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martes, 21 de agosto de 2012


Entonces, ¿quién puede salvarse?... nos tiene reservado un premio de vida eterna
Ez. 28, 1-10; Sal.: Deut. 32, 26-36; Mt. 19, 23-30

‘Entonces, ¿quién puede salvarse?’ Fue la reacción y la pregunta de los discípulos a las palabras de Jesús. Todo sucedió después del episodio del joven rico que se marchó triste porque era muy rico. No había sido capaz de dar el paso adelante que le pedía Jesús de desprendimiento y de generosidad para acumular tesoros, no aquí en la tierra donde la polilla lo corroe y los ladrones se lo roban, sino en el cielo. 

Y Jesús había seguido comentando cómo a un rico se le hacia difícil entrar en el Reino de los cielos. Los apegos del corazón de las cosas que poseemos son peores que las jorobas de los camellos que les impedían entrar por las puertas estrechas de las murallas de las ciudades antiguas. Es a lo que hace referencia Jesús con la comparación. Que también es difícil, si no imposible, introducir por una aguja un cabo de una soga bien gruesa, que es también la interpretación a las palabras de Jesús, según lo que se entienda por un camello y una aguja. Pero el mensaje es claro y les hizo reaccionar con la exclamación que mencionábamos. 

Pero, una cosa hemos de tener clara, la salvación es un regalo de Dios. Un regalo, gracia, al que tenemos que corresponder es cierto. Pero no somos nosotros los que nos salvamos por nosotros mismos, sino que la salvación viene de Dios. Es lo primero que tenemos que entender con lo que nos dice Jesús. ‘Para lo hombres es imposible, pero Dios lo puede todo’. Y la gran manifestación de la salvación la tenemos en Jesús que por nosotros se ofrece y se entrega para redimirnos del pecado y ponernos en camino de gracia y de salvación.  

Por esos apegos del corazón que son las riquezas - y recordamos todo las cosas que equiparamos a las riquezas como ayer reflexionábamos -, si no nos liberamos de ellos, no podríamos alcanzar la salvación. Y para eso ha venido Cristo, para liberarnos, para obtenernos la gracia de la salvación. 

Nuestra respuesta está en buscar esa salvación, buscar esa gracia que nos ayude a purificarnos y a liberarnos de todo ese mal que vamos metiendo en nuestro corazón. Nuestra respuesta está en aceptar y acoger esa salvación que el Señor nos ofrece fortaleciéndonos con su gracia para vivir esa salvación, para hacer resplandecer esa santidad de nuestra vida. Y con la gracia del Señor todo lo podemos. ‘Todo lo puedo en aquel que me conforta’, que decía el apóstol san Pablo.

Aprovechando el diálogo que se ha entablado con Jesús Pedro aprovechará para arrimar el ascua a su sardina, recordando que ellos lo han dejado todo para seguirle. Estaban con Jesús y lo acompañaban a todas partes desde el día que habían dejado las redes y la barca para seguir a Jesús. ‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?’

Humano es querer saber qué les tiene reservado el Señor a ellos. Un poco de vanidad o de orgullo pudiera aparecer, pero eso no quita para que Jesús les responda valorando lo que han hecho. Si un día había respondido que los primeros puestos a la derecha o a la izquierda los tenía reservados el Padre, ahora responderá claramente: ‘Creedme, cuando llegue la renovación y el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir las doce tribus de Israel… recibirá cien veces más y heredará la vida eterna’. 

De alguna manera está señalándoles la función muy concreta que los apóstoles van a tener en la Iglesia de Dios fundada en la sangre de Cristo, pero también les habla del premio de vida eterna. ‘Heredará la vida eterna…’ participará de la gloria del cielo. ‘Me voy y os preparo sitio porque donde yo estoy quiero que estéis también vosotros’, que les diría en la última cena.

¿Merece la pena desprenderse de todos los apegos de riquezas y bienes materiales? El premio que nos tiene reservado el Señor es premio de vida eterna y sí que es más valioso que todos los oros del mundo.

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