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martes, 23 de noviembre de 2010

Señales que nos invitan a la conversión y a la solidaridad

Apoc. 14, 14-20;
Sal. 95;
Lc. 21, 5-11

El texto del evangelio que hoy se nos ha proclamado es parte del escuchado hace un par de domingos. Es en lo que la liturgia de la Iglesia nos insiste de manera especial en estos días. Aspectos de nuestra fe y de nuestra vida cristiana que nos conviene recordar, tener muy presente, porque tenemos el peligro de perder esa trascendencia que hemos de darle a nuestra vida.
Seguiremos leyendo este capítulo 21 de san Lucas durante esta semana del final del año litúrgico desde esa perspectiva del anuncio de los tiempos finales que nos hace Jesús. Un texto, el que iremos escuchando durante toda esta semana, que invita a la perseverancia y a la vigilancia. Nunca para el temor sino siempre para la esperanza. En el fondo una invitación a la conversión, como una invitación al amor y a la solidaridad.
Parte Jesús, como ya indicábamos el otro día, del anuncio de la destrucción de la ciudad de Jerusalén y del templo. ‘Maestro, ¿cuándo va a suceder esto? ¿Cuál será la señal de que todo esto está para suceder?’ le preguntan. Pero nos invita a no dejarnos engañar. Más que de los últimos tiempos les está hablando ahora de todos esos tiempos difíciles por los que hemos de pasar a través de la historia. Guerras, revoluciones, terremotos, epidemias, catástrofes… Pero nos previene Jesús. No habrá de hacerse caso de falsos profetas que querrán ver en todo ello señales del fin del mundo. ‘Muchos vendrán usando mi nombre, diciendo “yo soy”, o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos’.
Pero sí podremos ver en esas cosas llamadas e invitaciones del Señor, por una parte a nuestra conversión personal para que vayamos mejorando nuestro mundo y no permitamos entonces que esas desgracias sean por causa humana. Jesús nos pone en camino de un mundo en paz, de un mundo donde nos sepamos entender, de un mundo en el que evitemos enfrentamientos y violencias.
Es el Reino de Dios al que El nos invita y con el que tenemos que sentirnos comprometidos desde nuestra fe y nuestro amor cristiano. Si ponemos más amor en nuestra vida, si ponemos más amor en nuestras relaciones personales con los que están a nuestro lado cada día, podemos ir haciendo ese mundo mejor, ese mundo de paz, del que desterremos odios y violencias. Tendrían, entonces, que desaparecer las guerras y los enfrentamientos.
Pero podemos ver también una llamada y una invitación en ese mismo camino de conversión a la solidaridad más auténtica. Desgracias y calamidades se suceden en nuestro mundo, muchas veces por causas naturales como puedan ser terremotos y demás violencias de la naturaleza. Y es ahí donde hemos de saber hacer resplandecer nuestra solidaridad, nuestro amor cristiano más genuino.
Al menos podemos actuar desde la misericordia y la compasión para remediar males, para consolar en las tristezas de la vida o para servir de consuelo con nuestro amor a los que sufren. Cuánto podemos hacer de eso cada día con los hermanos que están a nuestro lado en el sufrimiento de la enfermedad, de una discapacidad o de tantas limitaciones que nos pueden ir apareciendo en la vida. Ahí tenemos que expresar con toda autenticidad y con toda intensidad nuestro mejor amor, nuestro amor cristiano.
Tengamos muy presente todo esto en nuestra vida, en el camino de nuestra fe. Que no se enfríe nunca nuestra esperanza. Que no se apague la llama del amor de nuestro corazón. Convirtámonos de verdad al Señor.

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