciéndonos: ‘Si os mantenéis en mi palabra seréis de
verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’.
Ya el evangelista nos decía que Jesús hablaba ‘a los que habían creído en él’. Sin embargo la reacción de los que
ahora le están escuchando es bastante controvertida porque parece como que se
sienten ofendidos por las palabras de Jesús. Le replican airados que ellos no
son esclavos de nadie porque son linaje de Abrahán a quien consideran su padre.
Llamamos a Abrahán nuestro padre en la fe, es cierto, pero ahora no quieren
aceptar a Jesús.
A nosotros algunas veces, cuando estamos encerrados
demasiado en nosotros mismos o en nuestras ideas también nos cuesta entender y
aceptar las palabras de Jesús. Por eso siempre decimos que hemos de ir con un
corazón sincero y libre de prejuicios hasta Jesús para saber aceptar lo que nos
dice que si lo asumimos interiormente veremos la verdad de las palabras de
Jesús que quieren conducirnos a la verdadera libertad.
Nos llamamos cristianos y decimos que no hay quien crea
más que nosotros que somos creyentes desde siempre, pero quizá eso no lo
mostremos realmente en nuestras actitudes, en nuestras posturas y en nuestros
comportamientos. Nuestra fe no se puede quedar solo en palabras, la fe tiene
que envolver toda nuestra vida. Y cuando actuamos iluminados y conducidos por
esa fe seguro que nos damos cuenta las actitudes y posturas que tenemos que
cambiar, las malas costumbres quizá de las que tenemos que arrancarnos, o cómo
tenemos que caldear de una forma distinta nuestro corazón para que lleguemos a
manifestarnos con toda intensidad como cristianos, verdaderos seguidores de
Jesús.
Nos cuesta reconocer en ocasiones que no tenemos todo
el conocimiento que deberíamos de Jesús y nuestra formación cristiana puede
aparecernos un tanto coja en ciertas cosas porque seguimos con nuestros apegos,
posturas no totalmente generosas para los demás, y al final como nos quiere
decir Jesús hoy somos esclavos porque dejamos meter en el pecado en nuestro
corazón. ‘Os aseguro, nos dice, que quien comete pecado es esclavo’.
¿Por qué nos dejamos seducir a veces con tanta facilidad por la tentación?
‘Si os mantenéis en mi
palabra…’ nos dice
Jesús. Mantenernos en su palabra comienza por querer escucharla con fe.
Mantenernos en su palabra es dejar que se confronte nuestra vida con la Palabra
del Señor. Mantenernos en su palabra para ir examinando nuestra vida y mejorar
todo aquello en lo que vamos dejándonos arrastrar. Mantenernos en su palabra
para con decisión y coraje ponernos a amar como Jesús nos enseña que tiene que
ser nuestro amor. Hermosa tarea la que hemos de ir haciendo con una especial
intensidad en este tiempo de la Cuaresma para ir en verdad convirtiendo nuestro
corazón al Señor e ir liberándonos de todas esas esclavitudes que nos atan.
Miremos el coraje de los tres jóvenes de los que nos
habla el libro del profeta Daniel. Nada podía doblegar su corazón para hacerles
caer en la idolatría adorando aquel falso dios que les presentaba
Nabucodonosor. No temen el fuego ni la muerte, porque se sienten libres en el
Señor y saben que el Señor es su fortaleza y El los liberará. Aunque estuvieran
en medio de las llamas de aquel horno encendido siete veces mas fuerte que lo
normal, se sienten libres porque siguen adorando al Señor y cantando su
alabanza. Y nosotros que nos acobardamos tan fácilmente cuando tenemos que dar
testimonio, cuando tenemos que dar la cara por el Señor y por el evangelio.
Invoquemos al Señor que en verdad nos libera con su
gracia y nos regala su fortaleza para alcanzar la verdadera libertad. A Dios sea
la gloria y la alabanza por todos los siglos.
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