Es un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia
Ef.
5, 21-33; Sal. 127; Lc. 13, 18-21
‘Aceptad dócilmente la
Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros’, es la antífona que nos ha servido
de aclamación al Evangelio y a la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado.
Nos recuerda la semilla con la que se nos compara el Reino de Dios en las
parábolas y cómo esa semilla de la Palabra de Dios siempre hemos de acogerla
como tierra buena para que dé frutos en nosotros, frutos de salvación.
Con ese amor, con esa humildad, con esa docilidad hemos
de acoger siempre la Palabra de Dios en nuestra vida. Es Palabra que nos
conduce a la salvación; es Palabra que nos señala caminos de vida y de
salvación; es Palabra que nos enseña, nos corrige, nos instruye, nos llena de
vida.
Hoy en la carta a los Efesios el apóstol quiere
iluminar desde la fe y el sentido cristiano la vida de los esposos y el amor
matrimonial. Es su gran mensaje. Que hace resaltar el amor y el respeto, la
búsqueda del bien y de la dicha de la felicidad en el amor de la pareja. Y ese
amor del hombre y de la mujer, ese amor matrimonial nos es referencia para
descubrir las maravillas del amor de Dios, como el amor de Cristo por su
Iglesia ha de ser también la referencia y el modelo de lo que ha de ser ese
amor matrimonial. ‘Es un gran misterio, termina diciéndonos el apóstol, y yo lo
refiero a Cristo y a la Iglesia’.
Intercala el apóstol una hermosa descripción de lo que
es el amor de Cristo por su Iglesia cuando nos habla del amor del hombre a su
mujer, el amor de los esposos. ‘Como
Cristo amó a su Iglesia’, nos dice para enseñarnos como ha de ser ese amor
matrimonial. Y explica: ‘El se entregó a
sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la
palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha, ni arruga,
ni nada semejante, sino santa e inmaculada’.
El amor de Cristo nos consagra, nos purifica, nos eleva
y dignifica, nos llena de luz y de vida, nos llena de gloria. Nos habla del
baño del agua y de la palabra es como una referencia al bautismo, como una
referencia a la sangre que Cristo ha derramado para redimirnos, para
arrancarnos del pecado, para llenarnos de gracia. Así es el amor que nos ha
tenido. Cuando nos sentimos así amados por el Señor nos sentimos puros y santos
porque nos ha purificado y nos ha santificado. Así tendría que brillar en
nosotros esa santidad a la que nos llama y para lo que nos ha purificado y nos
fortalece continuamente con su gracia.
El amor siempre nos redime y nos llena de vida. El amor
siempre nos conduce a una vida en plenitud. Cuando amamos y lo hacemos
generosamente y al mismo tiempo nos sentimos amados no sólo somos las personas
más felices del mundo sino que desde lo más profundo de nosotros mismos nos sentimos
impulsados a lo grande, sentimos deseos de las cosas más hermosas, nos sentimos
realizados, como se suele decir mucho hoy, y eso nos llevará también a
trasmitir, a comunicar, a empapar de esa alegría que sentimos dentro de
nosotros a los demás.
Es la levadura, de que nos habla hoy Jesús en sus
parábolas en el evangelio, que hará fermentar la masa de nuestro mundo para
hacerla mejor. Es el amor en quien vamos a encontrar sabor para nuestra vida y
que nos conducirá a todos a la plenitud. Seremos felices y haremos a los demás
también felices. Es la dicha y la felicidad del amor.
Hoy nos dice el apóstol que este amor lo refiere a
Cristo y a la iglesia, pero esta manera de amar y de ser felices es la forma de
vivir la plenitud del amor del hombre y la mujer, la plenitud del amor
matrimonial.
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