Comulgar a Cristo para entrar en comunión total con su vida
Prov. 9, 1-6; Sal. 33; Ef. 5, 15-20; Jn. 6, 51-58
‘He preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa… venid a comer de mi pan y beber de mi vino… y viviréis’. Es la invitación de la Sabiduría de Dios que hemos escuchado en la primera lectura. Una invitación a la Sabiduría - ‘los inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio’ - que encontraremos en la plenitud de Cristo.
Seguimos escuchando en el evangelio el llamado discurso del pan de vida de la Sinagoga de Cafarnaún. Seguimos escuchando a Jesús que nos invita a ir hasta El y comerle porque sólo así tendremos vida y vida para siempre. El es la vida del mundo. ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre’.
A los judíos de Cafarnaún les cuesta entender. ‘Discutían entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Pero tenemos que reflexionar nosotros bien y con mucha hondura para entender lo que Jesús quiere darnos, lo que Jesús nos está ofreciendo. Jesús es claro y tajante en sus palabras: ‘Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros’. No nos podemos tomar a la ligera las palabras de Jesús, no podemos comer y vivir la Eucaristía sin darle toda la hondura y repercusiones que ha de tener en nuestra vida.
¿Qué significa comer su carne y beber su sangre? ¿Cuál es esa vida que nos ofrece y que obtendremos cuando le comamos a El? Es algo grandioso lo que Cristo nos está ofreciendo. Es un milagro y una locura de amor. Un milagro y una locura de amor de Dios que tiene que transformar toda nuestra vida, toda nuestra manera de vivir y actuar. Tanto nos ama que así nos quiere unidos a El; tanto nos ama que quiere ofrecernos su vida para que tengamos su vida para siempre; tanto nos ama que no puede permitir que haya más muerte en nosotros. Por eso nos lo repite una y otra vez para que nos convenzamos de verdad.
Comer a Cristo es entrar en una hondura grande y casi inimaginable por la mente humana. Porque tampoco se trata de un rito más. Tenemos que tener cuidado de ritualizar demasiado las cosas. Es todo un misterio. Lo expresamos en el Sacramento, que ya en sí la palabra sacramento significa misterio. Porque cuando comemos a Cristo es como si estuviéramos metiendo a Cristo dentro de nosotros. No es un meterlo en el orden de lo físico, aunque físicamente tengamos que comer también el pan de la Eucaristía, sino algo más profundo. Es entrar en comunión con Cristo, una nueva y profunda comunión, por eso el comer la Eucaristía lo llamamos comulgar. Esa comunión va a significar que nos hacemos uno con Cristo.
Y es que aceptamos a Cristo de tal manera que ya no vamos a vivir nuestra vida sino la de Cristo. Y comulgar a Cristo es comulgar con su evangelio, con el Reino de Dios, con el plan y estilo de vida de amor que nos enseña. Es asumir totalmente todo lo que nos dice Cristo de manera que nuestro pensamiento, nuestro obrar, nuestro vivir será ya el de Cristo. San Pablo llegaría a decir que ya no vive él sino que es Cristo el que vive en él. Nuestro vivir ya será para siempre Cristo y nadie ni nada más. Y esto, claro tiene muchas consecuencias que no sé si siempre somos capaces de calibrar bien, de llegarlas a vivir en plenitud.
Hay gente que dice, por ejemplo, ‘yo no comulgo con ruedas de molino’, para expresar que no aceptan así como así lo que el otro le dice que es o que tiene que hacer. Cojamos el sentido de la expresión. No comulgamos nosotros, es cierto, con ruedas de molino, pero sí vamos a comulgar a Cristo, de manera que ya no será mi vivir sino para siempre el vivir de Cristo.
Y ¿cómo era la vida de Cristo? Bien lo sabemos, fue una vida de amor, de entrega y de entrega sin límites. No podemos olvidar que cuando celebramos la Eucaristía estamos celebrando todo el misterio pascual de Cristo, de su pasión, muerte y resurrección, que es celebrar todo el misterio de la entrega de su amor. ¿Seremos nosotros capaces de vivir un amor así como el de Cristo?
Recorramos las páginas del evangelio y veamos su enseñanza pero también lo que era su actuar, lo que era su vida. Y nos va diciendo que es así como nosotros hemos de actuar. ‘Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo’ les dice a los discípulos en la última cena después de lavarles los pies. ‘Que os lavéis los pies los unos a los otros’, nos dice.
En otra ocasión nos dirá que ‘el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida’, cuando andaban discutiendo por los primeros puestos; pues será eso también el estilo de lo que nosotros tenemos que hacer, servir, hacernos los últimos.
En la cruz le contemplamos en la suprema entrega para nuestra salvación pero comenzará perdonando y disculpando incluso a aquellos que le están crucificando - ‘perdónalos porque no saben lo que hacen’ -; ¿no nos estará dando ejemplo de cómo ha de ser nuestro generoso perdón a los demás siendo capaces incluso de disculparlos, en lugar de estar contando cuantas veces tendré que perdonar al hermano?
Sería una incongruencia que comiéramos a Cristo en la Eucaristía sin entrar en verdadera comunión con El. Y no estaríamos entrando en verdadera comunión con Cristo a pesar de que comulgáramos si no estamos queriendo vivir una vida a la manera de Cristo, amando como Cristo ama, entregándonos al servicio como Cristo lo hizo, perdonando como El lo hizo y no enseña a serlo, viviendo en auténtica solidaridad con los demás desde el amor, trabajando seriamente por la justicia y el bien de todos.
Tenemos que comer a Cristo para tener vida, y ya estamos viendo lo que significa comulgar a Cristo, entrar en comunión con El para vivir su misma vida, que es vivir sus mismas actitudes, sus mismas posturas, su mismo actuar. Por eso decíamos que comer a Cristo es algo serio. Cuando comulguemos a Cristo así, porque le estemos dando ese sí total de nuestra vida en lo que nos va pidiendo en el Evangelio, estaremos entrando en verdadera comunión con El y estaremos entonces llenándonos de su misma vida.
Pero, claro, cuando nosotros comemos a Cristo en la Eucaristía estamos entrando una comunión intima y profunda con El que al mismo tiempo se convierte en alimento y fuerza para nosotros poder llegar a esa comunión de amor. Nos habla de comer y de pan de vida. Le comemos para que sea, sí, nuestra fuerza y nuestro alimento. Por eso le hemos escuchado decir hoy ‘el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’. Habitamos en Cristo, unidos a Cristo como el sarmiento a la vida, para que la vida divina de la gracia mane hacia nuestra vida llenándonos de su fuerza, llenándonos de su vida.
Mucho tenemos que reflexionar, meditar, profundizar en la comprensión de este maravilloso misterio de amor que es la Eucaristía para que cada día la vivamos con mayor intensidad y en verdad así nos llenemos de Cristo. Démosle gracias a Dios por tanto amor, y porque nos pone en camino de amor y de comunión con El cuando le comemos en la Eucaristía.
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