Col. 2, 6-15;
Sal. 144;
Lc. 6, 12-19
¿Qué es ser cristiano? Preguntaba el catecismo a lo que se respondía: Cristiano es el discípulo de Cristo. La misma palabra, cristiano, lo está diciendo, porque hace referencia a Cristo. Y ¿qué es ser discípulo? Discípulo es el que sigue a su Maestro. Somos cristianos, porque somos discípulos de Cristo, porque seguimos a Jesús. Al principio simplemente se decía discípulos de Jesús, pero ya sabemos cómo en la Iglesia de Antioquía pronto se comenzó a llamar cristianos a los seguidores del camino de Jesús. Así nos lo dice el libro de los Hechos de los Apóstoles.
¿Somos cristianos? ¿Somos discípulos de Cristo? ¿seguimos en verdad a Cristo como nuestro único Maestro, como nuestro único Camino, como nuestra única verdad? Es en lo que tendríamos que estar empeñados siempre.
De eso nos ha hablado hoy el apóstol en el texto de la Carta a los Colosenses que venimos escuchando. ‘Ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded como cristianos…’ Y nos dice más: ‘Arraigados en El, dejáos construir y afianzar en la fe que os enseñaron y rebosad agradecimiento…’ Arraigados… es el cimiento de nuestra vida, de nuestra fe, Cristo Jesús, el Señor. Le escuchamos, nos apoyamos totalmente en El, lo metemos en nuestra vida, ponemos toda nuestra fe en El, como único fundamento y razón de ser de nuestra existencia. Cristo Jesús, que es el Señor, que es el verdadero Hijo de Dios encarnado para nuestra salvación. Cómo tenemos que fortalecer nuestra fe en El.
Es lo que queremos hacer cuando venimos aquí cada día a celebrar la Eucaristía. Queremos glorificar al Señor, darle gloria, cantar la mejor alabanza y darle gracias. Pero venimos a alimentarnos de El, a alimentar nuestra fe para que se mantenga íntegra y firme, para que se manifieste luego en todo lo que hacemos en la vida. Por eso escuchamos su Palabra, esa Palabra que nos ilumina la vida, que nos instruye y nos enseña, que nos señala los caminos por donde ha de transcurrir nuestra vida. Y nos alimentamos de Cristo en la Eucaristía donde El mismo se hace alimento, nos da a comer su Carne para que tengamos vida y tengamos vida para siempre.
Qué importante cómo vivamos la Eucaristía como todos y cada uno de los sacramentos. El Apóstol nos recuerda el Bautismo ‘por el que fuimos sepultados con Cristo y resucitado con El por haber creido en la fuerza de Dios que lo resucitó’. El Bautismo nos hizo partícipes de la redención de Cristo, de su muerte y resurrección para así llenarnos de su salvación. A partir del Bautismo ya somos unos partícipes de la resurrección; podemos decir, somos unos resucitados porque ya estamos llenos de su vida nueva. Estábamos muertos por el pecado, como nos dice el apóstol, ‘pero Dios os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados’.
¡Qué dicha haber merecido ese perdón que nos ha ofrecido el Señor! Más que merecimiento fue gracia, regalo de Dios. Bueno es que recordemos esto con frecuencia en nuestra vida, porque realmente tenemos que estar enriquecidos con una espiritualidad bautismal. Es el primero de los sacramentos que marca nuestra vida para siempre. Ya hemos de vivir una vida nueva; ya tenemos que sentirnos en Cristo vencedores del pecado; y eso tenemos que hacerlo realidad en nuestra vida en nuestra lucha contra el pecado, en el camino del bien y de la santidad que hemos de emprender.
Démosle gracias al Señor por la gracia de ser cristianos, discípulos de Jesús y la fe que nos ha regalado y plantado en nuestro corazón. Démosle gracias a Dios una y otra vez por nuestro Bautismo. Démosle gracias al Señor por la oportunidad que tenemos cada día de escucharle y alimentarnos de El en la Eucaristía que celebramos. Pidámosle que nos dé su gracia para que podamos vivir santamente nuestra vida.
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