Apoc. 21, 10-14; Sal. 144; Jn. 1, 45-51
Bartolomé - el hijo de Tolmai, bar-Tolmai - forma parte del grupo de los Doce a los que Jesús llamó de manera especial para hacerlos apóstoles. Así aparece en las listas de los apóstoles que los sinopticos nos presentan en esa elección de Jesús. Pero probablemente es de los primeros discípulos que siguieron a Jesús según nos narra el evangelista Juan si lo hacemos coincidir con el Natanael cuyo relato de la vocación hemos escuchado hoy en el evangelio. Es natural de Caná de Galilea, pues así lo refiere Juan cuando menciona de nuevo a Natanael entre los apóstoles que están en el lago de Tiberíades cuando la aparición de Cristo resucitado y la pesca milagrosa.
En la oración litúrgica de esta fiesta hemos pedido al Señor que ‘se afiance en nosotros aquella fe con la que san Bartolomé, tu apóstol, se entregó sinceramente a Cristo’. Como hemos escuchado en el evangelio, quizá por los prejuicios de las riñas pueblerinas entre pueblos vecinos, le costó en principio aceptar a Jesús. Ante la insistencia de Felipe de que habían encontrado a aquel de quien hablaban Moisés en la ley y los Profetas está su rechazo diciendo que ‘de Nazaret no puede salir nada bueno’. Pero es ejemplar el camino seguido por Felipe para convencerle, ‘ven y lo verás’.
Qué importante es ese ir y ver, ese encuentro personal con Jesús. Tras el breve diálogo, un tanto enigmático, entre Jesús y Natanael, en que Jesús le alaba sus valores humanos y su rectitud, además de hacerle ver que Dios está por encima de todo y es capaz de ver lo más secreto de nuestro corazón, lo más secreto que suceda en nuestra vida - ‘antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te ví’ - bastará para que Natanael haga una hermosa confesión de fe en Jesús. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Lo reconoce como Maestro, como Dios, como Mesías Salvador.
La fe se nos pone a prueba en ocasiones y nos llenamos de dudas y de prejuicios. Pero hemos de dejarnos encontrar. Dejarnos encontrar por la fe que nos ilumina; dejarnos encontrar por Dios que nos busca; dejarnos encontrar por Cristo que viene a nosotros con su salvación.
Andamos a veces como prevenidos, con nuestros prejuicios, con nuestras oscuridades que tenemos miedo de iluminar; tantas veces tenemos la tentación de huir de esa fe que puede comprometer mi vida, porque me hará ver las cosas de otra manera y quizá en mi orgullo no quiero bajarme de mi torre, de mi caballo. Pongamos en duda nuestras dudas para atisbar que puede haber una luz que nos ilumine de forma distinta. No nos cerremos a la luz de la fe.
Esa fe que cuando nos lleva a descubrir a Cristo nos hará descubrir también la Iglesia en la que vamos a vivir esa fe, en la que la vamos a alimentar y fortalecer y con la que haremos más presente en medio del mundo la salvación que Jesús nos ha venido a traer. ‘Que la Iglesia se presente ante el mundo como sacramento universal de salvación’, hemos pedido con la intercesión de san Bartolomé.
Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol hacemos incapié en las caracteríticas de la Iglesia una de la cuales es su apostolicidad. En los textos de la Palabra que nos ha ofrecido hoy la liturgia de esta fiesta está ese hermoso texto del Apocalipsis en que se nos describe a la Iglesia como ‘la nueva Jerusalén que descendía del cielo’ con su muralla, sus doce puertas y ‘doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero’.
Es esa Iglesia depositaria de la fe recibida de los apóstoles, por eso sus cimientos son los nombres de los apóstoles, y que se presenta ante el mundo como signo y cauce de la salvación que Jesús nos ha venido a ofrecer. ‘Sacramento universal de salvación’, como hemos expresado en la oración litúrgica y que manifiesta lo que es la fe de la Iglesia y que tan maravillosamente nos exponía el Vaticano II. Es la tarea de santificación del pueblo de Dios que realiza la Iglesia en los sacramentos y en el culto que le damos a Dios, pero es también el signo de santidad que la Iglesia ha de manifestar en la santidad de sus miembros, en la santidad con la que hemos de resplandecer todos los creyentes en Jesús .
Nos está hablando todo esto de un compromiso de vida que nace de esa fe y de esa pertenencia a la Iglesia. Que el ejemplo de los apóstoles, el ejemplo de san Bartolomé a quien hoy celebramos, nos impulse a proclamar con valentía esa fe en medio de nuestros hermanos los hombres para así convertirnos nosotros en signos, para así atraer a todos los hombres por los caminos de la salvación. Pero el ejemplo de santidad que nos ofrecen también los apóstoles nos tiene que impulsar también a esa santidad, a esa fidelidad en el seguimiento de Jesús, a esa vida nueva que hemos de vivir como hombres nuevos renacidos por el evangelio en el bautismo que hemos recibido.
Que san Bartolomé nos proteja de todo mal, nos traiga la gracia del Señor que nos arranque de las garras del maligno, como él supo vencer todas las tentaciones y acechanzas del demonio que queria apartarle del camino de Cristo y del Evangelio que él predicaba.
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