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jueves, 23 de agosto de 2012


El Señor nos invita a su banquete, vistamos el verdadero traje de fiesta
Ez. 36, 23-28; Sal. 50; Mt. 22, 1-14

Grande era el empeño y la insistencia de aquel rey en su intención de celebrar la boda de su hijo. ‘Los invitados no quisieron ir’, pero él seguía enviado ‘a sus criados que les dijeran: tengo preparado el banquete… todo está a punto. Venid a la boda’. Y aunque aquellos invitados siguieron rechazando, y de qué manera, él seguía queriendo celebrar la boda de su hijo. ‘Id ahora a los cruces de caminos y a todos los que encontréis invitadlos a la boda’.

Creo que ya nos está hablando mucho esta imagen para que caigamos en la cuenta de la insistencia del amor de Dios que nos llama una y otra vez, a pesar de nuestras negaciones y rechazos, queriendo a todos ofrecernos este hermoso banquete de su amor.

Es fácil que en nuestra reacción en la escucha del relato de la parábola digamos que nosotros no somos así. Pero mirando con sinceridad nuestro corazón, como hemos de hacerlo cuando estamos ante el amor infinito de Dios y de su sabiduría divina a la que no podemos engañar hemos de reconocer cuánta gracia se ha perdido en nuestra vida por nuestras respuestas negativas y también por cuantas veces hemos preferido otros banquetes que nos ofrece la vida y hemos rechazado lo que Dios nos ofrece.

Jesús ofreció esta parábola dirigiéndose de manera especial a los que eran de una forma o de otra los dirigentes del pueblo en aquel  momento. Como dice el evangelista ‘volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo’. Una primera lectura e interpretación que hacemos es fijarnos en las circunstancias concretas en que fue pronunciada la parábola y ahí se refleja lo que fue la historia de Israel tan llena de infidelidades al Señor con tantos rechazos a las invitaciones que les hacia y ahora de manera más plena precisamente en Jesús. 

Cuando hoy nosotros escuchamos esta parábola la estamos escuchando como Palabra que el Señor nos dirige a nosotros y somos nosotros los que tenemos que saber leer tantas cosas negativas y tantos rechazos a la gracia de Dios como hay en nuestra vida. Es la palabra que el Señor me dirige a mí, nos dirige a cada uno de nosotros y así hemos de escucharla sabiendo descubrir ese mensaje que el Señor nos quiere trasmitir.

Pero la parábola no termina aquí sino que está ese vestido de fiesta que uno no llevaba en el banquete y por lo que fue excluido de aquella boda. ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?’ ¿Qué nos querrá decir el Señor con el traje de fiesta? Podrán ser actitudes de nuestro corazón que habremos de corregir o podrán comportamientos indignos que nos manchan el traje de la gracia que hemos de vestir para acercarnos a la fiesta del Señor. 

En un banquete que se convierte en fiesta será necesario por parte de los asistentes unas actitudes y una forma de comportarse para no aguar aquella fiesta. No tiene sentido que vayamos a participar en algo que a la larga es comunitario y vayamos llenos de posturas egoístas e insolidarias que crean tensiones o discriminaciones entre los asistentes rompiendo el verdadero ambiente de fiesta que tendría que reinar. No vamos para incordiar y molestar a los que con nosotros están participando de esa fiesta de la vida sino a poner todos de nuestra parte cada uno su granito de arena para lograr esa armonía y esa paz. 

El traje de fiesta de la cordialidad, de la comunión, de la alegría contagiosa, de la paz y de los deseos de unidad que muchas veces en la vida no vestimos porque nos hemos puesto quizá el traje del orgullo, de la apariencia y la vanidad, de la superioridad llena de soberbia, o quizá hasta de la violencia. No son los trajes adecuados para participar en esa fiesta de la vida a la que Jesús nos llama.

Mucho nos haría pensar este detalle del traje de fiesta que algunas veces nos cuesta interpretar pero que de forma muy concreta tendríamos que saber vestir.

El Señor nos llama y nos invita, insiste a tiempo y a destiempo que vayamos a su banquete; vistamos el verdadero traje de fiesta y celebremos la alegría de nuestra fe.

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