Col. 3, 1-11;
Sal. 144;
Lc. 6, 20-26
‘Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios’. Así comienza Lucas el relato del llamado sermón de las bienaventuranzas.
San Mateo nos había dicho que Jesús subió al monte, se acercaron sus discípulos y comenzó a hablarles proclamando el mensaje de las bienaventuranzas. San Lucas había situado a Jesús en el monte donde había pasado la noche orando y en la mañana siguiente llamó a los discípulos, escogió a doce, a los que nombró apóstoles, como ayer escuchamos, y luego baja del monte donde se encuentra la multitud de los discípulos venidos de todas partes, como ayer escuchamos, a los que curó de diversos males. A continuación, ‘levantado los ojos hacia los discípulos’, proclama el mensaje de las bienaventuranzas que hoy hemos escuchado.
Escuchando y meditando en este pasaje me doy cuenta que lo que ahora Jesús proclama es lo que ya antes se había presentado como mensaje programático en la sinagoga de Nazaret, con el texto de Isaías, y lo que día a día veremos hacer a Jesús rodeado de toda clase de gente que acude a El. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí , porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres…’ escuchamos en la Sinagoga de Nazaret. Los pobres serán evangelizados y de los pobres es el Reino de los cielos nos dice ahora en las Bienaventuranzas.
Pero ¿a quienes el Padre va a revelar lo escondido del misterio de Dios? Jesús da gracias al Padre porque estos misterios se ocultan a los sabios y entendidos y se revelan a los humildes y a los sencillos. Dichosos, repetimos, con la bienaventuranza de Jesús porque podrán conocer los misterios de Dios, porque a ellos se les anuncia el evangelio, porque de ellos es el Reino de Dios.
Si Jesús, lleno del Espíritu de Dios, había sido enviado para la liberación de los cautivos y oprimidos, llevar la paz a los que tenían el corazón desgarrado y lleno de sufrimiento y a los ciegos se les iba a devolver la vista, ¿qué es lo que vemos hacer a Jesús en sus caminos de anuncio del evangelio? Ahora mismo al bajar Jesús del monte se había encontrado con la multitud que venía para que le curara de sus enfermedades y los atormentados por espíritus inmundos eran curados.
¿Qué es lo que dice Jesús en la Bienaventuranza? Los que tienen hambre quedarán saciados, los que lloran serán consolados, los que sufren incomprensiones y persecusiones se llenarán de gozo y saltarán de alegría porque su recompensa será grande, porque de ellos es el Reino de los cielos. Es el gozo y la alegría que todos sienten cuando se encuentran con Jesús y sus cuerpos se ven curados, pero su espíritu se llena de paz y de esperanza.
Los que se sienten ricos y poderosos, los autosuficientes y los que tienen el corazón lleno de orgullo, los que se creen entendidos y miran por encima del hombro a los demás, esos no llegarán a comprender el Reino de Dios que Jesús anuncia, a ello el Padre no les revela los secretos del Reino de los cielos y no lo podrán alcanzar. Es más, serán los que veremos siempre en oposición a Jesús y hasta el bien que Jesús hace a los demás, a los pobres y a los enfermos, en su misericordia y amor, será para ellos motivo de escándalo y por eso estarán siempre preguntándose qué es lo que tendrán que hacer con Jesús hasta que lo lleven a la cruz.
¿Mereceremos nosotros la bienaventuranza de Jesús? ¿Cuáles son las actitudes que anidan en nuestro corazón? Pongámonos desde nuestra pobreza y con nuestra pobreza, desde nuestra debilidad y con nuestros sufrimientos delante de Jesús y abramos nuestro corazón a su gracia. Si con ese espíritu humilde vamos hasta el Señor, si con un corazón contrito y arrepentido vamos hasta El, en Jesús encontraremos nuestra paz, nuestro consuelo, la vida verdadera y la salvación. Podremos entender lo que es el Reino de Dios y de nosotros será también.
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