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viernes, 2 de noviembre de 2012


Un recuerdo de los difuntos desde la esperanza hecho oración


Ayer cuando celebrábamos la festividad de Todos los Santos nos sentíamos impulsados a mirar a lo alto para contemplar toda esa constelación maravillosa de la asamblea festiva de los santos nuestros hermanos que en el cielo cantan la gloria del Señor. Decíamos que la celebración nos llenaba de esperanza, porque eran hermanos nuestros, hombres y mujeres como nosotros que nos precedieron en su caminar por esta tierra con las mismas luchas y debilidades que nosotros y eso nos hacía reafirmarnos en ese camino de mirar a lo alto, en ese camino que nos lleva a la santidad siendo ellos para nosotros estímulo y ejemplo para nuestro caminar.
Con esa misma esperanza hoy queremos recordar a todos los que han muerto; no todos somos santos porque no siempre vivimos la total y radical fidelidad al Señor y al evangelio que nuestra fe nos pediría; por eso nuestro recuerdo desde esa esperanza se hace oración para invocar la misericordia del Señor sobre aquellos que han muerto para que el Señor les haga participar ya para siempre en ese reino de luz y de vida que es la plenitud del Reino de Dios en el cielo.
Miramos a Jesús, muerto y resucitado, y nuestra vida se llena de esperanza porque estamos contemplando la salvación que el Señor nos regala. El Señor siempre es misericordioso y compasivo y aunque nos sentimos abrumados por nuestras debilidades y pecados sin embargo tenemos la esperanza, la certeza en la esperanza, de que también nosotros estamos llamados a la resurrección.
Todo el que cree en Jesús está llamado a la vida y a la resurrección. Podemos recordar aquí las palabras de Jesús a Marta y a María que tantas veces hemos escuchado y meditado. ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que está vivo y crea en mí, jamás morirá’.
En Jesús ponemos nuestra fe; queremos seguir su camino, queremos vivir su vida. Ponemos nuestra fe en Jesús y en Jesús encontramos el sentido más hermoso que podamos darle a nuestra vida. Qué importante que nos reafirmemos en nuestra fe, que hagamos crecer nuestra fe más y más.
Desde la fe cada una de las realidades de nuestra vida adquieren un nuevo sentido y valor. Desde la fe en Jesús nos enfrentamos a la muerte no como a un destino fatal e irremediable, sino descubriendo que en Jesús tenemos la victoria definitiva y total sobre la muerte, porque en Jesús estamos llamados a la vida, porque así como Cristo resucitó también nosotros resucitaremos con El. La muerte ya no es para el hombre un vacío al que no encontremos sentido, sino que en nuestra muerte corporal aunque demos fin a nuestra existencia terrena, sin embargo es una puerta que se abre a una vida sin fin.
Es por eso por lo que a nuestro vivir de cada día queremos darle un sentido hondo; no queremos vivir una vida vacía y sin sentido ni queremos apoyar nuestra vida solo en lo material y lo terreno, o en las riquezas o posesiones que deseemos poseer. No son las riquezas materiales las que llenan de sentido nuestra vida ni las que nos dan la felicidad más verdadera. Hay algo más hondo que sí da riqueza a nuestro existir y es todo lo que por amor hagamos y todo el bien que generosamente repartamos con nuestros semejantes.
Son esos valores vividos desde la responsabilidad e incluso desde el sacrificio los que llenarán nuestra vida de sentido. Será la generosidad de nuestro corazón la que nos hará sentir satisfechos de verdad por dentro, la búsqueda de lo bueno y de lo justo, lo que podamos hacer para que haya más paz en nuestra convivencia de cada día, la sinceridad y autenticidad con que vivamos nuestras relaciones con los demás.
Son consideraciones que nos hacemos para nuestra propia vida cuando estamos haciendo esta conmemoración de los difuntos, porque si tenemos puesta nuestra esperanza en el Señor y deseamos que el Señor en su misericordia los lleve a su Reino eterno, nosotros que aún caminamos por este mundo hemos de saber darle ese hondo sentido a nuestro existir desarrollando todos esos valores que luego en la plenitud de Dios vamos a vivir en una felicidad eterna.
Que el Señor acoja a nuestros seres queridos difuntos que hoy queremos recordar; que sea misericordioso con ellos, es la oración que por ellos hacemos; que Dios les conceda vivir en esa plenitud total de su presencia todo eso bueno que en su vida vivieron y que nosotros como sus descendientes de ellos también aprendimos. Sí, démosle gracias al Señor por cuanto aprendimos de nuestros padres, por cuantas lecciones recibimos en la vida de nuestros mayores, y que eso sea también un acicate para que nosotros dejemos a las generaciones que nos siguen un buen ejemplo de la vivencia de todos esos valores. 

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