Un recuerdo de los difuntos desde la
esperanza hecho oración
Ayer cuando celebrábamos la festividad de Todos los
Santos nos sentíamos impulsados a mirar a lo alto para contemplar toda esa
constelación maravillosa de la asamblea festiva de los santos nuestros hermanos
que en el cielo cantan la gloria del Señor. Decíamos que la celebración nos
llenaba de esperanza, porque eran hermanos nuestros, hombres y mujeres como
nosotros que nos precedieron en su caminar por esta tierra con las mismas
luchas y debilidades que nosotros y eso nos hacía reafirmarnos en ese camino de
mirar a lo alto, en ese camino que nos lleva a la santidad siendo ellos para
nosotros estímulo y ejemplo para nuestro caminar.
Con esa misma esperanza hoy queremos recordar a todos
los que han muerto; no todos somos santos porque no siempre vivimos la total y
radical fidelidad al Señor y al evangelio que nuestra fe nos pediría; por eso
nuestro recuerdo desde esa esperanza se hace oración para invocar la
misericordia del Señor sobre aquellos que han muerto para que el Señor les haga
participar ya para siempre en ese reino de luz y de vida que es la plenitud del
Reino de Dios en el cielo.
Miramos a Jesús, muerto y resucitado, y nuestra vida se
llena de esperanza porque estamos contemplando la salvación que el Señor nos
regala. El Señor siempre es misericordioso y compasivo y aunque nos sentimos
abrumados por nuestras debilidades y pecados sin embargo tenemos la esperanza,
la certeza en la esperanza, de que también nosotros estamos llamados a la resurrección.
Todo el que cree en Jesús está llamado a la vida y a la
resurrección. Podemos recordar aquí las palabras de Jesús a Marta y a María que
tantas veces hemos escuchado y meditado.
‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá;
y todo el que está vivo y crea en mí, jamás morirá’.
En Jesús ponemos nuestra fe; queremos seguir su camino,
queremos vivir su vida. Ponemos nuestra fe en Jesús y en Jesús encontramos el
sentido más hermoso que podamos darle a nuestra vida. Qué importante que nos
reafirmemos en nuestra fe, que hagamos crecer nuestra fe más y más.
Desde la fe cada una de las realidades de nuestra vida
adquieren un nuevo sentido y valor. Desde la fe en Jesús nos enfrentamos a la
muerte no como a un destino fatal e irremediable, sino descubriendo que en
Jesús tenemos la victoria definitiva y total sobre la muerte, porque en Jesús
estamos llamados a la vida, porque así como Cristo resucitó también nosotros
resucitaremos con El. La muerte ya no es para el hombre un vacío al que no
encontremos sentido, sino que en nuestra muerte corporal aunque demos fin a
nuestra existencia terrena, sin embargo es una puerta que se abre a una vida
sin fin.
Es por eso por lo que a nuestro vivir de cada día
queremos darle un sentido hondo; no queremos vivir una vida vacía y sin sentido
ni queremos apoyar nuestra vida solo en lo material y lo terreno, o en las
riquezas o posesiones que deseemos poseer. No son las riquezas materiales las
que llenan de sentido nuestra vida ni las que nos dan la felicidad más
verdadera. Hay algo más hondo que sí da riqueza a nuestro existir y es todo lo
que por amor hagamos y todo el bien que generosamente repartamos con nuestros
semejantes.
Son esos valores vividos desde la responsabilidad e
incluso desde el sacrificio los que llenarán nuestra vida de sentido. Será la
generosidad de nuestro corazón la que nos hará sentir satisfechos de verdad por
dentro, la búsqueda de lo bueno y de lo justo, lo que podamos hacer para que
haya más paz en nuestra convivencia de cada día, la sinceridad y autenticidad
con que vivamos nuestras relaciones con los demás.
Son consideraciones que nos hacemos para nuestra propia
vida cuando estamos haciendo esta conmemoración de los difuntos, porque si
tenemos puesta nuestra esperanza en el Señor y deseamos que el Señor en su misericordia
los lleve a su Reino eterno, nosotros que aún caminamos por este mundo hemos de
saber darle ese hondo sentido a nuestro existir desarrollando todos esos
valores que luego en la plenitud de Dios vamos a vivir en una felicidad eterna.
Que el Señor acoja a nuestros seres queridos difuntos
que hoy queremos recordar; que sea misericordioso con ellos, es la oración que
por ellos hacemos; que Dios les conceda vivir en esa plenitud total de su
presencia todo eso bueno que en su vida vivieron y que nosotros como sus
descendientes de ellos también aprendimos. Sí, démosle gracias al Señor por
cuanto aprendimos de nuestros padres, por cuantas lecciones recibimos en la
vida de nuestros mayores, y que eso sea también un acicate para que nosotros
dejemos a las generaciones que nos siguen un buen ejemplo de la vivencia de
todos esos valores.
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