Apoc. 14, 1-5;
Sal. 23;
Lc. 21, 1-4
Apenas tiene cuatro versículos el texto del evangelio de hoy. Suficientes para un gran mensaje. Un mensaje que también podemos resumir en pocas palabras, pero que como siempre el evangelio envuelve toda nuestra vida. Hay textos que nos hacen pensar, revisar, cambiar posturas, ver las cosas de otra manera. Textos que nos hacen preguntarnos dónde está el valor de nuestra vida, a qué le damos verdaderamente importancia, qué es lo que realmente estamos haciendo de nuestra vida. Creo que si con sinceridad nos enfrentamos a la Palabra del Señor siempre tiene que hacer surgir en nosotros una nueva inquietud.
‘Esta pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’. No es nada lo que nos está diciendo Jesús. Y nosotros que nos creemos generosos y espléndidos en lo que hacemos. Pero ¿seríamos capaces de hacer como aquella mujer? Pasa necesidad y, aún así, no es que comparta partiendo lo que tiene para dar una parte y reservarse la otra para sí, para su necesidad. ‘Ha echado todo lo que tenía para vivir’. Es que no podemos ser insensibles.
Cuesta. No es fácil. Podríamos decir incluso que no es nuestra obligación. Pero aquella pobre viuda lo hizo. Es el más puro estilo del evangelio. No sé qué estaríamos dispuestos a hacer o hasta dónde llegaríamos. Me atrevo a decir no sé hasta donde nos estará pidiendo el Señor. Quizá surja mi egoísmo, mi individualismo, mis miedos y mis reservas. Podríamos decir que hasta es humano.
Pero el amor de Jesús no se quedó nunca corto. Ayer, último domingo del año litúrgico, lo proclamamos nuestro Rey y Señor. Y lo proclamamos contemplándolo clavado en una cruz ignominiosa, dando su vida. Pero así es su amor. Así entregó El su vida. No hay amor más grande. El amor en Jesús no tiene límites, ni reservas, ni distinciones, ni medidas, ni escalas. Jesús no da nunca de lo que sobra. En Jesús siempre está la generosidad sin límites. En Jesús siempre es total. Y es así cómo Jesús es el Rey y Señor de nuestra vida. Y haciendo como El hizo es como lo proclamamos nuestro Rey y podemos decir en verdad que estamos en su reino.
Y claro, El nos dijo que nosotros teníamos que amar como El nos ha amado. O sea, que nos está poniendo el listón bien alto. Esa tendría que ser nuestra meta y nuestro ideal. ¿Habría escuchado aquella mujer del templo de Jerusalén a Jesús? ¿sabría ella de evangelio? Si no lo había oído, al menos lo estaba practicando, de tal manera que Jesús nos haría fijarnos en ella, nos la pondría como ejemplo de nuestro amor.
Un corto evangelio pero que nos hace pensar mucho. Nos hace revisar nuestras medidas. Nos hace tentarnos los bolsillos, podríamos decir; o tentarnos el alma para ver hasta donde llega la generosidad de nuestro amor.
El libro del Apocalipsis, que hemos escuchado en la primera lectura, nos habla del cortejo del Cordero que lo seguirán adondequiera que vaya. Aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero, y que eran los que podían cantar el cántico nuevo, porque son los rescatados como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero, los que eran irreprochables porque en sus labios no se encontró mentira. Los números son simbólicos y no podemos quedarnos en la literalidad del número. Hablan realmente de una universalidad.
Quisiera formar parte de ese número, de ese cortejo, porque también lleve grabado en mi frente el nombre del Cordero. Y ¿cómo se graba en nuestra frente el nombre del Cordero? Una buena pregunta. Somos, sí, los rescatados, pero somos los marcados con el nombre del amor. Vivamos un amor como el de Jesús, como el que nos enseña hoy el evangelio, y seguro que seremos del número de los marcados, y los que podremos cantar ese cántico nuevo al Señor, nuestro Dios.
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