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sábado, 27 de noviembre de 2010

Allí en medio crecía el árbol de la vida y gritamos ¡Marana tha!

Apoc. 22, 1-7;
Sal. 94;
Lc. 21, 34-36

Las primeras páginas de la Biblia nos hablan de un paraiso donde Dios colocó a Adán; nos lo describe atravesado por un río y en medio el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios al crear al hombre lo quería para la felicidad y la vida aunque el hombre prefiera la muerte al dejar meter el pecado en su corazón.
Ahora en la última página de la Biblia, al finalizar el libro del Apocalipsis al hablarnos de la ‘nueva jerusalén, la ciudad santa, el nuevo cielo y la nueva tierra’ nos la describe también con imágenes semejantes a las del paraiso porque también nos habla de un río que atravesaba la ciudad y de un árbol de la vida. ‘A mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía el árbol de la vida… y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones’.
Ahora todo será vida y será luz. Si en el paraíso el hombre sintió la tentación de ser como Dios, ahora partícipes de la vida de Dios podrá ver a Dios cara a cara. ‘En la ciudad está el trono de Dios y el del Cordero… lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente’. Nos recuerda lo que el mismo Juan nos decía en su primera carta. ‘Somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos, porque cuando se manifieste seremos semejantes a El y le veremos tal cual es’.
Y todo será luz. Si al principio del evangelio Juan nos habla de que las tinieblas rechazaron la luz, no la recibieron, ahora las tinieblas han desaparecido para siempre ‘ya no habrá mas noche, ni necesitarán luz de lámpara o de sol, porque el Señor Dios irradiará la luz sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos’.
Un último grito se oirá en el Apocalipsis, que hoy hemos repetido como responsorio en el salmo. ‘¡Marana tha! Ven, Señor Jesús’. Es la súplica repetida en la liturgia de la Iglesia y que si aparece hoy en el último día y la última celebración del año litúrgico, comenzaremos el Adviento, un nuevo año, con esa misma súplica que iremos repitiendo en todo el Adviento. ‘Ven, Señor Jesús’.
Pero es la súplica de la Iglesia también en cada Eucaristía. Cuando celebramos la Pascua, cuando hacemos presente sobre el altar todo el sacrificio de Cristo de forma incruenta, también será esa nuestra suplica. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús’. Es que ‘cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas’.
Es la esperanza que nos mueve a la vigilancia y a la atención. ‘Mientras esperamos su venida gloriosa…’ Es la esperanza y la vigilancia que nos hace estar despiertos y atentos. ‘Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza…’ nos decía Jesús en el evangelio. ‘Manteneos en pie ante el Hijo del Hombre’.
Terminamos un año litúrgico para comenzar ya con las primeras vísperas de hoy un nuevo ciclo litúrgico al iniciar el Adviento que nos prepara para la navidad. No sólo vamos a celebrar su primera venida en la carne, sino que vivimos en la esperanza de su segunda venida gloriosa y en plenitud. ‘Cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar’ como vamos a decir en el prefacio del Adviento. Por eso ahora pedimos, suplicamos, gritamos ‘¡Marana Tha! Ven, Señor Jesús’

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